2. Caído en
la Guerra en su Hogar
(La Misa - Un Memorial)
Un párroco tiene que visitar en cuanto posible a los feligreses de su
parroquia. Así que llegué una tarde a la casa de una pareja sola. En las
celebraciones de la Iglesia los ancianos me habían impresionado por su
expresión de contento y paz.
Llamé a la puerta. Dudando un poco respondieron: "Adelante". Al pasar
por la puerta los vi sentados a la mesa de su cocina comedor. En la mesa ardía
una vela. Había un ramo de flores. Y en medio, en un marco de plata, la
fotografía de un joven soldado. Los dos ancianos se levantaron enseguida, me
dieron la mano. "Que lindo que nos esté visitando". - "A lo mejor
estoy estorbando", respondí. "De ninguna manera, nos puede ayudar a
rezar". - "¿Acaso celebran hoy su aniversario de bodas o un
cumpleaños?", pregunté. Sin esperar la respuesta indiqué la fotografía del
joven de uniforme, "¿Quién es? Seguramente su hijo. Entonces hoy es el día
de su fallecimiento. ¿Ha muerto en la guerra?" - "No precisamente
eso", dijo el señor. La madre intervino: "No ha caído en la guerra,
ha fallecido en la casa. Papá, cuéntaselo".
El señor había acercado una silla: "Tome asiento, señor párroco. La
historia tomará un momento".
El señor contó: "Nuestro Humberto había llegado de licencia desde el
frente de Rusia. Pero en casa no había ambiente para descansar. Cada noche se
repetían los ataques aéreos, el ruido de los cañones antiaéreos, y teníamos que
refugiarnos llenos de miedo en el sótano, sentir como caían las bombas. Nuestro
muchacho decía muchas veces: "Aquí la cosa es más terrible que en el
frente". El último día de su licencia fue especialmente peligroso. Tocó a
nuestro barrio. Estábamos rezando el rosario. Por fin sucedió: Escuchamos la
explosión ensordecedora. Pero más terrible era el quebrantarse de los muros y
del techo. Estábamos envueltos en una nube espesa de polvo. No se podía
respirar. Una bomba había reventado nuestra casa. La puerta del sótano se
quebró. Los bloques de cemento rodaban por la escalera y llenaban el sótano.
Todo el mundo gritaba. Entonces nuestro muchacho tomó el mandó: "Todos
quietos en su sitio. Tengo que mirar primero cómo podemos salir de aquí".
Con mucho cuidado, tanteando se fue al pasaje hacia la otra casa que al
comienzo de la guerra teníamos que abrir todos. Fue posible llegar al pasaje
pero el techo había caído sobre él. Se vio colgando una pesada viga. Los
vecinos ya habían comenzado a abrir el pasaje porque se dieron cuenta del
peligro en el cual no encontrábamos. Nuestro muchacho empujó con cuidado la
viga. Quería sostenerla para que todos podamos pasar por la apertura hacia la
otra casa. Uno por uno pasamos arrastrándonos. Cuando justo el último había
pasado se escuchó de arriba un movimiento, comenzaban a caer escombros primero
suavemente, luego con un estrépito tremendo. Un gran bloque de la pared golpeo
la viga y esta aplastó a nuestro muchacho contra el suelo. Las piedras lo
cubrían. Pasó un tiempo hasta que llegara un equipo de socorro. Liberaron a
nuestro muchacho. En vano. Estaba muerto." Las lágrimas corrían por las
mejillas de anciano.
La mamá dijo suavemente: "Se ha sacrificado por nosotros. Ojalá no hubiera
sostenido la viga".
El papá opinó: "Entonces la viga habría golpeado el suelo mucho antes. Nos
ha salvado la vida. Se ha sacrificado por nosotros".
La madre observó: "Han pasado doce años. Pero no podemos olvidarlo. Es
como si nos hubiera sucedido ayer. Es por eso que tenemos que sentarnos;
quedaos aquí a rezar el rosario. Nosotros vivimos porque él murió". No se
sabía si hablaba del Hijo de Dios o de su propio hijo. El anciano preguntó:
"Diga, señor párroco: ¿no es esto una celebración de memorial, como quien
recuerda?"
Tiene usted mucha razón, le aseguré, pero a la vez es una celebración para dar
gracias. El muchacho murió para que los demás vivan".
Seguimos conversando un ratito más luego, tuve que continuar mi camino. Cuando
una hora más tarde salí de la sacristía al altar para celebrar la Misa
vespertina, vi que la pareja anciana había venido también a la Misa. Durante la
toda la celebración de esa tarde me daba vueltas y vueltas en la cabeza: Él
murió para que nosotros fuéramos salvados.
En al altar veía la cruz, las velas, las flores. Justo como en la mesa de los
ancianos. También aquí hay un recuerdo. En lugar de la fotografía del soldado
está al crucifijo delante de mí. Nosotros, los hombres estamos en peligro de
perdernos para siempre. Entonces vino Jesús desde la lejanía de su eternidad.
Cargó la viga en sus hombros. Él murió por la viga, por la cruz. Por medio de
él pasamos a la otra casa. Allí encontramos ayuda y vida. La otra casa es la
Iglesia, nuestra nueva patria. El joven soldado es una imagen de nuestro salvador
Jesucristo. Como los padres ancianos puedo rezar ahora con la comunidad
parroquial: "Por Jesucristo, tu Hijo!". Luego de la consagración
puedo decir con todos:"¡Anunciamos tu muerte, Señor!".
La Misa es recuerdo, a la vez agradecimiento al Hijo de Dios que murió para que
vivamos. La Misa es la mesa con la foto, las velas y las flores. Estamos
sentados alrededor y pensamos en todo lo que Él ha hecho por nosotros y lo
bueno que fue. Pensamos en cómo se ha sacrificado y le damos las gracias. Pero
la Santa Misa es mucho más. El no está presente por la imagen, el recuerdo, en
el memorial. Él está aquí - en persona y realmente - en el pan, en el cáliz.
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