La Eucaristía no es una devoción sino una presencia personal y real de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Merece todo honor y toda alabanza. Las devociones quedan para los santos. La Virgen Madre con su misión materna queda en un lugar especial.
Presencia Eucarística. El papa Pablo VI en su encíclica sobre la Eucaristía señala seis presencias de Dios en el mundo. “Pero es muy otro el modo, verdaderamente sublime, con el cual Cristo está presente a su Iglesia en el sacramento de la Eucaristía, que por eso es entre los demás Sacramentos <<el más suave por la devoción, el más bello por la inteligencia, el más santo por el contenido>>; ya que contiene al mismo Cristo y es <<como la perfección de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos>>.
Dedicar un tiempo ante Jesucristo Sacramentado, es gozar de la misma presencia que Jesús tenía en el Evangelio, pero de otra manera. Nosotros hoy somos los leprosos, los paralíticos, Zaqueo, la Magdalena, las Hermanas de Lázaro, el Centurión, la Hemorroísa. Desde la Eucaristía tiene la misma fuerza y el mismo amor. Disfrutemos de su presencia en cuanto podamos. Dialoguemos con Él. Presentémosle nuestros deseos de santidad, de que las personas se salven, que su Pasión Muerte y Resurrección no sea desperdiciada. Nuestras preocupaciones, nuestros dolores… Está lleno de misericordia.
San Antonio Maria Claret sentía así su visita al Santísimo: Delante del Santísimo Sacramento siento una fe tan viva que no lo puedo explicar. Casi me parece sensible, y estoy continuamente besando sus llagas y quedo, finalmente, abrazado con Él. Siempre tengo que separarme y arrancarme con violencia de su divina presencia cuando llega la hora”.
Las realidades más valiosas de la Liturgia están en torno a la Eucaristía: cálices, patenas, ornamentos etc. Cuántas Religiosas de hábito y vida austera miman lo referente a la Eucaristía. El santo Cura de Ars cuando iba a las tiendas de Liturgia de Lyon, decía a los empleados: ¿No tiene algo mejor? Austero consigo mismo, generoso con el Señor Sacramentado. Las procesiones por nuestras calles son el convencimiento de que Él es el Señor del orden cívico y social.
Alimento para el camino. El profeta Elías, huyendo de Jezabel, fue alimentado por el Señor para continuar el camino: <<Elías se levantó, comió, bebió y, con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y curenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios”. (1 Re, 19, 8) San juan habla en su capítulo sexto de la eucaristía como alimento: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. (Jn 6,55) El escándalo que se armó fue mayúsculo. No solo entre los dirigentes judíos sino también entre algunos de sus seguidores. Se macharon. Se escandalizaban los paganos que pensaban que los cristianos comían carne humana en sus reuniones. Cuando los enemigos de la fe quieren darnos donde más nos duele, profanan las Sagradas Formas. Esta presencia de la Eucaristía como alimento es la garantía de nuestro caminar hacia la eternidad. Con el Viático nos abre el camino definitivo al encuentro con el Señor Resucitado. Para llegar hasta este punto, necesitamos fuerza para caminar. El camino, a veces se hace largo y duro.
Primero: El enemigo ataca: “Pongo hostilidades entre ti y la mujer, entre su descendencia y su descendencia; Esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en talón” (Gn 3, 15) “Y llenó de ira el dragón contra la mujer, y se fue a hacer la guerra al resto de su descendencia, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17) No cesa el combate. Tenemos que ser fortalecidos con el Pan de Vida. El enemigo llega siempre con la tentación de la muerte.
Segundo: Es una lástima que mayoría de los cristianos pongamos nuestra meta en evitar el pecado; cuando la Eucaristía nos posibilita crecer hasta transformarnos en Cristo Jesús. “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gl 2, 20). “Porque a los que había conocido de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8, 29) “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Fl 2, 5). Nuestra vocación es la santidad: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1Ts 4, 3). “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos” (Ef 1, $). No frustremos este proyecto amoroso de Dios sobre nosotros. No seamos aves de corral pudiendo ser águilas en las alturas. La eucaristía es un elemento clave en este ilusionante camino.
Preparemos bien la recepción de la Eucaristía. Medio día ansiando al Señor y medio día de acción de gracias. Siempre en gracia de Dios. Si alguna ez no podemos confesarnos antes, un acto de perfecta contrición, y confesarnos cuanto antes.
En cuanto al modo de recibirla, sigamos siempre el criterio y orientaciones de la Iglesia. No debemos dar más autoridad a una revelación o un santo que al criterio de la Iglesia. No seamos distintos por los gestos externos sino por la preparación del corazón. Intentemos no ser raros por el exterior. No juguemos a buenos y malos.
Vivir la Eucaristía. Unas indicaciones que pueden ayudarnos a vivir mejor nuestra Eucaristía tan frecuente como podamos.
Señal de la Cruz. Iniciamos la celebración con el signo del cristiano. Nos recuerda que en el altar hacemos presente la Muerte y resurrección de Jesús y que somos cristianos por su poder. Capaces de participar en el misterio eucarístico.
A la acción humana de perdón, glorificación y de súplica, responde la acción de Dios con su palabra: Lecturas, homilía y credo.
Ofertorio: El alimento de mi vida que presento: pan y vino.
Se convierten en pan de vida y cáliz de salvación, mediante la oración de consagración. En este momento experimentamos la unidad de todo la Iglesia. Desde el Prefacio estamos unidos con la Iglesia del cielo y los hermanos de la tierra. Ofrecemos al Padre el Cordero Degollado. Único don perfecto e intercedemos por la Iglesia que camina en la tierra.
El AMÉN final de la oración de la Consagración es importante. Nos unimos a la plegaria que el Sacerdote ha pronunciado en nombre de Cristo. San Jerónimo dice que cuando los cristianos lo decían en Roma, lo pronunciaban con tal fuerza, que temblaban los templos paganos.
Que recibimos en la Comunión. Para identificarnos con Cristo y estar bien armados para luchar contra los enemigos que nos acechan.
Podéis ir en Paz. No es un grito de tranquilidad y pasivo. En paz y dichosos por haber participado en la Eucaristía, pero en guerra contra todo lo que contradiga cuanto hemos celebrado.
JULIO SÁINZ TORRES Rel
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