Todos decimos ser comprensivos, pacientes y tolerantes, pero a la hora de la verdad nos cuesta atender a los demás.
La tolerancia es un valor que anda en boca de todos. Exigimos tolerancia, decimos que en democracia hay que respetar a los que no piensan como nosotros y en las redes sociales exigimos que se viva la diferencia como un valor positivo.
Lo mismo ocurre con la comprensión. Nos quejamos de lo poco comprensivos que han sido con nosotros en la oficina del ayuntamiento, en la comisaría de policía o en el supermercado, y criticamos las actitudes de incomprensión que aparecen en las noticias o en los virales de las redes sociales.
Sin embargo, ¿somos realmente comprensivos y tolerantes nosotros? Porque es muy fácil mirar alrededor y juzgar a los demás. Inmediatamente ponemos nota a las actitudes incívicas, a los excesos de los jóvenes o a la deplorable actitud de los partidos políticos que no dan la talla con respecto a lo que “deberían” hacer.
Si por nosotros fuera, a juzgar por lo que publicamos en nuestros tuits y expresamos en Whatsapp, el mundo iría fenomenal. Seríamos excelentes gobernantes y ciudadanos ejemplares.
Pero después de toda esa lista de juicios negativos y suspensos que repartimos entre los demás, no queda nada. Solo un paisaje de negatividad y pesimismo. Y no se trata de eso: se trata de construir.
¿Podemos ayudar realmente a que haya más comprensión en la sociedad? Por supuesto que sí. Y lo podemos lograr aportando cada uno de nosotros una acción en positivo. Comencemos por ser comprensivos cada uno de nosotros de verdad y no solo de palabra.
Deja de poner nota a la sociedad por sus defectos y pregúntate qué puedes hacer hoy por vivir la comprensión.
¿Cómo puedes comprobar si realmente eres comprensivo y tolerante? Te propongo una prueba muy sencilla. Acude a una residencia de ancianos, la que tengas más próxima y donde nadie te conozca. Si no existe, ve a un parque cercano donde se encuentren algunos abuelitos solos. Ponte a hablar con uno de ellos. Puedes hacerle preguntas sencillas como dónde nació, de qué país procede o si tiene familia. Seguro que te hablará de recuerdos y te expresará opiniones en torno a sus propias experiencias. Luego pregúntale acerca de cuestiones de actualidad para que te dé su opinión. Ahí verás si pensáis del mismo modo.
Quédate conversando con esta persona durante 15-20 minutos. Después te despides y, en un aparte, anotas qué te ha contado. Así verás realmente si estabas atento a lo que te decía, si prestabas atención y si eras capaz de escuchar e interiorizar. Quizá esa persona no opina igual que tú acerca de la vida, pero ¿trataste de comprender sus razones? ¿Se sintió escuchada o solo estuviste muy cerca de ella físicamente pero con la cabeza ya andabas en otra parte?
Así podemos comprobar si realmente escuchamos en casa, en el aula (tanto da el colegio, el instituto o la Universidad), o en el trabajo. Una cosa es estar físicamente al lado de la persona que habla, explica y opina, y otra muy distinta “entrar” en esas palabras y hacer una escucha atenta, que significa comprender, empatizar y responder tratando de crear un verdadero diálogo.
Solemos escuchar poco y luego impartimos nuestra opinión que, cómo no, queremos que se tenga en cuenta. ¿Qué tal si por un día le comenzamos a dar la vuelta a esa actitud y escuchamos más que opinamos?
Dolors Massot, Aleteia
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