"El ascensor que me llevará al cielo son Tus brazos, oh Jesús. Y para ello no necesito crecer; al contrario, debo empequeñecerme, hacerme cada vez más pequeña"
Todos hemos escuchado hablar de Santa Teresa del Niño Jesús, conocida como la pequeña Teresa. Pero ¿sabías que una de las santas más famosas, Doctora de la Iglesia Universal y patrona de las misiones… dormía regularmente rezando? Sin embargo, esto no le preocupaba tanto, porque decía que los niños también complacen a sus padres cuando duermen.
La niña de Dios
La pequeña Teresa tenía gran familiaridad con Dios. En Historia del Alma -su autobiografía- es difícil encontrar las palabras «Señor» o «Majestad Suprema», y muy a menudo leemos «Padre» o incluso «Papá».
Santa Teresa de Lisieux escribió que ser hijo de Dios es: «esperarlo todo de Dios, como un niño pequeño lo espera todo de su padre. No preocuparse por nada, no acumular bienes. Incluso los pobres, mientras el niño es pequeño, le dan lo necesario». Entonces, ¿por qué el temor de Dios está tan a menudo presente en nosotros?
A veces vivimos bajo la falsa creencia de que tenemos que ganarnos el amor. Esta mentira puede nacer en el hogar familiar, cuando oímos que, si no somos educados, mamá se pondrá triste y se ofenderá.
Luego trasladamos esta perspectiva a Dios y pensamos que para merecer su amor debemos ser perfectos e impecables. Y aunque lo intentamos, inconscientemente sabemos que eso es imposible.
No tienes que hacer nada
Teresa de Lisieux luchó contra el deseo de ser perfecta, siendo consciente de sus propias limitaciones. Sin embargo, llegó a conocer al Dios que es amor, y el atributo del amor es el descendimiento.
Esto es lo que significa la palabra ágape. Es el amor de alguien más grande que se inclina para levantar a los más pequeños. Teresa observó astutamente que, para facilitar el «trabajo» de Dios, ella tenía que hacerse cada vez más pequeña. Escribió: «El ascensor que me llevará al cielo son tus brazos, oh Jesús. Y para esto no necesito crecer; al contrario, debo hacerme pequeña, hacerme cada vez más pequeña».
Así que el asunto está resuelto. Se acabó la dura escalada de la montaña de la santidad. Todo lo que tenemos que hacer es sentarnos y esperar a Dios… Este planteamiento, sin embargo, huele a herejía… Teresa, en cambio, propone -en lugar de escalar- descender al valle de la humildad.
Abajo, abajo, abajo…
Durante el descenso de una montaña, las rodillas reciben su dosis de tensión. Bajar al valle de la humildad también es un esfuerzo para las rodillas: se tiene que hacer de tripas corazón, cuando la persona se da cuenta de que es pecadora, imperfecta y llena de errores. Afortunadamente, ¡también es amada!
Santa Teresa de Lisieux escribe: «¿Acaso un padre castiga a un hijo que se acusa a sí mismo, o le impone penitencia? No, ciertamente no, pero lo abraza a su corazón».
Descender al valle de la verdad (a menudo difícil) sobre uno mismo con la convicción de que se es amado es liberador. No tienes que merecer ser amado, ¡porque ya eres amado! Con esta conciencia, puedes hacer el bien de verdad.
Obras sencillas pero con amor
Convencida de su propia debilidad, Teresa se volvió comprensiva con quienes la rodeaban. Siendo la más joven del Carmelo de Lisieux, era tratada con condescendencia, a veces con hostilidad, por algunas de las hermanas mayores.
Ella reconocía sus defectos y pecados, pero decía: «Cuando veo a una de las hermanas hacer algo que me parece imperfecto, (…) trato de explicarlo inmediatamente, atribuyéndole una buena intención».
El amor misericordioso se convirtió en la señal de Teresa para cada día. Pequeños gestos hacia los demás. Indulgencia y misericordia. Y todo con la convicción de que «¡levantando un alfiler con amor, se puede convertir un alma!». La sencillez de su camino, un pequeño camino «inventado» hace más de 100 años, no ha perdido actualidad.
Los dones de la imperfección
En su libro Los dones de la imperfección, Brené Brown da algunos consejos sobre cómo vivir con los defectos y problemas en la vida cotidiana:
- Rechaza el perfeccionismo
- Procura ser sincero (humilde)
- No te compares con los demás
- Dale sentido a cada día incluso en las cosas más pequeñas
- Ríe y baila
- Tener compasión por los demás
Vivir con la actitud de Santa Teresita, viendo a Dios como Padre amoroso y confiar en Él hasta quedarse dormido en la oración.
Dariusz Dudec, Aleteia
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