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viernes, 22 de junio de 2018

«Sin el domingo no podemos vivir»

Misa dominical

Hoy voy a ha­bla­ros del do­min­go, del sen­ti­do y al­can­ce que tie­ne
para los cris­tia­nos esta fies­ta se­ma­nal. Y quie­ro co­men­zar con una
 pe­que­ña his­to­ria. Ha­cia el año 304, el em­pe­ra­dor Dio­cle­ciano
prohi­bió a los cris­tia­nos, so pena de muer­te, po­seer las Es­cri­tu­ras,
re­unir­se los do­min­gos para ce­le­brar la Eu­ca­ris­tía y cons­truir lo­ca­les
 para sus asam­bleas. En una pe­que­ña lo­ca­li­dad del nor­te de Áfri­ca un
gru­po de cris­tia­nos fue­ron sor­pren­di­dos un do­min­go, cuan­do reuni­dos
en una casa ce­le­bra­ban la Eu­ca­ris­tía, desa­fian­do con ello las
prohi­bi­cio­nes im­pe­ria­les. Arres­ta­dos, fue­ron lle­va­dos a Car­ta­go para
ser in­te­rro­ga­dos. Y fue sig­ni­fi­ca­ti­va la res­pues­ta que uno de ellos dio
al pro­cón­sul, a sa­bien­das de que les es­pe­ra­ba el mar­ti­rio: «Sin
re­unir­nos en asam­blea los do­min­gos para ce­le­brar la Eu­ca­ris­tía no
po­de­mos vi­vir». Re­sul­ta elo­cuen­te esta na­rra­ción si­tua­da en los
pri­me­ros años mi­sio­ne­ros de la Igle­sia. Los pri­me­ros cris­tia­nos
co­men­za­ron en­se­gui­da a ce­le­brar el do­min­go, pues ya ha­blan de
ello la 1ª Car­ta a los Co­rin­tios (16, 1), el li­bro de los He­chos (20, 27),
 la Di­da­ché (14, 1) y el Apo­ca­lip­sis (1, 10). Al inicio se le lla­ma­ba el
 día del Se­ñor, el día pri­me­ro de la se­ma­na, el día si­guien­te al sá­ba­do,
el día oc­ta­vo, el día del sol… Nom­bres to­dos que ha­bla­ban del sen­ti­do
sa­gra­do de este día.
El do­min­go, más allá del uso que que­ra­mos dar­le, como tiem­po
se­ma­nal bien­ve­ni­do para el des­can­so, la con­vi­ven­cia, el ocio, la
fa­mi­lia… es un acon­te­ci­mien­to fes­ti­vo que rom­pe tam­bién con el
rit­mo co­ti­diano de nues­tra vida cris­tia­na. ¿Por qué este día, ade­más
de ser un día no la­bo­ral, es di­fe­ren­te al res­to de los días de la se­ma­na?
El Con­ci­lio Va­ti­cano II ex­pre­só mag­ní­fi­ca­men­te el sig­ni­fi­ca­do que el
do­min­go tie­ne para no­so­tros: «La Igle­sia, por una tra­di­ción apos­tó­li­ca
que trae su ori­gen del día mis­mo de la re­su­rrec­ción de Cris­to, ce­le­bra
el Mis­te­rio Pas­cual cada ocho días, en el día que es lla­ma­do con ra­zón
día del Se­ñor o do­min­go. En este día, los fie­les de­ben re­unir­se a fin de
que, es­cu­chan­do la Pa­la­bra de Dios y par­ti­ci­pan­do en la Eu­ca­ris­tía,
re­cuer­den la pa­sión, la re­su­rrec­ción y la glo­ria del Se­ñor Je­sús y den
gra­cias a Dios, que los hizo re­na­cer a la viva es­pe­ran­za por la re­su­rrec­ción
de Je­su­cris­to de en­tre los muer­tos (1 Pe 1,3). Por esto, el do­min­go es la
fies­ta pri­mor­dial que debe pre­sen­tar­se e in­cul­car­se a la pie­dad de los
fie­les, de modo que sea tam­bién el día de ale­gría y de li­be­ra­ción del
tra­ba­jo… El do­min­go es el fun­da­men­to y el nú­cleo del año
li­túr­gico» (Sacrosanctum Concilium 106).
Sin em­bar­go, en nues­tra so­cie­dad han cam­bia­do mu­chas co­sas que
re­per­cu­ten en la con­vo­ca­to­ria ecle­sial del do­min­go y los días fes­ti­vos.
Las nue­vas con­di­cio­nes del tra­ba­jo y del des­can­so, la cul­tu­ra del ocio
y del bie­nes­tar, las nue­vas for­mas de or­ga­ni­za­ción fa­mi­liar y so­cial…
in­ci­den ló­gi­ca­men­te en la vida de los cre­yen­tes. Y en esta si­tua­ción,
se mo­di­fi­can no so­la­men­te la fi­so­no­mía pro­pia del día fes­ti­vo, sino
los mis­mos há­bi­tos de com­por­ta­mien­to re­li­gio­so. Ten­dría­mos, me­jor
di­cho te­ne­mos, que re­cu­pe­rar lo que el día del Se­ñor ha sido des­de
el prin­ci­pio: un es­pa­cio go­zo­so en el que la Igle­sia es evan­ge­li­za­da
con­ti­nua­men­te por la Pa­la­bra que pro­cla­ma y por los sa­cra­men­tos
que ce­le­bra y se con­vier­te en co­mu­ni­dad de fe, de amor y de es­pe­ran­za
en me­dio del pue­blo.
Los úl­ti­mos Pa­pas nos han ofre­ci­do re­fle­xio­nes her­mo­sas en torno a
este día. Me­re­ce ser re­cor­da­da es­pe­cial­men­te
la car­ta apos­tó­li­ca de San Juan Pa­blo II El día del Se­ñordon­de ex­pli­ci­ta
 las di­men­sio­nes pro­fun­das del do­min­go para los cris­tia­nos: es el día
del Se­ñor, con re­fe­ren­cia a la obra de la crea­ción; es el día de Cris­to
como ce­le­bra­ción de la Pas­cua y el día del Es­pí­ri­tu San­to como don
del Se­ñor re­su­ci­ta­do; es el día de la Igle­sia como jor­na­da en la que
la asam­blea cris­tia­na se con­gre­ga para la ce­le­bra­ción; y es el día del
ser hu­mano como jor­na­da de ale­gría, des­can­so y ca­ri­dad fra­ter­na.
Del Papa Fran­cis­co os ofrez­co las pa­la­bras de una de sus ca­te­que­sis
so­bre la Eu­ca­ris­tía do­mi­ni­cal: «¿Cómo po­de­mos prac­ti­car el Evan­ge­lio
sin to­mar la ener­gía ne­ce­sa­ria para ha­cer­lo, un do­min­go de­trás del otro,
de la fuen­te inago­ta­ble de la Eu­ca­ris­tía? ¿Por qué ir a Misa el do­min­go?
No es su­fi­cien­te res­pon­der que es un pre­cep­to de la Igle­sia. No­so­tros,
los cris­tia­nos, te­ne­mos ne­ce­si­dad de par­ti­ci­par en la Misa do­mi­ni­cal
por­que sólo con la gra­cia de Je­sús, con su pre­sen­cia viva en no­so­tros
 y en­tre no­so­tros, po­de­mos po­ner en prác­ti­ca su man­da­mien­to, y así
ser sus tes­ti­gos creí­bles» (Audiencia ge­ne­ral, 13-12-2017).

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