El Arzobispo Gómez En Una Misa En La Arquidiócesis De Los Ángeles.
Homilía del arzobispo de Los Ángeles en la solemnidad del Sagrado Corazón.
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Nos reunimos en esta Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús para celebrar la belleza del amor de Dios y rezar para que nuestros corazones se conformen al suyo, que arde de amor por todos los hombres.
El Sagrado Corazón de Jesús, que fue traspasado por un soldado romano, mientras Nuestro Señor colgaba de la Cruz, es el signo más perfecto del amor de Dios por todos y cada uno de nosotros.
De su Corazón traspasado brotan las aguas vivas que nos purifican, la Sangre Preciosa que nos redime de nuestros pecados y nos libera.
El Sagrado Corazón es personal. Su Corazón es para ti y para mí. Su Sagrado Corazón está abierto para cada uno de nuestros prójimos.
Desde su Sagrado Corazón, Jesús habla a cada corazón humano, diciendo: «Esto es lo mucho que te quiero, esto es lo mucho que vales para mí».
Uno de los santos dijo: «El amor sólo se paga con amor».
Eso es verdad. Podemos corresponder a su amor, sólo amando a Jesús como Él nos ha amado.
Esto es lo que significa ser católico. La religión católica es la religión del amor.
Creemos que Dios es amor, y que nos ha abierto su corazón para revelarse a nosotros en Jesucristo, tal como nos dice hoy San Juan en la segunda lectura.
Y creemos que Jesús nos llama a pasar nuestra vida en la tierra difundiendo la buena nueva de su amor.
Las palabras de Moisés en la primera lectura de hoy son nuestro mensaje: «El Señor puso su corazón en ti… el Señor te amó».
Los católicos compartimos el amor de Dios no sólo con nuestras palabras y nuestro culto. Demostramos nuestro amor con obras de caridad y misericordia para todos los hombres y mujeres. Demostramos nuestro amor trabajando por la paz y la justicia para todas las personas.
Por eso muchos de nosotros nos sentimos ofendidos por la decisión de honrar a un grupo que insulta a Jesús y se burla de los creyentes católicos.
La libertad religiosa y el respeto a las creencias de los demás son señas de identidad de nuestra nación.
Cuando se insulta a Dios, cuando se ridiculizan las creencias de cualquiera de nuestros vecinos, eso nos empequeñece a todos.
Cuando recompensamos tales actos, se daña nuestra unidad como una ciudad y una nación, como una familia bajo Dios.
Nuestras religiosas, nuestros sacerdotes y diáconos, nuestros laicos católicos y nuestros consagrados y consagradas sirven desinteresadamente en nuestras comunidades, todos los días.
Dondequiera que haya necesidad humana y sufrimiento humano, allí estamos los católicos.
Somos maestros y sanadores. Somos defensores de los que nuestra sociedad desatiende: los pobres, los sin techo, los presos, los no nacidos, los inmigrantes.
Lo hacemos porque somos católicos y estamos llamados a amar con el corazón de Jesús.
Escuchad de nuevo las palabras del Señor en el Evangelio de hoy: «Llevad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón».
En todo momento de su vida terrena, Jesús rechazó la tentación de la violencia. Cuando uno de sus discípulos levantó la espada para luchar por él, Jesús le dijo: «Basta ya».
Jesús fue manso y humilde de corazón.
Jesús dio a su Iglesia la misión de proclamar la buena nueva de su amor a todos los corazones humanos, hasta los confines de la tierra, hasta el día de su regreso.
Esa es nuestra misión como católicos.
Por eso, hermanos míos, en esta gran fiesta, vayamos a Jesús y aprendamos de él. Pidámosle que haga nuestros corazones más semejantes al suyo.
Jesús nos manda perdonar a los que nos ofenden y rezar por los que nos persiguen. Y nos enseñó a oponernos a lo que es malo y feo, con lo que es bello y verdadero. Como hizo él.
Hoy le pedimos que nos dé la fuerza para hacerlo.
Confiamos nuestras vidas, y nuestra ciudad y nuestro país, al tierno corazón de Santa María, la Madre de Dios y la madre de cada uno de nosotros.
Nuestra Señora, Reina de los Ángeles, ruega por nosotros.
Traducción del original en lengua inglesa realizada por el director editorial de ZENIT.
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