Es fácil olvidar que Jesús intercedió por la humanidad entera en el último don de su vida en la cruz y reza aún por nosotros en el Cielo
Aunque recordemos que los santos interceden por nosotros en el Cielo, podemos olvidar que Jesús es nuestro principal intercesor ante Dios Padre. Es interesante detenerse en este hecho: Jesús reza por nosotros.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma esta enseñanza y la amplía en su sección sobre la oración:
“Jesús reza también por nosotros, en nuestro lugar y por nosotros. Todas nuestras súplicas fueron recogidas, de una vez por todas, en su grito en la Cruz y, en su Resurrección, escuchadas por el Padre. Por eso no cesa de interceder por nosotros ante el Padre”.
CIC 2741
San Pablo escribió sobre este misterio en su carta a los Romanos:
“Cristo Jesús, que murió, sí, que resucitó de entre los muertos, que está a la diestra de Dios, que en verdad intercede por nosotros”.
Romanos 8,34
A menudo, en la oración, nos resulta fácil imaginarnos presentando nuestras peticiones a Jesús, pidiéndole que conceda nuestras plegarias. Sin embargo, no solemos imaginar que nuestras oraciones son “recogidas” por Jesús y presentadas a Dios Padre.
Este es uno de los grandes misterios de la Santísima Trinidad, pues, aunque Dios es uno, es también tres personas divinas.
Unir nuestras oraciones a Jesús
También podemos unir nuestras oraciones y peticiones a Jesús y, al hacerlo, podemos obtener aquello que buscamos:
“Si nuestra oración está decididamente unida a la de Jesús, con confianza y audacia de hijos, obtenemos todo lo que pedimos en su nombre, incluso más que cualquier cosa particular: el mismo Espíritu Santo, que contiene todos los dones”.
CIC 2741
Esto no significa que Dios nos dará automáticamente todo lo que queramos. Recordemos que lo que pidamos no siempre será lo mejor para nosotros, y en muchas ocasiones, Dios nos dará algo mucho más provechoso para nuestro bien espiritual.
Al mismo tiempo, si estamos verdaderamente unidos a Jesús, uniendo nuestro corazón al suyo, nuestros deseos se unirán a los suyos.
Philip Kosloski, Aleteia
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- San Juan Pablo II
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