Pedirle que se siente a nuestro lado para dialogar como adultos sobre un problema es algo poco realista
¿A dónde se van nuestros hijos en esos años de adolescente? Es una edad complicada, parece que los hijos nos abandonan, pero no es así. Es un periodo donde necesitan encontrarse consigo mismo, descubrirse, definir su identidad. Necesitan su espacio y por eso se lo toman, aunque con frecuencia nos parezca que sea demasiado. Cuando se siembra bien, se da confianza y se vigila con prudencia, los resultados son positivos. Todos vuelven. Solo hay que saber esperar.
El adolescente es un ser humano que se está formando, que se está haciendo como persona, es un individuo que está en proceso de construcción y cuyo carácter sufre constantes cambios. Su mente es un hervidero de sensaciones y de proyectos, de necesidades y apetencias y, en este sentido, su manera de comunicarse nunca será muy clara. Pedirle que se siente a nuestro lado para dialogar como adultos sobre un problema es algo poco realista.
En concreto:
– Escúchalo prestándole atención y sin interrumpirle. Hay que aprovechar las contadas ocasiones en las que se decide a hablar. Tu actitud al escucharle debe ser como si lo que te estuviera contando fuese lo más importante del mundo (te aseguro que para él lo es, no lo dudes). Deja de hacer lo que estés haciendo, deja, aunque sea por un momento, aparcadas esas tareas que siempre te agobian y que siempre “tienes que hacer”.
Mírale a los ojos, con la mirada franca y sincera, sin que note suspicacia en los tuyos. No estaría de más que, de vez en cuando, el chico te note asentir con la cabeza; es una manera de mantener el contacto con él, para que él vea que hay interés por tu parte en lo que te está contando. Cuando tu hijo habla y, de pronto, cree que no le escuchas, se siente herido y ya sabes que un adolescente, cuando se siente herido, probablemente te ataque verbalmente.
– Entra en su mundo. No permitas que tus prejuicios, es decir aquello que ya conoces de él, o lo que ya piensas de él y de su manera de comportarse, dominen la conversación. Tienes que intentar sintonizar con él, entender que a él también le pasa algo y que él note que tú entiendes que algo le está pasando, que se sienta comprendido, porque ello va a facilitar mucho que se abra y te cuente algunas de sus cosas.
No esperes una gran explicación por su parte ni que te vaya a contar todo lo que hace o todo lo que le preocupa, por eso es importante que le dejes hablar. Los adultos hemos conseguido dominar nuestras emociones con el paso de los años, pero el adolescente no lo ha logrado todavía y sus emociones afloran y se multiplican constantemente. Todo lo que le ocurre, todo lo que él siente, se magnifica, todo se hace más grande, todo le afecta, todo le importa y todo le duele.
– Ofrécele comprensión y apoyo. El mundo del adolescente no tiene término medio, o todo es blanco o todo es negro. Por ello cuando estés ante uno de esos escasos momentos en los que se decide a hablar contigo es necesario que tu hijo se sienta comprendido y apoyado. Es cierto que la mayoría de esas cosas tan “importantes” que le pasan a tu hijo seguramente sean nimiedades, que no tienen ni punto de comparación con los problemas a los que tú como adulto tienes que enfrentarte cada día (hipoteca, facturas, Hacienda…) pero has de pensar que “sus problemas” son “sus problemas”.
– Usa “frases de conexión” con las que tender un puente que le anime a continuar, algo así como “ya veo que esto es importante para ti”, “me doy cuenta que esto te afecta” o “veo que lo estás pasando mal”. Mucha de la incomunicación que se crea entre el adolescente y sus padres tiene su origen, no tanto en lo que se dice sino en el modo en que se dice, en cómo se dicen las cosas.
– Usa buenos tonos evitando constantes amenazas y hablando en positivo. Los padres tenemos la costumbre de hacerles llegar el mensaje alto y claro a nuestros hijos, lo cual en muchos otros contextos se agradece, pero con los adolescentes esta manera de expresarnos no funciona bien. Entendamos pues que el modo de hablar es fundamental y, por ello, cuidemos tanto el tono de voz como la forma en que nos dirigimos a ellos, seleccionemos bien las palabas que vamos a decir y prestemos atención incluso a los gestos y al lenguaje de nuestro cuerpo.
– Evita comparaciones con otros hermanos u otras personas. Si comparas a tu hijo con alguien que, según tú, “todo lo hace bien”, no solo conseguirás que se ponga a la defensiva y no te haga ningún caso sino que además tenderá a tener una mala relación con esa persona con la que le comparas.
Educar es un arte y nadie nace sabiéndolo. Es la empresa y la responsabilidad más importante de la vida. Nunca hay que dejar de aprender y de ejercitarse en esta área, como por otra parte también los hijos viven su día a día tratando de aprender el arte de vivir y de desarrollarse en su vida personal y social.
Javier Fiz Pérez, aleteia
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