Compartimos esta historia con el permiso de la protagonista con la intención de ayudar a otros a partir de su experiencia.
En el consultorio Aleteia, Rebeca interrumpió su charla para sollozar y, luego, sobreponiéndose me dijo:
— Como le decía, llevo cinco años casada con un buen hombre al que amo sinceramente, y, aun así, no puedo olvidar a mi primer esposo, muerto en un accidente a los dos años de casados. Lo recuerdo y sueño con mucha frecuencia, tanto que en mi interior he llegado a sentirlo como una forma de infidelidad.
— ¿Qué es lo que más recuerda de su esposo fallecido?
— La ternura, delicadeza, generosidad y comprensión con que me trataba – me contestó reseñando las bondades del comportamiento humano amoroso, mientras se notaba en ella un gesto de cierto pesar.
— Lo dice como si hubiese además algo triste en sus recuerdos – le comenté con delicadeza.
— Sí, entonces tenía veinticinco años, y aun cuando estaba enamorada, tenía conductas muy tóxicas por las que no fui capaz de hacerlo feliz, como se merecía. Me doy cuenta ahora que han pasado los años. Me siento muy afortunada porque nuevamente me casé con un buen hombre. Por ello desearía sinceramente lograr ser mejor en el amor y dejar ir el pasado.
— La comprendo, pasa cuando en la etapa del duelo, alguno de estos sentimientos no sana y se vuelve crónico – le aclaré.- ¿Qué le duele más? ¿El hermoso recuerdo de aquellos sentimientos de su difunto esposo o el amor justo y debido al que usted no supo corresponder?
— Ambas cosas.
— Bueno, los recuerdos, recuerdos son, y cuando duelen, la mejor forma de sobrellevarlos, quizá, de por vida. Es purificando el corazón a través de la humildad, de manera que dejen de ser remordimientos, como en su caso.
—¿Humildad?
—Así es, se necesita para aprender a perdonarse a sí misma, admitiendo tanto lo malo como lo bueno en su vida, y desde esa realidad, enfrentar su presente. Significa que siendo imposible rehacer el pasado, hace bien en reconocer sus culpas, pero debe hacerlo confiada en la misericordia del Dios de su fe, para sentirse perdonada.
Luego, al sentirse perdonada, deberá reconocer que usted ya no es la misma persona, que ha madurado, de ahí el dolor de sus recuerdos. Que, si esta madurez que ha logrado, la hubiera tenido entonces, su conducta habría sido diferente. Por lo que la Rebeca perdonada por Dios debe aprender a perdonar a la Rebeca de entonces.
Este principio de humanidad aplica en la vida de las personas que han sufrido pérdidas de separación por la muerte o duros rompimientos. Pues aun habiendo cometido un error, jamás se pierde el derecho reconstruir la propia vida.
Luego en su caso, el siguiente paso es darle a su actual esposo lo que le pertenece, y que es lo mismo que recibió usted del amor de su difunto esposo: ternura, delicadeza, generosidad y comprensión.
Y así no dudara de su fidelidad en lo que piense, diga o haga por su actual esposo.
Para ello, lo que necesita es, ante todo, buena voluntad, para recomenzar cada día esforzándose por ser un poco mejor, pues ciertamente existe una “perfección en el amor” que todos podemos alcanzar, y consiste en la voluntad de amar siempre más y mejor a pesar de nuestros defectos y limitaciones.
De esa manera, el recuerdo de su primer matrimonio puede muy bien acompañarla toda su vida, más será un recuerdo que la purificará y no afectará la libertad de sus sentimientos, lo que le permitirá desarrollar su capacidad de amar y ser feliz.
Rebeca pudo superar las etapas de su duelo sin perder la paz y con la seguridad de que, finalmente cerrarían las heridas al esforzarse por vivir la perfección de su amor.
Redactada por Orfa Astorga de Lira. Orientadora familiar.Universidad de Navarra. Aleteia
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