3. Christopher
(La Misa - La Vida
por los Hermanos)
El 22 de diciembre a
las 10 de la mañana la campana del colegio de Tiefenbronn arrancó a
todos alumnos de sus asientos. ¡Vacaciones! ¡Vacaciones de Navidad!
Apenas le quedó tiempo al profesor para desearles ¡Feliz Navidad! Todos
partieron corriendo. Como últimos salían del salón del primer año de
media los mellizos. El profesor los apuró: "Pónganse en camino a casa.
Tienen que caminar muy lejos. Se ha dicho que el clima va a ser muy
malo". "No se preocupe. Nuestro hermano mayor nos acompañará". Durante
la semana los hermanos vivían con una tía en la pequeña ciudad de
Tiefenbronn. Los sábados, los días de fiesta y las vacaciones los
pasaron en casa, en un pueblo a dos horas de camino. El hermano mayor
los estaba esperando. En pasando, el profesor de gimnasia les dijo":
Feliz Navidad y mucho cuidado, Christopher, con los pequeños. Va a
nevar". Al verlos salir del colegio pensaba: "Gran muchacho, este
Christopher".
Christopher tenía
alrededor de 16 años. Alto, de hombros anchos. Sus ojos claros miraban
alegremente al mundo. Se le veía en la cara que era un chico bueno. Su
padre solía decir: "Christopher regala hasta el último centavo a los
demás". Se acercaron los pequeños. Contaban y contaban. Christopher
estaba callado, le preocupaba el mal tiempo anunciado. El aspecto del
cielo y las nubes justificaba su preocupación. Ya habían caminado media
hora, habían dejado atrás las últimas casas de la ciudad de Tiefenbronn.
De repente Pedro, uno de los mellizos gritó: "¡Primero! ¡Primero!" "¿Que
quieres decir con esto?" "A mi primero se me cayó nieve en la cara".
Entonces el otro dijo: "A mí también me ha mordido". Christopher se
enfadó: "No hagan tonterías, no es hora para jugar. Tenemos que
apurarnos para llegar a casa".
En el entretiempo
había caído la oscuridad. El viento del norte era terriblemente frío,
calaba hasta los huesos. Empujó a la nieve en ráfagas cada vez más
densas en contra de los muchos. Los chicos tenían que esforzarse para
avanzar contra el viento y la nieve. Christopher se había vuelto muy
serio y callado. Pensaba sólo una cosa: "¡Ojalá que los pequeños lleguen
a casa sanos y salvos!" Los mellizos ya no pensaban en hacer bromas. Sin
palabras le seguían. La nieve los había medio congelado. Pedro dijo:
"Estoy cansado. Me echaré un poco para dormir en la nieve blanda".
Christopher le respondió: "¡Ni lo pienses!. Tú sabes muy bien que uno se
congela cuando queda dormido en la nieve". Después de un tiempo el otro
mellizo, Pablo, suspiró: "¡Ya no puedo más!" "Ven, yo voy a cargar con
tu mochila. Tu no eres cobarde".
Christopher
intentaba penetrar con la mirada la oscuridad y la tempestad de nieve.
Todo le parecía extraño. "¿Hemos equivocado el camino?" Vislumbró un
cerro rocoso. Christopher conocía todos los caminos, todos los campos
alrededor de su casa. Pero esta roca le parecía desconocida. "Señor,
Dios mío, ayúdame para que pueda llevar a los pequeños a casa".
Al llegar a la roca
vieron una especie de refugio. No era una cueva pero servía para
descansar. No había nieve allí. Hasta un poco de hojas secas invitaban a
echarse. "Este es nuestra sala de estar", dijo Pablo y se metió en el
refugio. De las mochilas Christopher armó un pequeño muro. Luego juntaba
las hojas secas y preparó una especie de cama para los pequeños. Cuando
los mellizos estaban acostados se quitó el saco forrado de piel y los
cubrió. Luego se acostó delante de los pequeños para protegerlos con su
cuerpo. Pasaron unos momentos. Luego los tres se dormían profundamente,
agotados por la lucha contra la tempestad, la nieve y el frío. Alrededor
de la una de la tarde la madre se acercaba cada dos minutos a la ventana
para mirar si sus hijos estaban llegando. Pero la tempestad no le
permitió ver más allá de una palma de la mano. El padre escondía su
preocupación trabajando en el establo. Pasada la una le dijo al
jornalero": Ven, vamos a buscar a los chicos". El empleado sacó el
caballo del establo, el padre preparó dos linternas, amarraron el
caballo al trineo y ¡en marcha!.
Poco a poco amainó
la tempestad. Hasta aclaró un poco en cuanto le permitía el día invernal
tan corto. Los dos hombres se cubrían el rostro ante el frío cortante.
"Señor, ayúdanos a encontrar a los muchachos", murmuró el padre. Fueron
hasta el pequeño puente de donde se desvía de la carretera el camino a
la granja, si se puede hablar de carretera. El empleado acotó: "No se ve
rastro alguno". El padre dijo: "La tempestad ha borrado toda huella".
Pasaron el puente. De repente el padre paró el caballo: "Creo que han
pasado por aquí. Se veían unos rastros semiborrados pero en la dirección
equivocada. El empleado concluyó: "No han visto el desvío del puente.
Han equivocado la dirección".
El padre apuró el
caballo. Después de un largo rato vieron la roca. "A lo mejor se han
refugiado allí". Pararon y se abrieron camino en la nieve hacia el
refugio. Vieron las mochilas, la camisa multicolor de Christopher. El
padre llamó: "¡Pedro, Pablo, Christopher!". Algo se movió entre las
hojas secas. Los mellizos sacaron la cabeza. "Papa" gritaron y corrieron
hacia su padre. El empleado tomó a Christopher del hombro y los sacudió.
Los pequeños llamaron: "Christopher, Christopher". El padre se acercó:
"Christopher". El muchacho no se movía. Acercó su cara a la mejilla de
Christopher. Fría como hielo. "Señor, ayúdanos", suspiró el padre. Luego
lo levantaron un poquito. Frotaban sus manos, sus sienes, su pecho. El
empleado dijo: "Está muerto".
Cuando la madre se
había acercado a la ventana lo que parecía la milésima vez vio cómo el
trineo entró a la granja. Sólo vio al esposo, al empleado a los
mellizos. Vio algo echado en el asiento atrás. "¿Christopher? ¿¿Un
accidente?". Luego estaba ante el muerto. Nadie decía palabra. Luego
dijo Pedro: "Se ha echado para cubrirnos como si quisiera encerrarnos en
el calor.". En la granja se celebró Navidad como siempre. El padre leyó
el evangelio de la Nochebuena. Como siempre tocaba los villancicos en la
cítara. Pero el canto no se oía muy firme. En el sitio de Christopher
habían puesto una cruz y un ramo de pino. "Él esta con nosotros", dijo
el padre quedamente.
Cuatro días después
de Navidad, en la fiesta de los Santos Inocentes enterraron a
Christopher. En contra de su costumbre el párroco hizo una homilía en la
misa de cuerpo presente. Varias veces se equivocó y dijo en lugar de
"Cristo" "Christopher". "Dio su vida por sus hermanos." "Los encerró en
sus llagas." La gente pensaba que el párroco se había equivocado muy
bien.
Cada año, al
celebrar Navidad colocaban en la granja, en el sitio de Christopher una
vela encendida y un ramo de pino. Pedro y Pablo pintaron grande la
palabra de la Biblia: "Nadie tiene amor más grande que él que da la vida
por sus hermanos". Pablo solía decir: "Cuando adornamos el lugar de
Christopher siempre me parece que está presente". Pedro hizo eco: "Yo
pienso que es como en la Misa: Cristo ha muerto por nosotros y esta
siempre presente".
El padre dijo: "Con
Christopher es como si estuviera presente. En la Misa Jesús está
presente de verdad, vive por nosotros y cuida de nosotros. Allí se
sacrifica por nosotros, sus hermanos.
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