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jueves, 6 de agosto de 2020

El Evangelio de hoy

ChristianArt
Mt 17, 1-9Transfiguración de Nuestro Señor
Árbol Iluminado, Fotografía de Victor Schietti (nacido en 1986), Ejecutado en 2016, Impresión Giclee
, © Schietti Photografia
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. 
Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levántense y no teman”. Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”.
Palabra del Señor

Comentario


Bulle
San Antonio de Padua (1195-1231)
franciscano, doctor de la Iglesia
Sermón del domingo de la Septuagésima (Une Parole évangélique, Franciscaines, 1995), trad. sc©evangelizo.org

Contemplar el rostro de Cristo
“Se transfiguró en presencia de ellos” (Mt 17,2). Sobre esta figura moldéate como cera, para que se imprima la imagen de Cristo, del que está escrito: “Su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve” (cf. Mt 17,2; Lc 9,29). En este pasaje hay que considerar cuatro cosas: el rostro, el sol, las vestiduras y la nieve. En la parte anterior de la cabeza, que se llama rostro del hombre, existen tres sentidos, organizados y dispuestos de una forma admirable. La vista, el olfato, el gusto. De una forma análoga, en el rostro de nuestra alma, existe la visión de la fe, el olfato de la discreción y el gusto de la contemplación. (…)
En el sol hay claridad, blancura y calor. La claridad del sol conviene perfectamente a la visión de la fe, que con la claridad de su luz percibe y cree en las realidades invisibles. ¡El rostro de nuestra alma resplandezca como el sol! ¡Lo que vemos con la fe, brille en nuestras obras! ¡El bien que percibimos con nuestros ojos interiores, se realice exteriormente en la pureza de nuestras acciones! ¡Lo que gustamos de Dios en la contemplación, se transforme en calor de amor al prójimo! Así, como el rostro de Jesús, nuestro rostro resplandecerá como el sol.





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