Conoce lo que te hace caer y cómo luchar para ganar una batalla espiritual crucial. Por el escritor Claudio de Castro
«Soporta las dificultades como un buen soldado de Cristo Jesús»
2 Timoteo 2, 3
Todo empieza con una leve mirada, un pensamiento pasajero, un deseo. Es tan inesperado que al principio no le das importancia. La verdad es que muchas veces te toma desprevenido.
Debes orar, la oración te fortalece el alma y te ayuda a resistir las tentaciones, que siempre llegan, sobre todo en el momento que menos las esperamos.
Y es que el diablo no te va a soltar tan fácilmente. Te odia y desea causarte el mayor mal. Pero no puede, mientras lo mantengas a raya, en la distancia.
La verdad es que si abandonas la oración cotidiana, serás presa fácil del maligno.
Suele ocurrir con un pecado pequeño. Lo dejas rondar, no te confiesas ni te arrepientes. Va empeorando con los días.
Y no es algo que te cuente y tú pienses: “Vaya qué novedad”. Estoy seguro que lo sabes. Todo pecado es una ofensa grande al amor de Dios. Y no hay pecado por pequeño que sea que quede oculto. Dios todo lo ve y lo sabe.
No peques más
Ceo que alguna vez te he compartido esta historia. Es muy edificante. Es un cuento infantil sobre un campesino al que su cosecha se le dañó.
Veía con envidia los sembradíos saludables y hermosos de su vecino que cada día crecían en abundancia.
Una mañana decidió robarle algunas verduras y frutas. Seguro, nadie se daría cuenta. Fue con su hijo pequeño y le encomendó:
—Si descubres que alguien se acerca o alguien me ve, avísame enseguida.
Y cruzó al sembradío del vecino.
No habían pasado tres minutos cuando el niño empieza a gritar:
—Papá, te están viendo.
Pero el papá no veía a nadie cerca y siguió robando. Ante la insistencia de su hijo, se cansó, cruzó a su terreno y le preguntó:
—Hijo, no hay nadie extraño, solo estamos tu y yo. ¿Quién me ve?
El niño sollozando avergonzado ante la actitud de su padre le respondió:
—Papá, Dios te ve.
Salva tu alma
Sí, amable lector, Dios te ve. Todo lo ve, incluso lo que te parece insignificante. Por favor no sigas ofendiéndolo.
Cambia tu vida. Salva tu alma.
Es algo en lo que debes reflexionar. Hablamos de tu eternidad.
Es tan serio que la Biblia nos dice que hasta de las palabras que digamos seremos juzgados:
«Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio”.
Mateo 12
Las peores tentaciones
El diablo tiene predilección por ciertas tentaciones sobre todo las de la carne. Pero hay otras más fuertes que nos hacen caer con más estruendo.
«No participes en conversaciones inútiles y extrañas a la fe, que solamente hacen progresar en la ignorancia de Dios»
2º Carta a Timoteo, 2, 16
Mi mayor tentación suele ser el desánimo. No sé si te pasa igual. Ocurre en los grupos de la Iglesia cuando sientes que no te toman en cuenta. ¡Qué hábil es el demonio para hacer daño!
Como escritor es una tentación recurrente. La verdad es que no estamos llamados a ver los frutos de nuestros escritos sino a sembrar las semillas de fe y esperanza en los corazones de los demás. Verlas germinar y dar frutos de eternidad le corresponderá a otros, no a nosotros.
Jesús espera más de ti
¿Te has preguntado alguna vez qué es lo que más le duele a Jesús de nuestras actitudes?
Si supieras cuánto le duele a Jesús cada vez que tu mirada es ocasión de pecado, o tus palabras y pensamientos…
Hagamos lo que Jesús nos pide, dejemos de pecar y caminemos con la mirada puesta en el Paraíso.
En Aleteia te brindamos una receta muy efectiva contra las fuertes tentaciones que sufres. Debes leer este precioso escrito:
La receta infalible contra las tentaciones que alejan de Dios
Juan Barbudo Sepúlveda - publicado el 28/03/17
¡Quiero una vida contigo, Jesús!
El desierto es un lugar para experimentar el silencio, la aridez, la soledad. Todo desierto impone porque no hay absolutamente nada a tu alrededor y percibes lo frágil y pequeña que es tu naturaleza en medio de ese inmenso mar de arena. También percibes la grandeza de Dios en el silencio y el abandono del desierto. No hay nada que te distraiga. Toda esa aridez habla de nuestra única fuente que es Dios.
El desierto es un lugar privilegiado para encontrarse con Dios cara a cara. Son muchos los hombres y las mujeres que a lo largo de la historia se han retirado al desierto para estar a solas con Dios y vivir allí una vida exclusivamente dedicada a Él, sólo a Él, sin distracciones, sin cosas banales ni superfluas. Solo Dios basta.
El desierto también es un lugar de tentaciones. Es allí donde también surgen antiguos fantasmas que intentan alejarnos de nuestro centro y hacernos renegar de nuestra esencia más profunda.
Tal vez sea por la cercanía tan especial con Dios, o tal vez también por los sacrificios que implica aguantar las adversidades de un desierto. La dureza del desierto hace que surja con fuerza la tentación que se nos presenta bajo forma de bien: “¿Qué necesidad tienes de sufrir cuando estarías más cómodo en tu casa? ¿Estás seguro de qué es Dios a quien te has encontrado, no es una sugestión? Si fuese Dios de verdad, no te dejaría sólo y abandonado en un desierto”.
Esta misma tentación la tuvo el pueblo de Israel, que habiendo sido liberado de la esclavitud y recibiendo la promesa y el regalo de Dios de habitar una tierra prometida, empieza a dudar de esa promesa cuando se ve en medio del desierto y tiene que soportar el hambre y otras adversidades.
Aparecen los fantasmas de la duda y la desconfianza de Dios. Surge la tentación de hacer su propio plan, de volver atrás aunque ello implique volver a la esclavitud.
La tentación es siempre un engaño. Se nos presenta un mal, una actitud de rebeldía hacia Dios, bajo forma de bien y de felicidad.
El que cae en la tentación normalmente no tiene la intención de hacer el mal que no desea, sino que, simplemente, se ha dejado arrastrar por una felicidad o un bien que no es real y que está fuera de la órbita de Dios.
Lo que está en el fondo de la tentación es un apartarse de Dios y poner en el centro otras cosas, tal vez urgentes, pero superfluas e innecesarias al final.
Somos mucho más tentados de lo que creemos. El mayor tentador es el demonio. No le interesa que estemos cerca de Dios. No nos quiere bien y por eso su mayor afán es apartarnos del amor de Dios y hacernos caer en el pecado.
Jesús deja al descubierto las intenciones del demonio. Éste lo que quiere es seducirnos con los bienes materiales y convencernos de súper poderes inexistentes. Intenta presentarnos un mundo mejor y más feliz pero por nuestra cuenta, sin Dios.
Aquí está la receta frente a las tentaciones: estar muy unidos al Espíritu Santo. Implorar su ayuda para dilucidar y ver el engaño y la falacia en tantos argumentos, aparentemente buenos, que nos presenta nuestro mundo.
Tenemos que contar siempre con la ayuda de Jesús que vence todas las tentaciones y al que las provoca. No en vano, una de las frases que reza Jesús dirigiéndose al Padre es la de: “No nos dejes caer en la tentación y líbranos de todo mal.”
No quiero hacer mi propio plan, no quiero trazar un camino paralelo a Dios. ¡Quiero una vida con Dios! Señor, ¡no me dejes caer en la tentación!
Por el padre Juan
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