1 VIDEO: Esta joven conmovió a todos en JMJ con su testimonio del perdón de Dios
A continuación el testimonio completo de Natalia en el Campo de la Misericordia:
El 15 de abril de 2012, era domingo, me desperté en mi departamento en Lodz que es la tercera ciudad de Polonia. En ese tiempo era jefa de redacción de revistas de moda y desde los 20 años ya no tenía nada en común con la Iglesia.
Tenía éxito en el trabajo, me encontraba con algunos chicos lindos, iba de una fiesta a otra y ese era el sentido de mi vida. Todo iba bien. Solo que ese día me desperté con una cierta inquietud causada por el pensamiento de que aquello que estaba haciendo con mi vida estaba lejos de ser algo bueno.
Comprendí que necesitaba ir a confesarme ese mismo día. No sabía bien cómo se hacía, pero busqué en Google la palabra ‘confesión’. En uno de los artículos que encontré, leí esta frase: Dios murió por el amor que nos tiene. Comprendí plenamente el sentido de esta afirmación: Dios murió por el amor que me tiene y quería darme una vida plena mientras yo estaba cerrada en mi indiferencia fumando un cigarrillo en la cocina.
Así veía la situación en ese momento. Estallé en lágrimas, tomé una hoja de papel y comencé a poner por escrito todos mis pecados. Todos estaban muy claros, aparecían uno tras otro ante mis ojos y veía que había ido contra todos los Diez Mandamientos. Sentí una inmediata necesidad de hablar con un sacerdote. Encontré en internet el dato de que a las 15 horas en la catedral iban a confesar.
Corrí allá, pero tenía mucho miedo de que el sacerdote me dijera: ‘tus pecados son demasiado graves, no puedo hacer nada por ti’. Sin embargo encontré el valor y fui a confesarme. Conté todo y comencé a llorar mucho. El sacerdote no decía nada. Cuando terminé me dijo: ‘esta es una confesión muy bella’ No entendía a lo que se refería, no había nada de bello en lo que le había contado. ‘¿Sabes qué día es hoy?’ -preguntó- ‘Es el Domingo de la Misericordia. ¿Sabes qué hora es? Son poco más de las 15 horas. Esta es la hora de la Misericordia. ¿Sabes dónde estás? En la catedral, en el lugar donde Santa Faustina rezaba cotidianamente, cuando vivía todavía en Lodz. En ese entonces se le apareció el mismo Señor que le dijo que quería perdonar en ese día todos los pecados, sin importar cuáles fuesen. Tus pecados han sido perdonados. Ya no están más, no vuelvas a pensar en ellos, sácatelos de la cabeza’.
Eran palabras fuertes. Al ir a la confesión estaba convencida de que había perdido irremediablemente la vida eterna, y ahora sentía que Dios había tomado lo que yo había hecho mal y lo había desaparecido para siempre. Sentí que Él me esperaba desde siempre y me había puesto una cita para ese día.
Salí de la iglesia como si volviese de un campo de batalla: sumamente cansada, pero al mismo tiempo super feliz, con un sentimiento de victoria y con la convicción de que Jesús volvía a casa junto a mí.
En los últimos dos años me he involucrado en los preparativos de la JMJ en Lodz, para que también otros puedan experimentar aquello que yo ya experimenté. La Misericordia de Dios está viva y sigue actuando ininterrumpidamente también hoy. Hay testimonios de ello y auguro para cada uno de ustedes que experimenten lo mismo.
2 Vídeo: Con la fuerza de la fe este joven venció a la droga y así lo comparte en la JMJ
Miguel es un paraguayo de 34 años de edad que durante muchos años estuvo inmerso en el mundo de las drogas. Con mucho esfuerzo y con la fuerza de la fe en Dios pudo salir adelante y hoy ayuda a otros que atraviesan por el mismo problema.
Este es su testimonio, compartido en el Campus de Misericordia en la JMJ Cracovia 2011:
Mi nombre es Miguel tengo 34 años y soy de Asunción, Paraguay. Somos 11 hermanos y fui el único con problemas de drogadicción. Me recuperé en la Fazenda de la Esperanza San Rafael | RS – Brasil.
Durante 16 años use drogas, desde los 11. Siempre tuve grandes dificultades de relacionamiento con mi familia, no me sentía querido ni cercano a ellos. Discutíamos constantemente y vivíamos en continua tensión. No recuerdo sentarme en familia a la mesa, para mí la Familia era un concepto inexistente, la casa sólo era un lugar donde dormir y comer.
A los 11 años de edad escapé de mi casa ya que el vacío era muy grande. En aquel tiempo aún estudiaba pero yo quería “libertad”. En pocos meses estaba experimentando con drogas de camino a la escuela. Esto no hizo más que ahondar el vacío dentro mío, no quería regresar a mi casa, enfrentar a mi familia, enfrentarme a mí. Al tiempo dejé toda educación formal y mis padres tuvieron que cerrarme las puertas de su casa, estaban perdiendo la esperanza.
A los 15 años cometí un delito por el cual fui preso. Estando en prisión recibí la visita de mi padre quien me preguntó si quería cambiar y respondí “Sí”. Rápidamente logró tramitar mi libertad. Salí y volví a delinquir. Un día cometí un delito mayor por el cual fui preso seis años, años de mucho sufrimiento. No conseguía entender por qué ninguno de mis hermanos me visitaba. Así pasaron los años y cumplí la totalidad de la condena. Mis padres continuaban vinculados a la Iglesia.
A un mes de haber salido de prisión un sacerdote amigo de la familia me invitó a conocer un lugar llamado Fazenda de la Esperanza. Estaba sin rumbo en la vida. Todos esos años perdidos se reflejaban fuertemente en mi mirada, en mi rostro. Acepté ir, por primera vez me sentí en familia. Al principio me costaba mucho el relacionamiento, la convivencia.
En esta comunidad el método de sanación es La Palabra de Dios, vivirla. En mi proceso de recuperación tuve un compañero al cual me costaba mucho perdonar, yo precisaba paz y el ser amado. A mi séptimo mes me dieron una responsabilidad en la casa, la de ayudar a que funcione mejor.
Así comencé a entender que Dios pedía algo de mí. Entonces este compañero recibió una carta de su esposa, cuya relación estaba desgastada, esto me ayudó a comprenderlo mejor. Le entregué la carta y me dijo “Hermano, me perdona?” yo le respondí que por supuesto. A partir de ese momento tuvimos una excelente relación. Realmente Dios nos transforma, Dios nos renueva.
Me recuperé hace 10 años y hoy soy responsable de la casa “Quo Vadis?” de la Fazenda de la Esperanza en Cerro Chato – Uruguay, departamento del 33, hace 3 años.
Vídeo 3: El desgarrador testimonio de una joven siria en la JMJ Cracovia 2016
El miedo a morir cualquier día a causa de la guerra o a perder su hogar o su familia es una constante en la vida de la joven siria Rand Mittri, quien compartió en la Vigilia de la JMJ Cracovia 2016 que pese a todo y las dudas que la asaltan, no ha perdido la fe ni la esperanza.
A continuación el testimonio completo de esta joven:
Hola, mi nombre es Rand Mittri. Tengo 26 años y soy una graduada del Colegio de Ciencias Naturales de Siria. Estudio un máster en Alepo. Sirvo en el Centro Don Bosco de Alepo. Como deben saber nuestra ciudad ha sido destruida, arruinada y devastada. El significado en nuestra vida se ha visto cancelado. Somos la ciudad olvidada.
He viajado para verlos con 21 de mis compañeros representando a la gente salesiana del Medio Oriente, incluyendo Siria, Líbano y Egipto (aplausos). Con nosotros está el Padre Simón, el líder de la comunidad salesiana. Les doy gracias a Dios por permitirme estar aquí con todos ustedes.
Puede ser difícil para muchos de ustedes saber y comprender todo lo que está pasando en mi amado país, Siria. También es difícil para mí compartir una vida de dolor con ustedes en solo algunas frases, el dolor que está en nuestros corazones es muy grande para expresarlo en palabras pero trataré de mostrar algunos aspectos de nuestra realidad con ustedes nuestros hermanos.
Todos los días de nuestra vida estamos rodeados por la muerte pero, como ustedes, cerramos la puerta tras nosotros todas las mañanas mientras vamos al trabajo o la escuela. Es en ese momento que nos envuelve el miedo de no volver a encontrar nuestros hogares o nuestras familias mientras nos separamos de ellos.
Tal vez seamos asesinados ese día o tal vez sean nuestras familias las que mueran. Es un sentimiento difícil y doloroso saber que se está rodeado por la muerte y la matanza, y que no hay forma de escapar, que nadie ayuda.
Dios, ¿dónde estás? ¿Por qué nos has olvidado? ¿Existes acaso? ¿Por qué no tienes misericordia de nosotros? ¿Eres el Dios del amor? Cada día hacemos estas preguntas y yo no tengo una respuesta
¿Es posible que este sea el fin y que hayamos nacidos para morir en el dolor? ¿Hemos nacido para vivir o para vivir una vida en plenitud? Mi experiencia es que esta guerra ha sido en realidad difícil y dura, pero ha hecho que madure y crezca antes de tiempo para poder ver las cosas desde una perspectiva distinta.
Sirvo en el Centro Don Bosco en Alepo. Recibimos a más de 700 jóvenes hombres y mujeres que vienen esperando una sonrisa y una palabra de aliento. También buscan algo que de otro modo falta en sus vidas: trato genuinamente humanitario, pero es muy difícil para mí ofrecer alegría y fe a otros mientras yo estoy en bancarrota con estas cosas en mi propia vida.
Hemos perdido a mucha gente en nuestro centro en esta guerra. Jacques, un niño de 13 años murió cuando esperaba el autobús para venir a la lección cristiana y jugar con sus amigos. Desafortunadamente la amargura y el odio en el corazón de los hombres mató a este niño.
Michelle nos dejó una noche y la esperábamos al día siguiente en el centro, pero desafortunadamente el sueño de esa noche se hizo eterno porque su casa fue destruida y colapsó sobre ellos y se unió a los ángeles en el sueño.
Otros que murieron incluyen a mis amigos Nur, Antoine, William y muchos otros jóvenes hombres y mujeres que solo pueden ser culpados por tener fe en la humanidad. Todos ellos son mártires de esta guerra sangrienta. La muerte ha destruido nuestras almas, sueños y esperanzas.
La destrucción de la vida humana es más grande que aquella comparada a la demolición de ladrillos y piedras. Pese a todo esto mi vida y la vida de mis amigos en la Iglesia han seguido siendo de servicio y de entrega alegre a los niños en esta ciudad.
Seguimos la huella de Don Bosco, quien creció en alegría para responder. Vemos la presencia de Dios cuando vemos a un niño que ayuda a tener agua, vemos a Dios en aquellos que se trabajan y se arriesgan por otros, vemos a Dios en padres que no se rinden y son capaces de darles alimentos a sus hijos.
En mi pobre experiencia de vida he aprendido que mi fe en Cristo supera las circunstancias de la vida. Esta verdad no está condicionada a vivir una vida de paz que esté libre de dificultades.
Cada vez más y más creo que Dios existe pese a todo nuestro dolor. Creo eso a veces incluso a través del dolor. Él nos enseña el verdadero sentido del amor. Mi fe en Cristo es la razón de mi alegría y mi esperanza. Nadie podrá nunca robarme esta auténtica alegría.
Al final, le pido a Dios que todos en Siria y a todo el mundo, el don de la alegría y la misericordia, y que esto esté en el corazón de los tristes y abandonados. Este es un mensaje para todos los cristianos en la faz de la tierra.
Les agradezco y sinceramente les pido que recen por mi amado país, Siria.
Jesús, en ti confío.
Fuente: aciprensa.com
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