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viernes, 8 de octubre de 2021

Evangelio del día

 

Lucas 11:15-26
Es por el 'Dedo de Dios' que expulso a los demonios

Formación rocosa de Mukurob / 'El dedo de Dios',
Fotografía de Stephen Volz,

Fotografiada en diciembre de 1986,
Diapositiva en color
© University of Wisconsin-Madison Library

Cuando Jesús expulsó a un demonio, algunos decían: "Es por medio de Beelzebul, el príncipe de los demonios, que expulsa a los demonios". Otros le pedían, como prueba, una señal del cielo; pero él, sabiendo lo que pensaban, les dijo: "Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina, y una casa dividida contra sí misma se derrumba. Lo mismo ocurre con Satanás: si está dividido contra sí mismo, ¿cómo puede mantenerse su reino? - ya que afirmas que es por medio de Beelzebul que expulso a los demonios. Ahora bien, si es por medio de Beelzebul que yo expulso los demonios, ¿por medio de quién los expulsan vuestros propios expertos? Que sean ellos, pues, vuestros jueces. Pero si es por el dedo de Dios que expulso los demonios, sabed que el reino de Dios os ha alcanzado. Mientras un hombre fuerte y bien armado vigila su propio palacio, sus bienes no son perturbados; pero cuando alguien más fuerte que él lo ataca y lo vence, el más fuerte le quita todas las armas con las que contaba y reparte su botín.

El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, se dispersa.

'Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, vaga por un país sin agua buscando un lugar para descansar, y al no encontrarlo dice: "Volveré a la casa de la que salí". Pero al llegar, al encontrarla barrida y ordenada, se va y trae a otros siete espíritus más malvados que él, y entran y se instalan allí, de modo que el hombre acaba siendo peor de lo que era antes".

Comentario

Bulle

San Teodoro el Estudita (759-826)
monje en Constantinopla
Las Grandes Catequesis, nº 39 (Les Grandes Catéchèses, Spiritualité Orientale 79, Bellefontaine, 2002), trad. sc©evangelizo.org


Lo propio del Espíritu Santo y lo propio del adversario

Mis padres, hermanos, hijos, el enemigo en su furor se lanza sobre nosotros sin cesar. Pero sin cesar es apartado por las potencias divinas (…). Cuando después de haber rechazado al Espíritu Santo e introducir en él al extraño que le enseña a hacer y decir todo lo que le gusta, alguien hace lugar al enemigo, este encuentra su presa. Y bien, examinemos las propiedades de las dos fuerzas en acción y pongamos atención a lo que sigue (…).
Quien tiene al Espíritu Santo posee alegría, paz, longanimidad, caridad (Gal 5,22). Pronuncia palabras más dulces que miel y cera porque “la boca habla de la abundancia del corazón” (Mt 12,34) y se convierten en iluminación y consuelo para quienes las reciben. (…). ¿Quieren escuchar lo que es propio del adversario? ¿Qué produce él aparte de cólera, resentimiento, murmuración, reproche, infidelidad, animosidad, odio y suficiencia, indocilidad, contestación y desobediencia? Ha huido de la iluminación, santificación y piedad; ha desertado de la humildad, compunción y paciencia; gemidos, lágrimas y lamentos se secaron (cf. Is 35,10; 51,11) (…). Olvidó la alegría de los bienes indecibles, que no se ven ni se conciben, esos bienes que nos son reservados en el Reino de los cielos.
Pueda todo lo que es detestable apartarse de ustedes y todo lo que es deseable llegue y les advenga en Cristo Jesús nuestro Señor. A él son la gloria y la potencia, con el Padre y el Santo Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Oración de san Isidoro

Tú, Señor, verdadero doctor y dador,
que eres Creador y Redentor,
concesor y defensor,
abogado y Juez terrible y clemente,
que das vista a la mente de los ciegos,
que posibilitas a los débiles
para hacer lo que ordenas;
que tan piadoso eres para quienes
te dirigen asiduamente sus peticiones,
y tan liberal que no permites que nadie desespere,
perdona todos mis pecados y todos mis errores,
y que tu bondad gratuita, buen Jesús,
me conduzca a esa contemplación deseable
donde ya no pueda errar.

Tú que eres conocedor de lo que está oculto,
bien conoces en cuántas faltas he caído.

Tú conoces cuán mísera y proclive es mi debilidad,
y cuán incesantemente la aflige y presiona el enemigo.

Tú, oh Cristo Dios, batallador fortísimo
y campeón siempre victoriosísimo,
mira este combate desigual,
donde clama a la gloria de Tu divina majestad
la debilidad de los mortales.

Si el león rugiente superara a la débil oveja,
si el espíritu violentísimo venciera a la débil carne,
y si al menos la domina,
permitiéndolo tu justo juicio,
en el tiempo de padecer,
no permitas que seamos devorados
por sus insaciables fauces.

Haz, ¡oh amador del género humano!,
que se entristezca por la alegría humana
aquel que se exulta por atacarnos.

Amén





















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