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Mc 6, 17-29 | | El hombre se fue y decapitó a San Juan Bautista |
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La decapitación de San Juan Bautista, esculpida en Flandes, alrededor de 1600, boj tallado
© Victoria & Albert Museum, London |
En aquel tiempo, Herodes había mandado apresar a Juan el Bautista y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: “No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano”. Por eso Herodes lo mandó encarcelar. Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida, pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.
La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: “Pídeme lo que quieras y yo te lo daré”. Y le juró varias veces: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”. Ella fue a preguntarle a su madre: “¿Qué le pido?” Su madre le contestó: “La cabeza de Juan el Bautista”. Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: “Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista”. El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.
Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
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Comentario
Precursor en la muerte como en la vida
Ilustre precurso de la gracia y mensajero de la verdad, |
Juan Bautista, la antorcha de Cristo, |
llega a ser el evangelista de la Luz eterna. |
El testimonio profético que no cesó de dar, |
en su mensaje, toda su vida y su actividad, |
hoy lo signa con su sangre y su martirio. |
Siempre había precedido a su Maestro: |
Naciendo, había anunciado su venida al mundo. |
Bautizando a los penitentes en el Jordán, |
había prefigurado a aquél que venía a instituir su bautismo. |
Y la muerte de Cristo Redentor, su Salvador, |
que dio vida al mundo, |
Juan Bautista la vivió también antes, |
derramando su sangre por él, por amor. |
Un tirano cruel lo escondió en una prisión y entre hierros, |
en Cristo, las cadenas no pueden atar |
a aquel a quien un corazón libre abre al Reino. |
¿Cómo la oscuridad y las torturas de un oscuro calabozo |
podían cambiar la razón de aquel que ve la gloria de Cristo, |
y que de él recibe los dones del Espíritu? |
Gustosamente ofrece su cabeza a la espada del verdugo; |
¿cómo podía perder su cabeza aquel que tiene por Jefe a Cristo? |
Es dichoso por acabar hoy su misión de precursor |
saliendo de este mundo. |
Aquel de quien había dado testimonio viviendo, |
Cristo que viene y que está allí, |
proclama hoy su muerte. |
El país de los muertos |
¿podía retener a este mensajero que se le escapa? |
Los justos, los profetas y los mártires se gozan, |
yendo con él al encuentro del Salvador. |
Todos rodean a Juan con su alabanza y su amor. |
Con él, suplican desde ahora a Cristo de ir hacia los suyos. |
Oh gran precursor del Redentor, no va a tardar el que libera de la muerte para siempre. |
¡Conducido por tu Señor, entra, con los santos, en la gloria! (EDD) |
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