El matrimonio explicó qué ha supuesto en sus vidas la sanación de las heridas que habían provocado la píldora anticonceptiva, una mala praxis médica y la presión social
La historia del matrimonio de José y de Ana comenzó hace 20 años en Costa Rica. Hoy son padres de 3 hijos. José y Ana, a pesar de haber nacido ambos en familias católicas, pasaron los diez primeros años de su relación dejando a Dios fuera de la ecuación de su matrimonio. Muchas personas tuvieron la oportunidad de escuchar su testimonio en Roma, en el congreso sobre la Humanae Vitae que organizó la cátedra de Bioética de la Fundación Jérôme Lejeune el pasado mes de mayo.
Ana, con 18 años, fue diagnosticada de endometriosis y su médico le aconsejó tomar píldoras anticonceptivas. Estuvo tomándolas por mucho tiempo, incluso para regular su fertilidad tras tener hijos. Pero empezó a percibir que su uso estaba afectando a su salud debido a los efectos secundarios.
En ese momento ya tenía dos hijos. Habló de sus inquietudes con su médico y éste le aconsejó que se colocara un DIU, pues desgraciadamente la sociedad no te invita a la generosidad procreativa, sino a todo lo contrario: Ana debía de controlar su fertilidad si ya tenía dos hijos.
Tenía muchas dudas (en el ser humano siempre aflora de una manera u otra un respeto por su propia conciencia) pero finalmente cedió.
Operada de urgencia
Al cabo de unos meses de colocarse el DIU, empezó a tener sangrados muy grandes: el DIU había perforado su pared del útero y había migrado hacia sus intestinos. Fue necesaria una operación de urgencia para salvar su vida.
Después de esta traumática experiencia, Ana y José volvieron a toparse con la realidad que el médico y el mundo «responsable» ofrecen. Ana volvió a tomar pastillas anticonceptivas como solución al control de su fertilidad. Sin embargo, en el fondo de su corazón, algo les indicaba que tal vez ese no fuese el camino adecuado.
Durante esta nueva etapa, nació su tercera hija y comenzaron de nuevo las presiones familiares y sociales respecto al número de hijos. Para quienes la rodeaban, tres hijos eran muchos.
Un paz ficticia
Ana, que no se sintió a gusto con las pastillas anticonceptivas, empezó a indagar nuevas vías y propuso a José realizarse una vasectomía («yo ya he tenido tres partos ahora te toca a ti, José»).
La llegada del cambio
José no fue muy receptivo a esta idea y por ello Ana finalmente se sometió a una ligadura de trompas. Había llegado la paz ficticia que tanto buscaba, ya que pudo dejar los anticonceptivos. Hasta que, unos meses más tarde, unos amigos invitaron a Ana y José a un retiro de matrimonios del movimiento Schoenstatt.
Sus vidas empezaron a contar con pequeños cambios y, poco a poco, Dios fue entrando en medio de su matrimonio.
Pasaron así algunos años hasta que fueron a un curso de sexualidad dentro del movimiento y allí escucharon el nombre de la Humanae Vitae.
Para ellos, la encíclica fue una gran luz y revelación en su historia matrimonial pero a la vez les supuso un gran dolor pues fueron conscientes de que habían estado navegando en tinieblas y que estuvieron cerrados al gran don de la vida.
El camino de sanación
Ana y José, cada uno a su modo, emprendieron desde entonces un camino de sanación interior.
Comenzaron a formarse en Teología del Cuerpo, lo que les permitió cargar juntos con la cruz del dolor de todo lo vivido.
Ana veía claramente cómo había desechado y menospreciado su fertilidad («fui zarandeada como San Pablo») mientras que José descubrió, a través de la figura de San José, que no había actuado como un custodio de su familia y su mujer, sino como un simple espectador tolerante con las decisiones que el mundo exterior les había ido ofreciendo.
En este nuevo camino, Ana y José vieron claro cómo el cuerpo habla al hombre del don de sí y como también a través del cuerpo se percibe la presencia de Dios.
Una nueva etapa
De aquí les surgió la necesidad de vivir todo esto en su propio matrimonio, de aprender métodos naturales, en concreto el método Creighton. Necesitaban transmitir toda la belleza que habían descubierto primeramente a sus hijos pero también a otros matrimonios.
En este nuevo proceso de asombro y aprendizaje, descubrieron la naprotecnología y Ana sintió la llamada de la posibilidad de revertir su ligadura de trompas. No se trataba del capricho de querer otro hijo, sino de un trabajo de oración y discernimiento en el que Dios les llamaba a restaurar la fertilidad en su matrimonio y estar abiertos a su voluntad.
Ana volvió a visitar a su ginecólogo de referencia para pedirle la reversión de su ligadura de trompas pero él la invitó a probar con la fecundación in vitro. Según él decía, era lo mejor que hay si lo que quería era un nuevo hijo en ese momento, un hijo a medida para cubrir un deseo.
Finalmente, Ana consiguió realizarse la operación de reversión de la ligadura de trompas en México viviendo todo el proceso junto a su familia. Fue un ejemplo encarnado de la grandeza y la fecundidad del matrimonio en el más amplio sentido de la palabra.
A través del testimonio de Ana y José, se ve claramente cómo Dios siempre saca algo bueno de cualquier circunstancia.
Partiendo de una herida muy grande en el matrimonio de Ana y José, Dios sacó vida, vida nueva y vida en abundancia, marcando un antes y un después en su familia y su matrimonio.
Miriam Esteban Benito, Aleteia
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