Febrero
1. La oración es el desahogo de nuestro
corazón en el de Dios... Cuando se hace bien, conmueve el corazón de Dios y le
invita, siempre más, a acoger nuestras súplicas. Cuando nos ponemos a orar a
Dios, busquemos desahogar todo nuestro espíritu. Nuestras súplicas le cautivan
de tal modo que no puede menos de venir en nuestra ayuda.
2. Quiero ser solamente un pobre fraile
que ora... Dios ve manchas hasta en los ángeles, ¡cuánto más en mí!
3. Ora y espera; no te inquietes. La
inquietud no conduce a nada. Dios es misericordioso y escuchará tu oración.
4. La oración es la mejor arma que
tenemos; es una llave que abre el corazón de Dios.
Debes hablar a Jesús también con el
corazón además de hacerlo con los labios; o, mejor, en algunas ocasiones debes
hablarle únicamente con el corazón.
5. Con el estudio de los libros se busca
a Dios; con la meditación se le encuentra.
6. Sed asiduos a la oración y a la
meditación. Ya me habéis dicho que habéis comenzado a hacerlo. Oh Dios, ¡qué
gran consuelo para un padre que os ama igual que a su propia alma! Continuad
progresando siempre en el santo ejercicio del amor a Dios. Hilad cada día un
poco: si es de noche, a la tenue luz de la lámpara y entre la impotencia y la
esterilidad del espíritu; y si es de día, en el gozo y en la luz deslumbrante
del alma.
7. Si puedes hablar al Señor en la
oración, háblale, ofrécele tu alabanza; si no puedes hablar por ser inculta, no
te disgustes; deténte en la habitación como los servidores en la corte, y hazle
reverencia. El te verá, le gustará tu presencia, favorecerá tu silencio y en
otro momento encontrarás consuelo cuando él te tome de la mano.
8. Este modo de estar en la presencia de
Dios, únicamente para expresarle con nuestra voluntad que nos reconocemos
siervos suyos, es muy santo, excelente, puro y de una grandísima perfección.
9. Cuando te encuentres cerca de Dios en
la oración, háblale si puedes, y si no puedes, párate, hazte ver y no te
busques otras preocupaciones.
10. Las oraciones, que tú me pides, no
te faltan nunca, porque no puedo olvidarme de ti que me cuestas tantos
sacrificios.
Te he dado a luz a la vida de Dios con
el dolor más intenso del corazón. Estoy seguro de que en tus plegarias no te
olvidarás del que lleva la cruz por todos.
11. El mejor consuelo es el que viene de
la oración.
12. Salvar las almas orando siempre.
13. La oración debe ser insistente, ya
que la insistencia pone de manifiesto la fe.
14. Las oraciones de los santos en el
cielo y las de los justos en la tierra son perfume que no se perderá jamás.
15. Yo no me cansaré de orar a Jesús. Es
verdad que mis oraciones son más dignas de castigo que de premio, porque he
disgustado demasiado a Jesús con mis incontables pecados; pero, al final, Jesús
se apiadará de mí.
16. Todas las oraciones son buenas,
siempre que vayan acompañadas por la recta intención y la buena voluntad.
17. Reflexionad y tened siempre ante los
ojos de la mente la gran humildad de la Madre de Dios y Madre nuestra.
En la medida en que crecían en ella los
dones del cielo, ahondaba cada vez más en la humildad.
18. Como las abejas que sin titubear
atraviesan una y otra vez las amplias extensiones de los campos, para alcanzar
el bancal preferido; y después, fatigadas pero satisfechas y cargadas de polen,
vuelven al panal para llevar a cabo allí en una acción fecunda y silenciosa la
sabia transformación del néctar de las flores en néctar de vida: así vosotros,
después de haberla acogido, guardad bien cerrada en vuestro corazón la palabra
de Dios.
Volved a la colmena, es decir, meditadla
con atención, deteneos en cada uno de los elementos, buscad su sentido
profundo.
Ella se os manifestará entonces con todo
su esplendor luminoso, adquirirá el poder de destruir vuestras naturales
inclinaciones hacia lo material, tendrá el poder de transformarlas en
ascensiones puras y sublimes del espíritu, y de unir vuestro corazón cada vez
más estrechamente al Corazón divino de vuestro Señor.
19. El alma cristiana no deja pasar un
solo día sin meditar la pasión de Jesucristo.
20. Para que se dé la imitación, es
necesaria la meditación diaria y la reflexión frecuente sobre la vida de Jesús;
de la meditación y de la reflexión brota la estima de sus obras; y de la
estima, el deseo y el consuelo de la imitación.
21. Ten paciencia al perseverar en este
santo ejercicio de la meditación y confórmate con comenzar dando pequeños
pasos, hasta que tengas dos piernas para correr, y mejor, alas para volar;
conténtate con obedecer, que nunca es algo sin importancia para un alma que ha
elegido a Dios por su heredad; y resígnate a ser por el momento una pequeña
abeja de la colmena que muy pronto se convertirá en una abeja grande, capaz de
fabricar la miel.
Humíllate siempre y amorosamente ante
Dios y ante los hombres, porque Dios habla verdaderamente al que se presenta
ante él con un corazón humilde.
22. No puedo, pues, admitir y, como
consecuencia, dispensarte de la meditación sólo porque te parezca que no sacas
ningún provecho. El don sagrado de la oración, mi querida hija, lo tiene el
Salvador en su mano derecha; y a medida que te vayas vaciando de ti misma, es
decir, del amor al cuerpo y de tu propia voluntad, y te vayas enraizando en la
santa humildad, el Señor lo irá comunicando a tu corazón.
23. La verdadera causa por la que no
siempre consigues hacer bien tus meditaciones yo la descubro, y no me equivoco,
está en esto: Te pones a meditar con cierto nerviosismo y con una gran ansiedad
por encontrar algo que pueda hacer que tu espíritu permanezca contento y
consolado; y esto es suficiente para que no encuentres nunca lo que buscas y no
fijes tu mente en la verdad que meditas. Hija mía, has de saber que cuando uno
busca con prisas y avidez un objeto perdido, lo tocará con las manos, lo verá
cien veces con sus ojos, y nunca lo advertirá.
De esta vana e inútil ansiedad no te
puede venir otra cosa que no sea un gran cansancio de espíritu y la incapacidad
de la mente para detenerse en el objeto que tiene presente; y la consecuencia
de esta situación es cierta frialdad y sin sentido del alma, sobre todo en la
parte afectiva.
Para esta situación no conozco otro
remedio fuera de éste: salir de esta ansiedad, porque ella es uno de los
mayores engaños con los que la virtud auténtica y la sólida devoción pueden
jamás tropezar; aparenta enfervorizarse en el bien obrar, pero no hace otra
cosa que entibiarse, y nos hace correr para que tropecemos.
24. El que no medita puede hacer como el
que no se mira nunca al espejo, que no se preocupa de salir arreglado. Puede
estar sucio sin saberlo.
El que medita y piensa en Dios, que es
el espejo de su alma, busca conocer sus defectos, intenta corregirlos, se
reprime en sus impulsos y pone su conciencia a punto.
25. No sé ni compadecerte ni perdonarte
el que con tanta facilidad dejes la comunión y también la santa meditación. Recuerda,
hija mía, que no se llega a la salvación si no es por medio de la oración; y
que no se vence en la batalla si no es por la oración. A ti te corresponde,
pues, la elección.
26. En cuanto a lo que me dices que
sientes cuando haces la meditación, has de saber que es un engaño del diablo.
Estáte, pues, atenta y vigilante. No dejes jamás la meditación por este motivo;
de otro modo, convéncete de que muy pronto serás vencida por completo.
27. Tú, mientras tanto, no te aflijas
hasta el extremo de perder la paz interior. Ora con perseverancia, con
confianza y con la mente tranquila y serena.
28. Rogad por los malos, rogad por los
fervorosos, rogad por el Sumo Pontífice y por todas las necesidades
espirituales y temporales de la santa Iglesia, nuestra tiernísima madre; y
elevad una súplica especial por todos los que trabajan por la salvación de las
almas y por la gloria del Padre celestial.
29. Después del amor a nuestro Señor, te
recomiendo, hija, el amor a la Iglesia, su Esposa, a esta querida y dulce paloma,
que es la única que puede poner los huevos y procrear los palominos y palominas
del Esposo. Da gracias continuas a Dios por ser hija de la Iglesia, a ejemplo
de tantas almas que nos han precedido en el feliz tránsito.
Ten gran compasión de todos los
pastores, predicadores y guías de almas y contempla cómo están esparcidos por
toda la faz de la tierra, porque no hay en el mundo provincia alguna donde no
haya muchos. Ruega a Dios por ellos para que, salvándose a sí mismos, procuren
fructíferamente la salvación de las almas.
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