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jueves, 25 de febrero de 2016

¿Cómo hacer un buen examen de conciencia?



Garret Johnson, catholic-link
En estos tiempos, hemos notado una crisis bastante extendida en la Iglesia con respecto al examen de conciencia. Por una lado para algunos se ha vuelto un examen de tipo legal (casi como colocarse en el banquillo) hecho exclusivamente en el contexto de la confesión. Por otro, algunos han escogido hacerlo como una práctica psicológica secularizada en donde lo espiritual se ha ido perdiendo. Ejercicios de auto observación son recomendados para conseguir una buena “higiene mental”, en ella lo más importante es que me sienta bien conmigo mismo.
Entonces, ¿cuál es el problema? Muy simple: en cada uno de los errores citados, el centro del examen de conciencia soy yo, cuando en realidad, si este es bien entendido, el centro debe ser Dios y yo.
Primero quisiera presentar algunas ideas claves que nos ayuden a entender el contexto teológico y espiritual para un examen de conciencia. Dejar el escenario correctamente ordenado antes de poner a los actores. Para todos los lectores pragmáticos, tengan paciencia, llegaremos  al punto de cómo ponerlo en práctica pronto 😉

Trae tus recuerdos a la memoria

En nuestros días la memoria ha sido la perdedora. Ha sido reducida a un simple almacenamiento de datos. Es útil, pero no afecta nuestra vida diaria (nuestro sistema operativo). Lo primero que debemos entender es que cuando recuerdo un evento en mi vida, no solo estoy reagrupando información, estoy re-viviendo el pasado. La palabramemoria viene del verbo en latín, re-memor. “Re” significa fuerza intensa, mientras que “memoria” se refiere a la mente o al corazón. Así que podemos decir que rememorar es re insertar algo en el corazón. Evidentemente, nuestro modelo aquí es María; ella sabía como «guardar todas las cosas en su corazón» (Lucas 2:51) haciendo eco al libro del Apocalipsis: «pero tengo esto contra ti, que has dejado tu primer amor» (Apoc 2, 4).

Muerte al moralismo

La siguiente pregunta es: ¿qué es lo que vamos a recordar? Muchos consideran que el examen de conciencia es una herramienta que nos ayuda a traer a la mente (recordar) nuestros pecados durante un momento de reflexión antes de acercarnos al sacerdote en la Confesión. Esto es cierto. El examen de conciencia es eso, pero es solamente esoBenedicto XVI lo explicó muy bien cuando dijo esto:
«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».

¡Larga vida a la historia de amor!

El corazón de nuestra fe es nuestra relación con Dios. Las relaciones dependen de los encuentros. Haciendo una deducción lógica podemos concluir que lo que necesitamos recordar son los encuentros con Dios. Como prueba de que yo no estoy inventando esto: ¿qué es la biblia sino una serie de encuentros entre el hombre y Dios? De hecho, diría que nuestra fe es un largo recuerdo de la actividad de Dios. ¡El libro del Éxodo está lleno de increíbles encuentros! Su pueblo elegido abatido y casi derrotado, Dios aparece y salva a la damisela (Israel) en peligro.
Solo después de haber probado inequívocamente el amor misericordioso por su pueblo, Dios le revela la ley que los llevará a una relación más auténtica con Él. Esto significa que el examen de conciencia debe empezar con una canción de alegría que nos recuerde los actos que han revelado la misericordia de Dios en nuestras vidas, hayan sucedido estos muchos años atrás, o tal vez esta mañana en el desayuno.

Es hora de reestructurar los cimientos

Ya sea que seamos consientes o no, nuestra vida cotidiana está fuertemente afectada por lo que recordamos. Ahora bien, en un momento de dificultad y sufrimiento es extremadamente difícil reconocer algo positivo, mucho menos la presencia de Dios. Pero más tarde, cuando haces tu examen de conciencia, te das cuenta de que tienes dos opciones: 1. Puedes permanecer con esa sensación de frustración e impaciencia por no solo haber soportado una dificultad. 2. Puedes preguntarte si tal vez Dios te ha acompañado a lo largo del día.
La presencia de Dios siempre trae vida. Al irla descubriendo, esas situaciones que parecen solo traernos oscuridad y dolor, empiezan a tener una nueva luz y un nuevo significado: ellas en cierto modo, ha sido transfiguradas y resucitadas por Su presencia. Aún así, tenemos que tener cuidado con el pensamiento positivo simplista o con el falso optimismo. La clave no es “¿qué es lo positivo que puedo sacar de esta situación?” sino “¿Dios, cómo estuviste presente?” Tenemos que estar abiertos al hecho de que muchas veces Dios está verdaderamente presente en nuestras vidas incluso en medio de las peores circunstancias. Estas heridas pueden permanecer, pero cuando son ofrecidas en confianza y obediencia se convierten en heridas de gloria que manifiestan el amor de Dios que salva nuestras vidas.
Hay dos prácticas fundamentales que nos permiten lograr esta reestructuración: la meditación de las Sagradas Escrituras y la participación activa en la liturgia.
Las Sagradas Escrituras: la memoria Cristiana
¿Alguna vez has sentido esa súbita necesidad  de saber más sobre tu familia, sobre tus orígenes? Tal vez explorando tu árbol genealógico podrías encontrarte con un santo. O tal vez tus tatarabuelos fueron unos heroicos emigrantes, o valientes soldados, o incluso frágiles pecadores. Muy pocos cristianos han verdaderamente atesorado en sus corazones las memorias, los recuerdos del Pueblo de Dios. La meditación diaria de las Escrituras ¡es fundamental! El Antiguo Testamento nos enseña una y otra vez las victorias y derrotas (más derrotas que victorias en realidad) del Pueblo de Israel y cómo Dios nunca los abandonó, como su amor misericordioso los abrazó y los protegió una y otra vez.
El Nuevo Testamento también está repleto de detalles del amor misericordioso de Dios, que se hizo uno de nosotros y murió para muchos puedan vivir en Él. Recordar esos encuentros, revivirlos diariamente cambian nuestros débiles cimientos (unos cimientos sin Dios) y los transforman en cimientos cristianos (recuerdos, memorias llenas de Dios) Esto no significa que ya nunca más tendremos recuerdos dolorosos, significa que ahora los recordaremos acompañados del consuelo de Dios (incluso en esas veces que terminamos teniendo recuerdos ateos, recuerdos en los que negamos la existencia de Dios).
La Liturgia: Ese lugar dónde la memoria de Dios y la del hombre se encuentran
Como veremos más adelante en detalle, todo esto apunta a que aprendamos a recordar como Dios recuerda, aprender a mirar la historia –y nuestra historia personal– con los ojos de Dios. Las Sagradas escrituras nos introducen en esta escuela y en la Liturgia vivimos lo aprendido de una manera especial. Como decíamos líneas arriba, recordar es re-vivir, esto en la Liturgia alcanza su máximo significado. Respondiendo a la invitación de Cristo: «haced esto en conmemoración mía», recordamos el misterio Pascual (la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo) en el sentido más profundo del término, que es re-vivirlo. Estamos reviviendo su pasión, muerte y resurrección. Gracias al Espíritu Santo, la memoria se convierte en una verdadera participación, la memoria de nuestro encuentro con Dios se convierte en un nuevo encuentro.
Es así cómo  la memoria de Cristo, de quién es Él, lo que ha hecho por nosotros, y cómo Él nos mira; transforma nuestra memoria (cómo es que miramos nuestro pasado) y le da una nueva forma a nuestra mentalidad en general. Esto transforma la forma en que vivimos, nuestra actividad moral, y la forma en que juzgamos nuestra propia vida.

¡Es tiempo de contar una historia!

Me gusta la idea de “contar historias” porque creo que el examen de conciencia necesita ser un momento en el que nos ponemos en presencia de Dios y le contamos la historia de nuestro día, narrando tanto los buenos momentos como los malos, los momentos de luz como los de oscuridad.
Este no tiene que ser un momento en que recito un monólogo, ¡no! Tienen que hablar los dos. Primero tú le cuentas tu historia y luego dejas que Dios te vuelva a contar esa misma historia pero desde su punto de vista. En Génesis 45, 4-5 encontramos un hermoso ejemplo de esto. José luego de haber pasado  por muchas y dolorosas pruebas, rompe a llorar  ante sus hermanos que lo habían traicionado: 
«Acérquense… Yo soy José, su hermano, el que ustedes vendieron a los egipcios».
Esto es lo que sabemos de la historia, un hecho real,  pero contado desde su punto de vista.  No hay necesidad de palabras que suavicen el hecho, José fue traicionado por sus hermanos en la peor de las formas, fue vendido como esclavo. Su vida fue potencialmente arruinada, todo porque sus hermanos estaban celosos de él. José siendo un hombre de fe, no se queda pegado en esa idea, él va más allá, permite que la mirada de Dios transforme su forma de mirar la historia y la convierta en una historia de salvación, tanto para él como para sus hermanos.
«Pero no se apenen ni les pese por haberme vendido, porque Dios me ha enviado aquí delante de ustedes para salvarles la vida… Dios pues me ha enviado por delante de ustedes para que nuestra raza sobreviva… No han sido ustedes sino Dios quién me envió».
Esta es la alegría de un examen de conciencia hecho bien: nosotros contamos nuestra historia –una llena de dificultades y fragilidad– desde nuestro punto de vista, pero después escuchamos a Dios y le permitimos que nos revele su presencia, su providencia, su acción en nuestras vidas.

Lo que sigue ahora es cómo ponerlo en práctica. Les dejamos una explicación paso a paso de cómo hacer un buen examen de conciencia:


1. Abre tu corazón a la presencia de Dios

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Busca un lugar tranquilo, puede ser una esquina en tu cuarto o una capilla cercana. Frente a una imagen sagrada, prende una vela. Tómate unos minutos para respirar y relajarte y empieza por hacer la señal de la Cruz. Cada cierto tiempo, cuando un niño juega, voltea a mirar si su mamá o su papá están observándolo. De reojo este niño encuentra seguridad, aliento y alegría. Este primer momento de nuestro examen de conciencia nos pone en presencia de Dios para re-descubrir el amor que tiene por nosotros, por cada uno. Leer un breve pasaje de las Escrituras puede ayudar también.

2. Deja que Dios te enseñe su álbum de fotos

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¿Alguna vez te has sentado al lado de tu abuelo mientras él abre su álbum de fotos? ¿Recuerdas el calor, la ternura, el afecto y la intimidad compartida? Ahora es tiempo de que le dejes a Dios hacer lo mismo. Antes de revisar nuestro día, la idea es recordar quienes somos a los ojos de Dios: sus hijos amados. Trata de recordar algunos pasajes de las Escrituras (el álbum de fotos de Dios). Deja que Él te diga cómo rescató a Israel, cómo sacó a José de aprietos, cómo perdonó a David. Mira la paciencia y la fe que Dios le demostró a su pueblo de Israel. Recuerda las tantas veces en que la fragilidad humana parecía tener la última palabra, hasta que Dios encontraba la forma de demostrar que Él es el Señor de la historia, el Señor de nuestra historia también. Recuerda a todas esas personas que Jesús amó, todos los corazones que tocó, y todas las heridas que sanó. Piensa en como les habrá hablado y recuerda que Él piensa en ti de la misma forma en que lo hacía con ellos.

3. Cuéntale tu día a Jesús

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Con todo esto en mente, revisa tu día, pero hazlo en diálogo con Jesús. Mira los puntos centrales, los más importantes en tu día: qué te golpeó, qué fue lo hermoso de ese día, qué fue lo difícil, qué no te quedó claro, etc,. No hay necesidad de ser rígido aquí, dale a tu memoria un poco de tiempo y espacio y permite que las cosas vayan saliendo. Una vez que hayas terminado, haz una pausa y quédate en silencio. Aquí, escucha atentamente con tu corazón. Recuerda, este es un diálogo, no un monólogo. Antes de entrar en detalle, trata de meditar qué crees que el Señor te está diciendo o a dónde crees que te está dirigiendo con las experiencias que has tenido este día, con tus actitudes, con los encuentros que has tenido, con tus pensamientos, con las pruebas que has pasado, con tus victorias, etc.
Señor, ¿quién me llamas a ser? Señor, ¿a quién ves cuando me ves?  Señor, ¿qué estás obrando con mi vida? ¿dónde estás?
Señor, ¿de qué manera me estoy acercando a ti?, ¿de qué manera me estoy alejando de ti? ¿Estoy poniendo a otros como centro de mi vida? ¿Estoy cooperando contigo? ¿Estoy percibiendo y escuchando tu voz?

4. Admite tus fallas

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Agradécele a Dios profundamente por la manera en que Él está obrando en tu vida, por que nunca se da por vencido contigo, ni te ha abandonado. Haciendo esto, es natural reconocer que han habido momentos en los que no has sido un buen hijo o hija. Has tropezado en el camino, has negado tu propia identidad.  Has rechazado la mirada de Dios y de otros y has impuesto la tuya. Aquí es importante tratar de reconocer ambas cosas: lo que hiciste y las posibles causas de por qué lo hiciste. ¿Qué fue lo que te llevó a actuar de esa manera? ¿Cómo puedes evitarlo o mejorar la próxima vez? Esta parte puede ser difícil, pero confía en que la fidelidad y la misericordia de Dios están presentes. Cuando reconoces tus faltas, no te quedes escondido detrás del arbusto (como Adán y Eva). Admite que fuiste tú quién lo hizo y que eres responsable por tus actos. Recuerda, sin responsabilidad no puede haber reconciliación.
Algunas veces podemos ser excelentes justificando  o suavizando  nuestros pecados. Jesús es misericordioso y nos ama infinitamente, pero también es justo.  Repasar una lista de pecados puede darnos, algunas veces, una visión más objetiva. En internet puedes encontrar mil recursos  que pueden ayudarte con esto:

5. Renueva tu bautismo: de la muerte a la vida 

Bautismo
Muchas veces luego de recordar nuestras faltas o pecados, la tentación consiste en pensar: bueno, ¿y ahora cómo arreglo esto? El pecado algunas veces puede ser arreglado pero no por nuestra propia fuerza. El pecado necesita ser perdonado. Más aún, el pecado produce heridas. Las heridas necesitan ser tratadas y curadas. Si no se curan pueden llegar a infectarse.
Llegando a este punto de tu examen de conciencia, es momento de sumergirte en las aguas del río Jordán. Somos bautizados una sola vez, pero frecuentemente olvidamos el renovar la conciencia de nuestro bautismo. Muy a menudo olvidamos que «el Bautismo es el primero y principal sacramento para el perdón de los pecados: nos une a Cristo muerto y resucitado y nos da el Espíritu Santo» (CIC 985). Pon entonces tus pecados en el altar y permite que el Espíritu Santo transforme esas realidades de muerte en realidades de vida. El auténtico arrepentimiento permite que el Espíritu Santo pueda actuar: la desobediencia a Dios ahora se convierte en arrepentimiento, en obediencia. Algo nuevo, algo bueno, algo bello ha nacido: el espíritu del hijo está echando raíces en tu corazón.
La parábola del hijo pródigo es una magnífica ilustración: una vez olvidado, en ruinas, destinado a alimentar cerdos, él retorna, arrepentido, a los brazos misericordiosos de su Padre, y nuevamente es recibido y vestido con las mejores ropas que demuestran que él sigue siendo su hijo.
Ten en mente que este acto de arrepentimiento diario debe ir de la  mano con una confesión mensual. Este es el llamado «tipo de bautismo más laborioso» por los Padres de la Iglesia, el sacramento de la penitencia es necesario para la salvación de aquellos que han fallado luego del bautismo. Si tomas conciencia y te das cuenta de que has cometido un pecado mortal, entonces debes buscar confesarte lo más rápido posible (y abstenerte de recibir la comunión). Si no estás tan seguro o no conoces la diferencia entre un pecado mortal y uno venial, consulta el Catecismo de la Iglesia católica.

6. Diseñen un plan de acción

diseno
En el deporte, un buen entrenador siempre buscará un momento para ver qué pasó en el partido anterior con todo el equipo. Podemos seguir el mismo esquema en la vida espiritual. Luego de revisar todo tu día, tómate un momento para ver cómo puedes mejorar el día de mañana. No hay que ser ingenuos, en un día no vas a lograr pasar del campeonato local a la Champions League (perdón por la comparación). Pero si no nos movemos para adelante entonces nos movemos para atrás indefectiblemente. Trata de encontrar una forma simple que te permita crecer en lo que crees que Cristo te está llamando a crecer. Mantén esta idea o reflexión en mente y trata de recordarla a la mañana siguiente cuando despiertes. Puede ser buena idea que lo escribas en un papel para que no lo olvides (puede ser una frase que pensaste, un pasaje de las Sagradas Escrituras que te conmovió, o simplemente una palabra) Nuestro día depende en gran parte de los primeros momentos de la mañana. Fórmate el hábito de poner en práctica lo que tu examen de conciencia te ha revelado, esto definitivamente puede ser muy saludable para nuestra vida cristiana.

7. Dale gracias

embracing jesus
Finalmente, recuerda que el examen de conciencia no es una forma escrupulosa de apuntar o magnificar las cosas malas en nuestra vida y luego sentirse mal por eso. El examen, debe ser una experiencia de alegría, de redención. Tómate un momento para alegrarte y dar gracias a Dios por lo vivido. Como el Padre  Rupnik dice:
«En él aprendemos un realismo sólido que revela nuestras ilusiones morales, disciplinarias o psicológicas sobre la perfección, porque experimentamos la gracia de una transformación continua a causa de la muerte y resurrección de Cristo. Un examen de conciencia hecho de esta manera nos lleva a lo que Dostoyesvsky apreciaba inmensamente: sentirse libre en una relación con Dios, vivir en libertad como sus hijos. (…) Solo los hijos libres pueden estar presentes y ser testigos del rostro auténtico del Padre».

Muchos de estos pensamientos y algunas frases han sido sacadas del libro escrito por el Padre Rupnik:  El examen de conciencia: Para vivir como redimidos. No pueden dejar de leerlo, se los recomiendo.

Garrett Johnson

Garrett es estadounidense y está estudiando filosofía y teología preparándose para ser sacerdote. Vive en Roma y es el director de Catholic-Link en inglés.

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