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jueves, 22 de febrero de 2018

Decálogo del médico


el decálogo se convierte en súplica

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Junto al enfermo y la familia, cómo no,  es importante la labor de
 los médicos. Puede resultar interesante recordar aquel «decálogo del 
médico» que nos dejó Salomón ben Maimón, Maimónides,
 médico y filósofo cordobés, autor de varias obras científicas, teológicas 
y filosóficas. 

Maimónides escribió su decálogo en forma de plegaria. 

«Primero, llena mi alma de amor por el arte y sus criaturas; 
segundo, no permitas que la sed de lucro y la ansiedad de 
gloria influyan en el ejercicio de mi profesión, pues, como 
enemigos de la verdad y del amor al prójimo, fácilmente 
podrían alucinarme y apartarme del noble deber de hacer 
bien a tus hijos; 
tercero, sostén las fuerzas de mi corazón para que siempre 
se halle dispuesto a servir a ricos y a pobres, a amigos y 
a enemigos, a buenos y a malvados; 
cuarto, haz que yo no vea en quien sufre sino al 
prójimo, que mi espíritu permanezca siempre claro junto 
al lecho del paciente, sin pensamiento extraño alguno capaz de 
distraerlo para que recuerde todo cuanto la ciencia y la experiencia 
me hayan enseñado, pues son grandes y sublimes las investigaciones 
científicas cuyo objeto es conservar la salud y la vida de tus criaturas; 
quinto, induce a mis enfermos a confiar en mí y en mi profesión, 
a obedecer mis prescripciones y consejos; 
sexto, aleja de ellos la turba de charlatanes, de parientes y de intrusos,
 cuyas miles de opiniones, inspiradas por la vanidad y la presunción
 de saberlo todo, los hacen casta peligrosa que frecuentemente perturba y 
daña las mejores intenciones del arte y conduce hacia la muerte de
 las criaturas; 
séptimo, si los ignorantes me critican y se mofan, 
hazme una coraza de amor al arte que me conserve invulnerable para 
perseverar en la verdad a despecho del prestigio, de la edad y de la 
fama de mis enemigos; 
octavo, Dios mío, concédeme paciencia e indulgencia ante los 
enfermos tercos y malcriados; 
noveno, hazme siempre moderado, insaciable solamente en 
el amor a mi ciencia;  aleja de mí la pretensión de saber y de poderlo todo; 
décimo, dame fuerza,  voluntad y ocasión para acrecentar 
incesantemente mis conocimientos y descubrir en mi labor 
los errores ayer no sospechados, pues es grande el arte y 
en él puede penetrar más y más el espíritu del hombre».

Luces en mi agenda, ReL


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