Las horas pueden escaparse de las manos en una carrera frenética hacia un lugar desconocido
Carlos Padilla Esteban, aleteia
A veces no sé distinguir las cosas importantes de las que no lo son. Invierto el mismo tiempo en todo y me agobio con la misma intensidad. Como si fuera lo mismo algo lúdico (= de juego) que algo que toca la esencia de la vida. Y yo pongo el corazón en todo. Y me apasiono. Y pierdo la objetividad.
A veces no sé distinguir las cosas importantes de las que no lo son. Invierto el mismo tiempo en todo y me agobio con la misma intensidad. Como si fuera lo mismo algo lúdico (= de juego) que algo que toca la esencia de la vida. Y yo pongo el corazón en todo. Y me apasiono. Y pierdo la objetividad.
Y entonces entro en discusiones que no me llevan a nada. Porque me pongo a discutir sobre lo que tiene que ver con lo irracional, con lo más profundo, con el alma.
Y dejo entonces de valorar los pequeños detalles. Y me detengo sólo en lo que vale mucho dinero, en los problemas que tienen muchas implicaciones, en las realidades que afectan a muchas personas.
Me gustaría saber distinguir lo prioritario, lo urgente y lo verdaderamente importante. Invertir mi tiempo de la forma adecuada. Sufrir por lo que merece la pena y no sufrir de forma innecesaria.
Victoria Braquehais, misionera de la pureza de María en el Congo, cuenta su experiencia en África: “Para mí hay cosas que antes eran muy importantes como la eficacia o la eficiencia. A mí me educaron para triunfar, para ser la primera de la clase, para hablar un montón de idiomas, para sacar muy buenas notas. Y eso es importante, eso me sirve, son recursos y es una gracia de Dios. Pero en los olvidados de la tierra hay una sabiduría.Cosas que para mí antes eran muy importantes como el éxito o el triunfo, ahora han dejado paso al encuentro, a la persona. Y cosas que no eran importantes, ahora sí lo son: los detalles y lo concreto en cosas sencillas”.
Valoro las cosas de acuerdo a lo que producen. Si me dan alegría, si me dan poder o gloria, si logro mucho dinero con ellas. Entonces merecen la pena. Si no aportan nada, o no me dan poder, o no logro nada en ese tiempo invertido, entonces las dejo de lado. No me interesan.
Lo productivo acaba siendo lo que tiene valor en el mundo. Y me importan más las cosas que otros valoran como importantes. La opinión de los demás tiene tanto peso… Y yo pierdo el tiempo o lo empleo de la forma equivocada.
¿Cómo distinguir lo importante de lo accesorio?¿Lo que vale realmente la pena, porque me habla de eternidad, de aquello que es caduco y pasajero?
A veces la presión me hace optar por lo que no quiero, por lo que no importa tanto. Y tomo decisiones erradas buscando un fin bueno con medios que no lo justifican. Y me equivoco al no saber juzgar lo realmente importante.
Y sueño con una vida plena. Con decisiones acertadas. Con pasos bien dados en la dirección correcta. Y deseo una vida que toque el cielo.
Y me conmueven las palabras de una poesía que leía hace poco:“Para llenar el hueco de luz que hay en mi alma. No sé si el infinito me basta o no es bastante. Si un beso o una caricia logran calmar mi llanto. No lo sé, no me importa. Vivo sólo el presente. Vivo la tarde tenue que cansada se abisma. En la noche de estrellas que yo mismo dibujo. Esa carne infinita que llena mi presente. Ese mar infinito que sueño con nostalgia. En la pared desnuda delante de mis ojos. Desgrano los misterios de mi vida soñada”.
Esa poesía me habla del cielo y la tierra, de los sueños y la vida. Me habla de una nostalgia que tiene el alma que no calman mil obras realizadas con las manos.
Me han educado para producir, para ser útil, para obtener resultados positivos. Y yo me empeño en estar a esa altura que yo mismo marco con los dedos. Lo que los demás esperan. Lo que el mundo propone. Lo que mi alma sueña.
Y es verdad que a veces me acuesto con la sensación de haber gastado el día en algo bueno. Haber amado, haberme dejado el alma. Y me siento con esa paz que viene del cielo. Me quedo contento, con paz, calmado.
No quiero cumplir años y sentir que la vida me ha vivido sin casi darme cuenta. No quiero dejar que las horas se me escapen de las manos en esa carrera frenética hacia un lugar que desconozco.
Quiero saber bien lo que merece la pena. Y no llorar una lágrima de más por lo que es caduco. Porque no me importa. Porque no me sostiene el alma firme en medio de la tormenta. Quiero abrazar el propósito que marcan mis pasos. La meta soñada. El cielo que anhelo.
Que mi vida tenga un sentido. Y aprenda a valorar lo importante. Aunque no sea productivo. Aunque no me haga sentir tan eficiente. El atardecer que pasa. La luz tenue de una vida. Una mirada. La melodía que me despierta.
Todo es fugaz y no sé cuántas horas me quedan por delante. La fugacidad de mi vida le da más valor a lo que decido y hago aquí y ahora.
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