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jueves, 11 de febrero de 2016

Si nos amamos ¿qué tiene de malo...?

Mañana Día de los enamorados

Sexo sin amor verdadero… 
un peligroso entretenimiento
El sexo, mal llevado, es altamente adictivo,
 y puede acabar en aborrecimiento del otro





 JUAN ÁVILA ESTRADA
Cuando los jóvenes despiertan a su sexualidad compartida y se inician tempranamente en ella corren el riesgo de convertir el sexo en un peligroso entretenimiento con el que pretenden llenar  sus ratos de ocio y solitariedad (estar solos) con la presencia vacía de otros que viven su misma condición. De esta manera comienzan a confundir riesgosamente afecto-amor y genitalidad. Ésta tiene la capacidad de proponer con engaños aquello que sólo integrado al amor verdadero puede dar. De aquí se deriva el hecho de que posea un gancho capaz de aprisionar de modo esclavizante para hacerse satisfacer, permanentemente, en el impulso venéreo  de manera temporal. Es importante reconocer que el sexo, mal llevado, es altamente adictivo puesto que cada vez exige más para sí mismo y de modo siempre novedoso.

Es así que, satisfecho este impulso, se reinicie el ciclo de impulso satisfecho-vacío-frustración-aparición de un nuevo impulso-necesidad de su satisfacción-nueva experiencia, etc., del modo como una serpiente se devora a sí misma por la cola. Dicho de otra manera: el sexo sin amor, al no verse plenificado, siempre pide más.

Es que el sexo sólo, suele ofrecer lo que sólo el amor es capaz de dar. Así, quien busca en el sexo lo que es propio del amor (plenitud, entrega, donación, felicidad), de lo único que llenará su vida es de vacío.

El inicuo divorcio que se ha hecho entre amor y genitalidad ha llevado a la dicotomía entre destreza sexual y pobreza amorosa. En este sentido muchos logran ser expertos en la cama pero paupérrimos al momento de amar comprometidamente. Cuando la novedad y la pasión desaparecen y entra el hastío, entonces se cree que el amor ha cesado (cuando en realidad nunca lo hubo) y por tanto se puede rescindir del compromiso de unidad entre ambos. Quienes alguna vez creyeron que se aman terminan hartos del otro.

La inversión del proceso de encuentro en la pareja ha lastimado la experiencia del amor verdadero. Es que es el amor el que ha de llevar a la sexualidad y no ésta a aquel. El libro del Génesis nos muestra que cuando al varón le fue presentada la mujer exclamó: “ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”, es decir, le amó primero y sólo después “le conoció y tuvieron un hijo”.

Al hacerlo de modo inverso se corre el inminente riesgo de mirar a la otra persona sólo por el lente erótico y considerar que el entendimiento sexual es suficiente para unirse sacramentalmente con quien no debe hacerse.

En el caso de los esposos, la práctica sexual es un verdadero don de Dios  por el que ambos están llamados a donarse mutuamente. Por tal motivo la revelación de Dios nos proporciona una acertada visión del hombre y su sentido sobre la tierra, integrando todos los elementos constitutivos de su vida, incluida su dimensión sexual. Dios es el que revela el modo correcto de ejercitar la sexualidad, para que sea al modo humano e integralmente amoroso.

La genitalidad, apartada de este plan de Dios, se constituye en un arma de doble filo: puede llevar al aborrecimiento de la otra persona o a la dependencia enfermiza en la que el otro se vuelve una necesidad.

El sexo, como instrumento del amor (no como instrumentalización de éste) no puede causar ninguno de los dos efectos puesto que no es un fin en sí mismo sino únicamente un medio ya  que el fin es cada persona en lo que cada una es por su propia dignidad. Los seres humanos somos seres sexuados y no simples máquinas generadoras de placer erótico como si éste se convirtiera en la razón última de la sexualidad.

Dios ha puesto el placer en el sexo y así lo ha querido  para que se produzca oportuna y fecundamente el encuentro entre el hombre y la mujer; pero éstos al desvincular el placer de la oblación mutua  lo han convertido en un fin en sí mimo de tal manera que se considera válido recurrir al ejercicio de la sexualidad sólo con el ánimo de alcanzar tal fruición. Así, cada uno ve en el otro una fuente de su propio deseo y no alguien digno de ser amado por ser quien es.

Finalmente, en un mundo erotizado pero al mismo tiempo carente de amor verdadero, estamos llamados a luchar encarnizadamente para lograr educar una generación capaz de volver a vincular indisolublemente la genitalidad y el amor humano. De este modo el sexo dejará de ser una fuente de vacío para serlo de plenitud.  


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