Puedes empezar por preguntarte:
¿Qué tan alegre estás con tu vida?
A los hijos hay que dedicarles tiempo, recursos económicos, estar al pendiente de sus necesidades y apoyarlos en todo lo que sea necesario. Eso los ayuda mucho a crecer con seguridad y confianza. Pero falta un ingrediente muy importante, que tenemos que darles. Que es nuestra alegría.
¿Cómo vamos a darles alegría, si nosotros mismos no la tenemos? Allí está el dilema, pues no se puede dar lo que no se tiene. Es como el idioma que les enseñamos a nuestros hijos: es el que nosotros sabemos, con el que nos comunicamos con ellos.
Recientemente conviví con una familia que tenía un hijo de 4 años y una hija de 7. Esos días que los observé, me di cuenta de lo atentos y dedicados que son con sus hijos, desde las reglas de aseo hasta la agenda de vida. Realmente se puede notar una elevada educación y con buenos modales.
Pero aún así, no los veía contentos. Incluso, se asomaba un poco de estrés y aburrimiento. La cuestión es que sus padres viven muy agobiados con su trabajo, muestran cierta fatiga y presión. No están a gusto los dos con sus trabajos, y eso se refleja en sus estados de ánimo frente a los hijos.
Serán muy atentos y dedicados con ellos, pero su alegría no es buena, no se sienten que están disfrutando de la vida. Y eso es lo que hay que corregir. Pues queremos que les trasmitan más emociones positivas a ellos.
Más que los bienes materiales
Así que puedes empezar por preguntarte: ¿Qué tan alegre estás con tu vida?
No lo eches en saco roto, es mucho más importante tu bienestar emocional que muchos bienes materiales.
Esos momentos en los que te desesperas con ellos, les gritas, les arrebatas sus cosas, los regañas o los castigas de mal humor; en vez de ayudar a su crecimiento y buena educación, acaban por estropear su bienestar.
En cambio tu alegría, tu paz interior y tu trato paciente y amable, obran maravillas en ellos.
Hace poco, una mamá muy preocupada por el comportamiento agresivo de su hijo mayor con sus hermanos menores, a veces mezclado con envida y enfado, preguntaba: ¿qué podría hacer para terminar con ese drama familiar?
Y la medicina, para ese tipo de comportamientos, es altas dosis de afecto de sus padres, sin enfado ni irritabilidad.
Para que un hijo pueda empezar a vencer la envidia, se necesita sentir afecto y atención de sus padres. Que ellos vean, en las acciones de ellos, también el cariño.
Y cómo se puede ser cariñoso con los hijos, si de inicio no lo son ni con su propia pareja, o tampoco se nota su alegría a la hora de vivir la vida diaria.
Tres consejos
Aquí tres consejos prácticos, para adquirir y mantener la alegría de la vida.
1.- Estar convencidos de enfocarnos más en lo que tenemos y no agobiarnos por todo aquello que nos falta.
2.- Dejar de ser perfeccionistas y exigirnos demasiado. Vivamos más relajados y sin presionarnos nosotros mismos. Hagamos bien lo que podemos, nada más; sin estar aspirando a lo que está más allá de nuestras capacidades y recursos.
3.- Si bien, muchas veces no podemos cambiar de trabajo o no estamos muy contentos con lo que hacemos, al menos seamos capaces de compensar nuestras actividades diarias, con actividades que nos generen mucho gusto y satisfacción.
Si unimos las tres, quedaría una idea de este estilo:
«La alegría se puede empezar por edificar, enfocándonos en lo que tenemos, disfrutando las cosas que hacemos y sabiendo que podemos optar por actividades que nos den muchas satisfacciones»
La alegría nos brota, cuando estamos bien, cuando nos dan gusto las cosas nuestras y las de los demás. Cuando tenemos la satisfacción de alcanzar logros y metas que nos hemos propuesto.
Es sentir la satisfacción por la vida misma, es sentirse agradecido, sabiendo que estamos en las manos de Dios.
Entonces, la gran tarea para ver alegres a tus hijos, es que tú lo logres vivir y dar testimonio de que sí se puede conquistar un estado de ánimo así.
Por ello, los católicos sabemos que la paz interior está ligada a la caridad y ambas a la alegría. Que las tres se logran unir gracias a la intervención misericordiosa del Espíritu Santo. Pero nosotros hemos de poner lo mejor que podamos, en nuestras decisiones y acciones, para ser verdaderos ejemplos ante las personas con las que convivimos cotidianamente.
Que los padres logremos ser esa fuente principal de la alegría, que nuestros hogares sean un ambiente alegre. Para así esforzarnos más en evitar malos ratos de altercados, discusiones y enojos. Que suelen ser incompatibles con la alegría.
Hagamos lo que está a nuestro alcance para que las fiestas navideñas y de fin de año sean realmente alegres.
Guillermo Dellamary,Aleteia
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