El Papa, en silla de ruedas, saluda a algunos ancianos que acudieron a misa en la basílica vaticana en la Jornada Mundial de los Abuelos.
Este domingo se celebró la tercera Jornada Mundial de los Abuelos y de los Ancianos, con una misa presidida por el Papa en la basílica de San Pedro en el Vaticano. Posteriormente, Francisco rezó el Ángelus flanqueado por una abuela y su nieto, para sintetizar visualmente el principal mensaje que transmitió en ambos actos: "Crecer juntos" como vía de integración entre las generaciones.
En la homilía de la celebración eucarística, vinculó las tres parábolas del Evangelio del día (Mt 13, 24-33), a saber, la del trigo y la cizaña, la del grano de mostaza y la de la levadaura, con lecciones sobre la relación entre los mayores y los jóvenes. Hay "un aspecto que tienen en común" estas tres "historias sencillas, que llegan al corazón de quien lo escucha": "El crecer juntos".
La cizaña
Que el trigo y la cizaña crezcan juntos invita a una "lectura realista" de la historia, donde, "como en la vida de cada uno, coexisten las luces y las sombras, el amor y el egoísmo". Esto "nos ayuda a mirar la historia sin ideologías, sin optimismos estériles o pesimismos nocivos". Al mismo tiempo, el cristiano sabe así que el mal "no llega sólo 'desde fuera'" ni es siempre "culpa de los demás" ni es necesario “'inventar' enemigos que combatir", sino que "viene desde dentro, de la lucha interior que todos nosotros tenemos".
Por tanto, no hay que tener la "tentación frecuente" de "arrancar el mal" con las propias fuerzas "para alcanzar la pureza": "Se corre el riesgo de ser impacientes, intransigentes, incluso violentos hacia quien cayó en el error. Y así, junto a la cizaña, se arranca también el trigo bueno y se impide a las personas hacer un camino, crecer, cambiar".
Por el contrario, la "pedagogía misericordiosa de Dios... nos invita a tener paciencia con los demás, a acoger -en la familia, en la Iglesia y en la sociedad- la fragilidad, los retrasos y los límites. No para acostumbrarnos a ellos con resignación o para justificarlos, sino para aprender a intervenir con respeto, sacando adelante el cultivo del buen grano, con mansedumbre y paciencia. Recordando siempre que la purificación del corazón y la victoria definitiva sobre el mal son, esencialmente, obra de Dios".
Francisco, rodeado de una abuela su nieto durante el Ángelus de este domingo, Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores.
Quienes pueden entender esto mejor son los abuelos, "que han realizado ya un largo trecho en el camino de la vida y, al volver la vista atrás, ven tantas cosas hermosas que han conseguido, pero también derrotas, errores". Ante esto, el Señor nos invita "a dejarle a Él el juicio, a no vivir de reproches y remordimientos". La ancianidad, dijo el Papa, "es un tiempo bendecido también para esto, es la estación para reconciliarse, en la confiada esperanza de que el buen trigo sembrado por Dios prevalecerá sobre la cizaña con la que el diablo ha querido infestarnos el corazón".
El grano de mostaza
Nuestra vida se asemeja al grano de mostaza con el que Jesús, en la parábola, describe el Reino de los Cielos como una semilla minúscula que crece hasta ser un árbol enorme: "Venimos a este mundo en la pequeñez... Realizamos proyectos y sueños, el más hermoso de los cuales es llegar a ser como ese árbol, que no vive para sí mismo, sino para dar sombra a quienes desea y ofrecer un espacio a lo que quieren construir allí un nido".
"Los abuelos", continuó, "son hermosos como estos árboles frondosos, bajo los cuales los hijos y los nietos realizan sus propios 'nidos', aprenden el clima de familia y experimentan la ternura de un abrazo... Hermanos y hermanas, necesitamos una nueva alianza entre jóvenes y ancianos, para que la linfa de quien tiene a sus espaldas una larga experiencia de vida irrigue los brotes de esperanza de quien está creciendo".
La levadura
Por último, también la levadura y la harina crecen juntas y juntas hacen crecer la masa. Es una idea que "vence los individualismos y los egoísmos, y nos ayuda a generar un mundo más humano y más fraterno".
Francisco animó con ello a "vigilar para que nuestras vidas y nuestras familias no marginen a los más ancianos. Estemos atentos, para que nuestras aglomeradas ciudades no se conviertan en 'concentrados de soledad'; para que la política, que está llamada a proveer a las necesidades de los más frágiles, no se olvide precisamente de los ancianos, dejando que el mercado los relegue a 'descartes improductivos'."
"No olvidemos a los abuelos y a los ancianos", concluyó el Papa: "Muchas veces, gracias a una caricia suya hemos vuelto a levantarnos, hemos reanudado el camino, nos hemos sentido amados, sanados por dentro. Ellos se han sacrificado por nosotros y nosotros no podemos sacarlos de la agenda de nuestras prioridades".
El examen de conciencia
En el Ángelus posterior, Francisco insistió en estas mismas ideas, pero flanqueado por una abuela y su nieto para ejemplificar esa idea del crecimiento común.
Pero además precisó que sí hay un campo donde puede arrancarse la cizaña, aunque nunca se consiga del todo: "El campo de nuestro corazón, el único en el que podemos intervenir directamente".
Para cultivarlo "adecuadamente" hay que "cuidar constantemente los delicados brotes de bondad" e "identificar y erradicar las malezas en el momento justo". El "hermoso método" para hacerlo es el "examen de conciencia", que nos sirve para "verificar, a la luz de Dios, donde están las hierbas malas y donde la semilla buena".
P.H.P., ReL
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