El secreto para la felicidad en el matrimonio: las recetas para vivir un matrimonio tal y como Dios lo pensó.
Llevo casi trece años casado y empiezo ahora a saber de verdad qué es
el matrimonio; empiezo a valorar la belleza y la importancia de mi
vocación matrimonial y a querer cada día más a mi mujer. Y el punto de
inflexión ha sido conocer el PROYECTO AMOR CONYUGAL (www.proyectoamorconyugal.es), un movimiento diocesano inmerso
dentro de la pastoral familiar que a través de, principalmente, la teología
del cuerpo de San Juan Pablo II, está ayudando a muchísimos matrimonios.
Hace poco se celebró en Madrid un curso de retiro organizado por
Proyecto Amor Conyugal, donde se enseñó a todos los matrimonios que
acudieron cómo deberían enfocar su matrimonio. Las recetas que se
dieron fueron las siguientes:
-Para AMAR, primero tenemos que saber qué es el amor y sentirnos amados.
Sin duda, la persona que más y mejor nos ama es Dios. El matrimonio
canónico debe tender a ser expresión de ese amor de Dios y, por tanto, no
tener nunca como referencia el amor que nos tiene el cónyuge, sino el amor
que Dios le tiene a él y el amor de Dios por mí.
-Para ello, nada mejor q mirarle con los ojos con los que le mira el Señor.
Seguro q no te imaginas a Cristo echándole una bronca cuando meta la pata,
sino q te lo imaginarás siendo infinitamente misericordioso y abrazándole
en sus debilidades. Pues así tenemos que ser con nuestro cónyuge.
-El Sacramento del Matrimonio sella una alianza entre los esposos y Dios.
Con el Sacramento tenemos que estar convencidos de que Dios nos ha
regalado a la persona que más nos puede ayudar para llegar a Él. Se habla
mucho de la vocación religiosa y no se habla de la vocación matrimonial.
Tenemos que tener claro que nuestra llamada a la santidad es por medio de
nuestro esposo (a). Tenemos que convencernos de que dicho esposo(a) es la
Ayuda Adecuada para que cada uno lleguemos al cielo; es el mayor don que
Dios nos da para cumplir este objetivo.
-Para poder llevarlo a la práctica el truco está en renunciar a tu yo; cuando
te casas, mueres y renuncias a tu yo para convertirte en una unidad con
tu marido o con tu mujer. Renunciar a nuestro orgullo, renunciar a imponer
nuestra razón (el amor no es una cuestión de razones), renunciar a nuestros
planes y a nuestros gustos. Y todo por un bien mucho mayor.
-En PROYECTO AMOR CONYUGAL te deja clarísimo que cada uno tiene
que poner sus dones al servicio del otro. Cuando tenemos un don, en vez de
ofrecerlo parece que exigimos al otro que también lo tenga. Dios nos ha hecho diferentes y con dones diferentes, precisamente para que entre los dos seamos
un equipazo imbatible. Por tanto, debemos poner a disposición del otro nuestros dones y acoger sin reparo los dones del otro. Por la gracia del Sacramento sus
dones y tus dones constituyen un tesoro único del que los esposos se tienen
que valer.
-En el matrimonio hasta los pecados del otro y sus miserias sirven. Si
uno fuera perfecto, el otro no podría desarrollar sus virtudes. Si todo lo
hiciera bien, el otro no podría ser misericordioso, ni paciente. Si no necesitara
nada, el otro no podría desarrollar la virtud del servicio. Y así sucesivamente.
Así que, da gracias a Dios también por los defectos de tu esposo (a) porque te ayudarán a crecer en virtud y el vivirlos con amor le ayudarán a él a redimirse.
-Es esencial el tema del perdón: claro que es difícil, pero en el matrimonio
no vale la lógica humana, ni el peso de la razón. Como hemos dicho,
tenemos siempre que mirar al otro con la mirada con la que Cristo le mira y,
por tanto, conseguir perdonarse y pedir perdón. No somos perfectos y es importantísimo el ser consciente de que el otro tampoco lo es y, por tanto,
perdonar sus defectos
-Y por último y más importante: lo que más ha cambiado, sin duda, mi vida matrimonial ha sido abrirme a la oración conyugal. Un matrimonio cristiano está compuesto por los esposos y por Dios y, lo mejor para meter a Dios en el matrimonio es hablar los dos conjuntamente con él; es rezarle a Dios cada uno delante del otro; es desnudarse el alma a Dios delante de tu esposo(a). Al principio sientes una vergüenza horrible. Si nos remontamos al Génesis, comprobamos cómo Adán y Eva vivían en el paraíso en presencia de Dios “y no sentían vergüenza”, porque no estaban manchados por el pecado. A nosotros también nos cuesta desnudarnos el alma delante del cónyuge por el pecado. Pero con voluntad podemos y debemos hacer este acto de oración que, sin duda, une a los esposos tanto o más que el acto sexual.
Forties, aleteia
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