1. CASI, CASI NO SE FIRMÓ EL CONTRATO DE APRENDIZAJE.
(La Misa - ¿Aburrida?)
Esteban consiguió un puesto de aprendiz fabuloso. Su tío Luis era maestro
capataz en una fábrica de automóviles de fama mundial. Había hablado con el
gerente del departamento de instrucción y aprendizaje en favor de su sobrino
ahijado. Desde hace muchos años Esteban se había interesado mucho por los
automóviles. Conocía todas las marcas y sus particularidades. Sabía
perfectamente cómo funciona un motor. En una pista apartada absolutamente sin
peligro su tío le había permitido alguna vez el timón de su auto. El tío estaba
encantado. El chico era un verdadero experto del timón. Tiene que entrar a nuestra
compañía. Luego puede continuar sus estudios y llegar a ingeniero de
construcción. Esteban estaba feliz. Muchos de sus compañeros del último año ni
siquiera tenían un lugar donde comenzar el aprendizaje. Y él tenía la profesión
de ensueño, aprendiz de mecánico de automóviles.
El primer día su mamá lo acompañó hasta la fábrica. Una vez allí el tío se
encargó de todo lo demás: lo presentó, le enseñó donde cambiarse, le indicó el
camino a la escuela profesional cercana que se encontraba en medio de un jardín.
El encargado de la instrucción de los aprendices le dio unas palmadas en el
hombro y bromeó: "Has venido al trabajo con el tranvía. Apuesto que pronto
harás el mismo camino con tu propio carro". En la fábrica Esteban se quedó
boquiabierto de admiración: ¡tanta gente, tantas maquinas, tanto trabajo!
Esteban recordó la clase cuando el profesor les había hablado recientemente de
lo estupendo que era la técnica. Un poco despectivo pensó: "Ni Eduardo con
su puesto elegante de supermercado puede encontrarlo mejor que yo".
Ahora había
pasado el tiempo de prueba y se acercaba el momento de la firma del contrato de
aprendizaje. La mamá notó algo extraño: Esteban estaba pálido. No se le veía
contento. Algo no marchaba bien. Una hermosa mañana estaba sentado, callado,
tomando su desayuno pero trataba su pan como si fuera un chicle. No acababa de
desayunar. La mamá le animó: "Esteban, si no te apuras, llegarás
tarde". El chico murmuró a voz baja: "No voy". ¿"Qué
dices?" - "No voy". La mujer comenzó a echarle un sermón mediano
de cuaresma. Esteban dijo: "No me grites". Luego agarró su mochila y
masculló: "Bueno, hoy día. Pero no firmaré el contrato. La fábrica es
aburrida". Y se fue.
La mujer se sentó. Brotaron las lágrimas. Pero luego se irguió. Buscó el
teléfono. Después de hablar por teléfono con una y luego con otra persona, por
fin pudo conversar con el tío Luis. Le contó sus penas: "Esteban no quiere
ir a la fábrica. Dice que es muy aburrido". Uno notaba en la voz del tío
Luis que hervía de ira. Pero cuando llegó Esteban había cambiado de idea.
"Esteban, deja la ropa de faena en la cabina. ¡Ven conmigo!". Se fue
con él al puesto central, elevado muchos metros por encima de las cabezas en el
alto cobertizo de la fábrica. Se podía contemplar todo el taller. Era como
mirar un reloj muy grande - una sección en armonía con la otra, una función
desembocando en la otra. Desde la izquierda vino una plancha de metal sin
trabajar y a la derecha salió como brillante capota de automóvil. Allí se
reflejó una luz cegadora en una pieza de aluminio, allá un ruido estridente de
una máquina. Allá se levantó una nube de polvo. Pero se hubiera podido hacer el
trabajo en traje de domingo. Los obreros en medio de todo esto sin muchas
palabras, atentos, interviniendo en el momento justo. Uno percibía su sentido
de responsabilidad. "¿Encuentras esto aburrido?", preguntó el tío
Luis. Esteban no se rindió. "Aquí no se puede escuchar siquiera un poco de
músico rock". El tío Luis mantenía su serenidad. "Ven, vamos a ver
otra cosa".
Tenía preparada una película para personajes importantes que le serviría como
introducción a una conferencia. La proyectó. Se veía una fábrica de automóviles
japonesa que era de la competencia. Las imágenes eran estimulantes. ¡Con qué
precisión, con qué agilidad, con qué perseverancia, con qué entrega sabían
trabajar estos japoneses..., como hormigas! Y con todo esto su salario no era
de comparar con el de los trabajadores de aquí. Luego seguían imágenes de
carreras de automóviles, la carga y descarga en barcos sudamericanos, de una
pista en donde corría un carro japonés después de otro. Nuevamente preguntó el
tío Luis: " ¿Aburrido?" "Es interesante". Luego el tío dijo
con parquedad y muy en serio: "Esteban, yo creo que lo que tú llamas aburrimiento
no es nada más que tu flojera". Esteban quiso reaccionar con ira. Pero
luego se acordó de su padre. Había fallecido hace un año en el hospital luego
de una enfermedad muy grave. En el hospital dijo a su hijo único:
"Esteban, no te vuelvas un flojo. Con esfuerzo uno llega a la meta".
Le contestó al tío Luis: "Muchas gracias. He comprendido. No es la fábrica
que es aburrida sino soy yo, aburrido, o mejor dicho, flojo y un poco
tonto".
Mucha gente joven algún día dice: "La Misa es aburrida". Y ya no van.
Sin embargo, se nos ha dado la Misa como una escuela de Dios para que
aprendamos a través de ella a ser dueños de nuestra vida. Nuestro futuro en el
mundo y en el más allá depende de la forma como dejamos que nos plasmen.
Nuestra semana se ve sostenida por al alimento interior que nos da la Misa.
Cuando la abandonamos, nos abandonamos a nosotros mismos.
Un día el shah de Persia viajó a Europa y llegó a Paris. Organizaron en su
honor una carrera de caballos en Longchamps. El presidente de la república
estaba sentado con el Shah en la tribuna de honor. Participaron en las carreras
los caballos más famosos. Sin embargo el Shah, sentado en la tribuna de honor,
bostezaba y jugaba con sus dedos. Turbado, el presidente lo preguntó si no le
gustaba este brillante homenaje. Entonces dijo el Shah: "Esto ya me lo
sabía en Persia que un caballo corre más rápidamente que otro.". El buen
hombre no tenía idea de lo que estaba pasando. La mayoría de los jóvenes que
encuentran aburrida la Misa podrían llegar a ser Shah de Persia.
Cuando a uno le parece que la Misa es aburrida, entonces lo mejor no es dejar
de ir a Misa, sino de estudiarla, conocerla verdaderamente. Eso lo haremos aquí. Es como si nos
sentáramos en la cabina de supervisión. Se nos presenta una realización que es
tan hermosa, tan interesante, tan estimulante, tan conmovedora... para ojos
despiertos, es verdad, no para ojos cerrados. La Misa es lo más hermoso
que existe.
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