Estamos en una época en la que se vive una hiper-sexualización, la cual ha permeado todos los ambientes. Indudablemente, el pecado capital de la lujuria se ha colado silenciosamente hasta el punto de hacernos creer que se trata de algo completamente inofensivo y que es un derecho al que se debe acceder desde muy temprana edad.
Veamos qué dice el Catecismo de la Iglesia católica:
«La lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión» (CEC 2351).
Ofensa a la castidad
Sabemos por el Génesis que Dios creó al hombre y a la mujer y les dio un mandato: «Crezcan y multiplíquense» (Gn 1, 28), por lo tanto, es un error considerar que el sexo es malo. Lo incorrecto es pensar que se puede tener relaciones sexuales solo por placer. Hacerlo así es una ofensa a la castidad.
Ahora bien, el ser humano ha sido llamado a vivir la castidad para que, libremente, pueda entender si en el bautismo ha recibido la vocación especial al matrimonio, donde podrá hacer uso de esa capacidad para generar vida.
Continúa el Catecismo:
«La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado» (CEC 2339).
Cultivar la castidad siempre
La castidad es una virtud que se debe cultivar toda la vida, porque si se descuida puede hacer caer a la persona en pecados graves. Hay diferentes tipos de pecado contra la castidad desatados por la lujuria. El mismo Catecismo de la Iglesia enumera los siguientes: masturbación, fornicación, pornografía, prostitución, violación.
La homosexualidad y la castidad
En cuanto a la homosexualidad, el Catecismo es claro:
«Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana».
Lo mismo aplica a personas heterosexuales, pues todos estamos llamados a la castidad, cada uno desde su personal forma de vida: consagrados, sacerdotes, casados y solteros.
No corramos riesgos
Recordemos lo que dice San Pablo sobre los pecados de lujuria:
«Y sépanlo bien: ni el hombre lujurioso, ni el impuro, ni el avaro –que es un idólatra– tendrán parte en la herencia del Reino de Cristo y de Dios».
Mónica Muñoz, Aleteia
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