Comentario
San Teodoro el Estudita (759-826) |
Lo propio del Espíritu Santo y lo propio del adversario
Mis padres, hermanos, hijos, el enemigo en su furor se lanza sobre nosotros sin cesar. Pero sin cesar es apartado por las potencias divinas (…). Cuando después de haber rechazado al Espíritu Santo e introducir en él al extraño que le enseña a hacer y decir todo lo que le gusta, alguien hace lugar al enemigo, este encuentra su presa. Y bien, examinemos las propiedades de las dos fuerzas en acción y pongamos atención a lo que sigue (…). |
Quien tiene al Espíritu Santo posee alegría, paz, longanimidad, caridad (Gal 5,22). Pronuncia palabras más dulces que miel y cera porque “la boca habla de la abundancia del corazón” (Mt 12,34) y se convierten en iluminación y consuelo para quienes las reciben. (…). ¿Quieren escuchar lo que es propio del adversario? ¿Qué produce él aparte de cólera, resentimiento, murmuración, reproche, infidelidad, animosidad, odio y suficiencia, indocilidad, contestación y desobediencia? Ha huido de la iluminación, santificación y piedad; ha desertado de la humildad, compunción y paciencia; gemidos, lágrimas y lamentos se secaron (cf. Is 35,10; 51,11) (…). Olvidó la alegría de los bienes indecibles, que no se ven ni se conciben, esos bienes que nos son reservados en el Reino de los cielos. |
Pueda todo lo que es detestable apartarse de ustedes y todo lo que es deseable llegue y les advenga en Cristo Jesús nuestro Señor. A él son la gloria y la potencia, con el Padre y el Santo Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. |
Oración de san Isidoro
Tú, Señor, verdadero doctor y dador,
que eres Creador y Redentor,
concesor y defensor,
abogado y Juez terrible y clemente,
que das vista a la mente de los ciegos,
que posibilitas a los débiles
para hacer lo que ordenas;
que tan piadoso eres para quienes
te dirigen asiduamente sus peticiones,
y tan liberal que no permites que nadie desespere,
perdona todos mis pecados y todos mis errores,
y que tu bondad gratuita, buen Jesús,
me conduzca a esa contemplación deseable
donde ya no pueda errar.
Tú que eres conocedor de lo que está oculto,
bien conoces en cuántas faltas he caído.
Tú conoces cuán mísera y proclive es mi debilidad,
y cuán incesantemente la aflige y presiona el enemigo.
Tú, oh Cristo Dios, batallador fortísimo
y campeón siempre victoriosísimo,
mira este combate desigual,
donde clama a la gloria de Tu divina majestad
la debilidad de los mortales.
Si el león rugiente superara a la débil oveja,
si el espíritu violentísimo venciera a la débil carne,
y si al menos la domina,
permitiéndolo tu justo juicio,
en el tiempo de padecer,
no permitas que seamos devorados
por sus insaciables fauces.
Haz, ¡oh amador del género humano!,
que se entristezca por la alegría humana
aquel que se exulta por atacarnos.
Amén
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