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domingo, 24 de julio de 2022

Evangelio del día

 

Evangelio según San Lucas 11,1-13.

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".
El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino;
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes,
porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle',
y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente?
¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!".


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Bulle

Juliana de Norwich (1342-después de 1416)
reclusa inglesa
Revelaciones del amor divino, cap. 41: 14º revelación (Revelations of Divine Love, c. 41), trad. sc©evangelizo.org


“Llamen y la puerta les será abierta”

Después de esto, nuestro Señor me hizo una revelación sobre la oración; en ella vi dos condiciones: una, la rectitud; la otra, la confianza firme. Muy a menudo nuestra confianza no es completa, pues no estamos seguros que Dios nos escuche, debido, pensamos, a que no somos dignos de ello y también porque no sentimos nada en absoluto. Con frecuencia nos encontramos tan vacíos y secos después de nuestras oraciones como lo estábamos antes. Y cuando nos sentimos de esa manera, es nuestra locura la causa de nuestra debilidad, así lo he experimentado en mí misma. Súbitamente nuestro Señor trajo todo esto a mi espíritu y me reveló estas palabras: “Yo soy el fundamento de tu súplica. Primero, es mi voluntad hacerte este don, luego hago de modo que lo desees y después que supliques por él. Si tú suplicas, ¿cómo podría suceder que no obtuvieras lo que pides?”
Nuestro Señor transmite una gran confianza. (…) Cuando dice: “Si tú suplicas”, muestra el gran deleite que le causa nuestra súplica y la recompensa infinita que por ella nos otorgará. Cuando dice: ”¿Cómo podría ser...?”, se habla como de una imposibilidad; pues nada podría ser más imposible que el que nosotros buscáramos misericordia y gracia y no la obtuviéramos. Porque todo lo que nuestro buen Señor nos hace suplicar, él mismo lo ha ordenado para nosotros desde toda la eternidad. Así, podemos ver aquí que no es nuestra súplica, sino su propia bondad, la causa de la bondad y la gracia que él nos da. Y esto es lo que realmente revela en todas estas dulces palabras, cuando dice: «Yo soy el fundamento». (…)
La súplica es un deseo sincero, gracioso y perseverante del alma, unida e incorporada a la voluntad de nuestro Señor por la dulce y secreta operación del Espíritu Santo. Nuestro Señor es el primer receptor de nuestra oración, según yo lo vi. La acepta con el mayor agradecimiento, y muy regocijado la envía al cielo, depositándola en un tesoro donde nunca perecerá. Allí, ante Dios y todos sus santos, es continuamente recibida, beneficiándonos siempre en nuestras necesidades. Y cuando alcancemos la bienaventuranza, se nos dará como una medida de alegría, con un agradecimiento infinito y glorioso por su parte.(EDD)

Oración

Pedir el don de la oración

¡Oh vida de mi vida, Cristo santo! 

¿A dónde voy de tu hermosura huyendo? 

¿Cómo es posible que tu rostro ofendo,

 que me mira bañado en sangre y llanto?

A mí mismo me doy confuso espanto, 

de ver que me conozco y no me enmiendo; 

ya el Ángel de mi guarda está diciendo, 

que me avergüence de ofenderte tanto.

Detén con esas manos mis perdidos pasos, mi dulce amor;

 ¿mas de qué suerte las pide quien las clava con la suyas?

¡Ay Dios!, ¿a dónde estaban mis sentidos, 

que las espaldas pude yo volverte, 

mirando en una cruz por mí las tuyas?

 (A Cristo en la cruz.Soneto de Lope de Vega)




















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