El fenómeno consiste en pensar en todo, continuamente, para lograr organizar la jornada de toda la familia. Las directas interesadas: las mujeres
El trabajo invisible es el que permite que funcione con eficacia un ambiente domestico. Antes de hablar de compartir las tareas en pareja, se trata de todas las pequeñas cosas en las que las mujeres piensan continuamente. Pensar que pronto ya no habrá papel higiénico y que hay que añadirlo a la lista de la compra, que hay que pedir cita al medico para la vacuna, comprar los pasajes para viajar en vacaciones, encontrar un traje blanco y negro para la fiesta de fin de año, renovar las inscripciones para las actividades de los niños…
Para poder dedicarse a estas cosas, o incluso para delegarlas, primero hay que pensarlas, y es aquí donde Emma, autora de un comic sobre el tema que se ha hecho viral en Facebook, denuncia: a menudo es la mujer sola la que tiene que pensar en todo; cuando la pareja se pone en actitud pasiva y encuentra lógico que se le tenga que pedir que haga las cosas, la mujer se convierte en el «manager del hogar”.
Este fenómeno fue descrito por la socióloga Susan Walzer en 1996, en su estudio titulado “Thinking About The Baby”. Tras entrevistar a 23 parejas que habían tenido hijos en los 12 meses anteriores, dedujo que las mujeres asumen el peso de la educación del niño y el mantenimiento del ambiente doméstico en el plano mental, emocional e intelectual.
La socióloga constata que las mujeres se preocupan, organizan y delegan más que su pareja. Incluso cuando las tareas domésticas se dividen por igual con el padre, son ellas las que establecen la lista de cosas por hacer.
Un fenómeno que se percibe distinto según el momento vital
Camille, de 30 años y madre de dos niños pequeños, comenta: «Antes de casarme y tener niños, ya sentía esto en las cosas sencillas, como comprar la pasta de dientes, pensar en la decoración del apartamento… tengo la impresión de que los hombres tienen la tendencia a dejarse llevar desde el momento en que empiezan su vida de pareja». Sin embargo, admite que esto no le afectaba, hasta que llegó el primer niño.
Emma describe el círculo vicioso en el que quedan atrapadas las mamás jóvenes. Mientras el papá vuelve al trabajo apenas dos semanas después del parto (en los países más afortunados), la madre se encuentra con todo un abanico que cosas que hacer para gestionar el día a día del recién nacido. Cuando vuelve al trabajo, la mujer prefiere seguir haciendo esas cosas en vez de delegarlas al padre… simplemente por hacerlas desde antes.
«Durante el embarazo, toda la carga mental reposa naturalmente en la madre, pues es ella quien lleva al niño. Es ella quien toma las citas de las ecografías, quien es seguida por el médico…», añade Camille. «Durante el permiso de maternidad es ella quien tiene todo el tiempo para dedicarse al niño».
Y añade: «El padre no se da cuenta del grado de implicación que representa esta carga mental. Al final, una se siente incomprendida. Después de nacer mi segundo hijo, yo percibía que esta carga se convertía en algo agobiante. Estaba tan cerca del burn-out que estaba deseando volver a trabajar».
Al volver al trabajo es cuando la situación se vuelve insostenible, pues la carga mental -personal y profesional- es agotadora. Camille piensa que «a pesar de todo, intentamos mantener la carga mental para sentirnos conectadas al niño. Pero hay que saber soltar y actuar rápidamente desde la vuelta al trabajo, antes de encontrarse totalmente hundidas».
¿Cómo hacer de la carga mental un proyecto llevado entre dos?
Saber soltar antes de hundirse, la cuestión está justo allí. Algunos internautas hombres comentan: «Si quieren que dejemos de ser meros ‘ejecutores’, quizás ustedes mujeres deben dejar de decirnos – cuando hacemos algo sin consultarles – que tal cosa hay que hacerla de otra manera, o que no había que hacerla…»
Y continúan: «Claro que hacemos las cosas de forma distinta a las mujeres, pero hay poco que discutir: hacemos las cosas así. Es nuestra forma de hacer las cosas. Cuando uno se acostumbra a oír constantemente que eso no hay que hacerlo así, sino asá, al final se resigna a esperar a que le den órdenes».
Isabelle Nicolas, terapeuta de pareja, confirma la importancia de saber dejar espacio al otro: «No se trata solo de delegar, sino de dejar hacer. Si las cosas no se hacen como uno quisiera que se hicieran, hay que morderse la lengua».
Según la experta, la carga mental no es una fatalidad femenina, y podemos decidir repartirla entre la pareja: «Una pareja y una familia son dos adultos que crean un sistema. Nada se coloca espontáneamente en su lugar. Si uno espera que las cosas se organicen por sí solas, no sucede, y uno de los dos acaba por gestionar todo solo. Realmente hay que decidir repartir la carga mental entre marido y mujer, y que cada uno sea el organizador de su propio sector».
Como en una empresa, se trata de hacer brainstorming para poner en marcha un sistema que corresponda bien al proyecto de vida de la pareja. Este engranaje puede evolucionar con el cambio de las situaciones profesionales y de las aspiraciones personales de los cónyuges. Así, uno puede ser el «jefe de compras», y después pasar a gestionar la tarea de las actividades extra escolares de los niños en otro momento de la vida.
Lo esencial es que cada uno gestione su tarea de la A a la Z, y esto incluye, evidentemente, la carga mental ligada al asunto. Pero Isabelle insiste en el hecho de que no se convierta en un campo privado:
«Aunque uno sea el responsable, siempre hay que consultar al otro, que no debe convertirse en un extraño en su propia casa».
Para poner en marcha una organización que funcione, Isabelle aconseja escribir en la agenda profesional de cada uno sus tareas personales, pero teniendo un calendario de referencia, en casa, donde se anotan las tareas de cada uno. Si un día uno tiene una reunión a una hora intempestiva, el otro debe saberlo para poder organizarse.
«Lo importante es no apegarse a un sistema que no nos ayuda. Si supone para uno de los dos un cambio de estado anímico o un agotamiento, hay que hablar para cambiar el procedimiento antes de sentirse totalmente hundido. En todo caso, si se vive mal algo y no se dice nada, uno es responsable de que la cosa no cambie».
Para finalizar, la experta añade que: «Hay una satisfacción increíble cuando ambos gestionan juntos el ambiente doméstico: ¡se crea una admiración mutua! ¡Qué hermoso saber que uno puede contar con el otro, que bello admirar que contribuya a mantener de pie nuestro proyecto de vida en común!».
Entre los buenos consejos, Isabelle comparte también una bella frase que su marido dice siempre a sus amigos y a las parejas jóvenes que se preparan al matrimonio:
No es que yo ayude a mi mujer: yo gestiono mi casa con ella».
Natgulde de Robien, Aleteia
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