El duelo perinatal se entiende comúnmente como la muerte que ocurre antes del nacimiento, durante el nacimiento o poco después
En los últimos años, la atención a las muertes perinatales ha aumentado progresivamente por parte de la comunidad científica y la sociedad. Sin embargo, el tema sigue siendo sustancialmente invisible en los debates mundiales sobre la salud materna y neonatal.
El duelo perinatal se entiende comúnmente como la muerte que ocurre antes del nacimiento, durante el nacimiento o poco después. Un interesante artículo de Gabriella Gandino, psicóloga y psicoterapeuta, en el nuevo número de Psicología Contemporánea aborda este delicado tema.
Naturaleza y tamaño del fenómeno
Desde un punto de vista estrictamente médico, la OMS define la «muerte perinatal» como la pérdida de un hijo que se produjo entre la semana 28 de gestación y los 7 días posteriores al parto; mientras que el término «muerte prenatal» se refiere a las muertes totales que ocurrieron durante todo el embarazo (quaderniacp.it).
Esta distinción necesaria para esclarecer las causas de muerte y planificar rutas diagnósticas específicas para el período gestacional, así como para interpretar correctamente los datos estadísticos, no debe representar una distinción desde el punto de vista psicológico y psicosocial.
De hecho, el duelo perinatal no tiene en cuenta la división por semanas de embarazo, y los estudios realizados sobre este tema muestran claramente cómo la pérdida, perinatal o prenatal, implica reacciones muy específicas independientemente de la edad gestacional y las causas subyacentes de la muerte (Ibidem).
También es necesario tener en cuenta que la muerte durante el embarazo, en el momento del parto o después del parto, muy frecuente en el pasado, ahora se percibe en las sociedades occidentales como un evento raro y, por lo tanto, considerado marginal tanto por la opinión pública como por las instituciones.
En realidad, esto no puede considerarse un «problema del pasado», incluso en la parte del mundo de altos ingresos. En Italia, uno de cada seis embarazos termina, con mayor frecuencia en la primera mitad del embarazo y más raramente en el último trimestre, con la muerte del hijo esperado.
La experiencia psicológica y social del trauma
A pesar de las dimensiones nada despreciables del fenómeno, quienes viven esta experiencia perciben que todavía con demasiada frecuencia se la considera un «no evento» (quaderniacp.it).
Rara vez en el ámbito social es posible contemplar que la muerte de un niño antes de nacer o incluso recién nacido pueda desencadenar una experiencia de duelo porque esta muerte se considera demasiado temprana, y por lo tanto el niño fue vivido y percibido solo dentro del útero materno. La mayoría se pregunta: «¿Cómo lo extrañas?», «¿Cuál es la razón de este sufrimiento?»,»¿Cómo es posible amar a alguien que no se ha visto nacer?» (Ibídem).
Los datos científicos y los sentimientos de los involucrados en la pérdida enseñan en cambio cómo estas muertes provocan un dolor traumático real, tanto más difícil de manejar cuanto más minimizado y negado es por uno mismo, por los seres queridos y por el contexto sociocultural de referencia.
Luto perinatal: un dolor sordo
La pérdida que se produce durante el embarazo afecta a la mujer en varios niveles: físico, psicológico y relacional.
La embarazada, como afirma el Dr. Gandino, se encuentra en la condición límite de vivir la muerte dentro de sí misma. Y su cuerpo, que estaba preparado para acoger y dar a luz a la vida, se convierte en el lugar de un dolor sordo, difícil de expresar y elaborar.
Muchas mujeres experimentan emociones complejas: sensación de fracaso, incredulidad, ira, aturdimiento, vergüenza, culpa, tristeza, soledad, malentendidos (quaderniacp.it). Por tanto, corren el riesgo de afrontar un duelo complicado y desarrollar una psicopatología que se manifiesta mayoritariamente con ansiedad, depresión y, en los casos más graves, trastorno de estrés postraumático (Psicología Contemporánea).
El trauma se extiende en círculos concéntricos
El impacto de la pérdida trasciende la experiencia de la mujer, prosigue el médico, expandiéndose a círculos concéntricos como si fuera una piedra arrojada al estanque que con las olas generadas puede golpear al padre, la familia extensa, el círculo de amigos, los trabajadores de la salud involucrados.
Incluso el vínculo de pareja puede sufrir conmociones muy fuertes, hasta el punto de ser incluso ruinoso.
Mientras que las mujeres se inclinan a expresar sus vivencias, los hombres tienden a reaccionar ante la experiencia adoptando una actitud activa, encaminada a satisfacer las diversas necesidades concretas que surgen, complaciendo así la presión social implícita de atenuar hasta silenciar las emociones que surgen.
Al tender también a posponer las manifestaciones de su sufrimiento, corren el riesgo de una prolongada elaboración del duelo que, por tanto, se vive de forma asincrónica y asintomática con respecto al de su pareja (Psicología Contemporánea).
La reacción femenina y masculina al duelo perinatal
La diversidad de la reacción femenina y masculina al duelo y en la expresión del dolor puede generar un muro de incomprensión e incomunicabilidad en la pareja en la que cada uno es incapaz de expresarse como quisiera, ni de comprender plenamente al otro.
Las emociones negativas que están imbuidas de todo el ámbito familiar, incluido el extendido, también pueden contagiar a quienes en la literatura científica se definen como «dolientes olvidados»: seres queridos que, no siendo afectados directamente por la pérdida tanto como la mujer y la pareja, es como si no estuvieran autorizados a expresar el duelo, encontrándose en la desagradable posición de tener que encontrar un compromiso entre la necesidad de expresar su sufrimiento y la necesidad de asfixiarlo para poder sostener al mucho más legítimo de los padres. (Ibidem).
La trampa de las diversas formas de silencio
El silencio puede parecer un aliado precioso para los padres desaparecidos, los miembros de la familia y su círculo de amigos. Mantenerse en silencio permite a la pareja protegerse de las miradas intrusivas de los demás y de los que los rodean para no ser atacados por un dolor que puede volverse difícil de manejar.
A veces evita hablar de ello como si el embarazo en sí nunca hubiera tenido lugar. En otras ocasiones, se pronuncian frases circunstanciales, con intenciones ciertamente benévolas, pero que se traducen en un aumento de la distancia emocional y los malentendidos: «¡Eres joven, puedes tener otro!», o «Tú tienes ya un niño, ¿de qué te estás quejando? » (Psicología Contemporánea).
No entienden, entre otras cosas, que, especialmente para una mujer, ningún niño nacido antes o después puede en modo alguno sustituir la pérdida del que llevaba en su vientre.
Organizar un rito de despedida y entierro
El silencio y el cierre, actuado de manera más o menos visible, fortalecen el circuito patógeno que dificulta la elaboración del duelo, aumentando la probabilidad de su fracaso o solo resolución parcial. Otro tipo de silencio también es relevante para el proceso de superación de la pérdida.
De la historia de mujeres y parejas en duelo, especialmente cuando el niño se perdió en la segunda mitad de la gestación o en el término completo, se desprende que habiendo descubierto en retrospectiva que en el hospital, durante el evento traumático, pudo haber optado por conocer el niño, tocarlo y levantarlo, organizar un rito de despedida y enterrarlo, fue extremadamente doloroso. Se sintieron despojados de una experiencia esencial que podría ayudarles a reconocer la realidad de la muerte y afrontar mejor el dolor.
Humanizar el duelo
Para abordar adecuadamente el trauma del duelo perinatal, además de implementar acciones de sensibilización social y cultural más incisivas que aún hoy son insuficientes, es fundamental recibir una atención integral ya en el hospital que incluya tanto la atención física como la atención psicológica centrada en la persona para reducir el impacto traumático de esta experiencia.
Además, en este contexto también es fundamental que la pareja esté informada de la posibilidad de optar por quedarse con su hijo muerto, conocerlo fuera del vientre y recoger recuerdos preciosos, así como despedirse de él con una despedida que tenga un rito y con entierro.
Antes del alta y el regreso a casa, es importante que los padres reciban información sobre la presencia en su territorio de grupos de autoayuda (AMA) y mesas de apoyo psicológico para consultar en caso de necesidad (quaderniacp.it). Los médicos de cabecera, pediatras, ginecólogos y personal de salud obstétrica también deberían estar más capacitados en el tema.
Silvia Lucchetti, Aleteia
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