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miércoles, 2 de mayo de 2018

¿La vida de fe puede alejarte de tu familia?

La verdadera religión une a los demás: Si no es tu caso, es hora de revisar cómo vives tus creencias

WOMAN,PRAYING
No estaba de acuerdo en considerar las cosas del espíritu como algo propio de gentes puras, extraordinarias, que no se mezclan con las cosas despreciables de este mundo o, a lo más, que las toleran como algo inevitable mientras vivamos en él.
No, yo creía tener los pies en la tierra y el corazón en el cielo. Sin embargo, para mí el templo era el lugar  que representaba el único espacio para vivir “una verdadera espiritualidad”,  por lo que procuraba asistir el mayor tiempo posible, participando de diferentes formas.
Quienes lo hacíamos, creábamos inconscientemente un ambiente un tanto enrarecido, en el que erróneamente, más de alguno manifestaba sentirse en un mundo aparte como si fuese  la antesala del cielo, muy distante de otro que seguía su propio camino.
En otro plano, tenia espacios y tiempos en mi hogar donde me recogía en lecturas y oración, sin reconocer que vivía en la contradicción de estar dejando a Dios por Dios.
Lo empecé a comprender cuando mis hijos y mi esposo empezaron a manifestar su rechazo a las cosas de Dios, lo que trataba insistentemente de inculcar en sus vidas. Luego, en un cruce de cuestionamientos, se manifestaron sobre sobre mis defectos, errores, incomprensiones. Sobre todo, me golpeó con dureza que mi hija adolescente me dijera que la avergonzaba mucho el que sus amigas se refirieran a nosotros como una familia de “santurrones”, y que el resto sus hermanos la secundaran.
Todo provenía de un resentimiento, debido a que entre los tiempos de  mi profesión como dentista, la asistencia constante al templo y recogimiento espiritual en casa, era yo la del grito destemplado por mal humor o  impaciencia: la responsable de una comida mal hecha, a la carrera; y quien a veces no asistía a los  eventos importantes en la vida de mis hijos.
Yo, que defendía el trabajo de ama de casa como una autentica profesión de amor, lo realizaba con mediocridad, al igual que mi rol de madre.
Me quedó claro que desde nuestra intimidad de familia,  mi esposo e hijos  eran  testigos de los defectos ciertamente asumibles de mi condición humana, pero también provocados y puestos en relieve por una espiritualidad mal vivida.
Mi paradigma se hizo mil pedazos y reaccione con indignación, pero luego venció el amor  y concluí que había que rectificar mis actitudes y rescatar a mi familia.
Lo haría  sin ceder en que la primera realidad en la vida es Dios, pero… necesitaba aprender el “como”.
Fue así que me dejé aconsejar por quienes con una fe operativa vivida con naturalidad  y  sencillez, daban testimonio de virtudes humanas en todas sus obligaciones de estado, comenzando  por la familia. 
Comprendo ahora que por el camino que marcan todas las religiones que buscan a Dios,  y en las que Dios sale al encuentro de hombre,  al final se nos juzgara en al amor, y que entonces  veremos con luminosa claridad, que precisamente donde se encontraban nuestros hermanos los hombres,  nuestras aspiraciones, nuestro trabajo, nuestros amores, afanes e ilusiones era  donde se realizaba el encuentro cotidiano con Él.
Y que el mundo era y es su gran templo.
Ahora vivo con  la certeza de que Dios se alegra cuando me esmero en hacer bien la sopa, arreglar las cortinas, ser paciente y alegre, cuando dialogo y me involucro en la vida de mi esposo y mis hijos… cuando me ve luchar cada día por adquirir virtudes para ser mejor.
Igual, cuando le ofrezco mí trabajo en el consultorio  acabado y bien hecho.
Explico a mis hijos con nuevas luces,  que existe el tiempo de honrar Dios en el templo y en la oración privada, pero que Dios quiere que le sirvamos también en y desde todas las tareas civiles en medio del mundo, lo mismo en la oficina, que manejando el camión, en la fábrica, en el taller, en el campo. 
Que hay algo divino escondido en las situaciones más comunes que le toca a cada uno descubrir, haciendo de la vida la más maravillosa aventura con el más hermoso destino.
Que debemos esforzarnos por materializar lo espiritual, y que no podemos vivir una doble vida con una actitud espiritualista o una visión totalmente materialista y placentera. Que hay una sola vida hecha de carne y espíritu y esa es la que debe ser asumida en nuestra relación con Dios. 
Igual tengo paciencia para no caer en la presunción que me haga olvidar que tienen su edad y formas de creer.  Incluso la libertad de reservarse en la fe, por lo que debo confiar en los tiempos de Dios. 
Y trato de no olvidar lo que  alguna vez leí: 
En la línea del horizonte parecen unirse el cielo y la tierra, pero donde de verdad se juntan es en nuestros corazones cuando vivimos de cara a Dios en lo ordinario de cada día en todos los quehaceres de la tierra.
Sobre todo en lo referente al amor en la familia.
Por Orfa Astorga de Lira.
Escríbenos a: consultorio@aleteia.org





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