El cambio interior, profundo y duradero es un regalo del Espíritu Santo
Jesús fue ungido con el Espíritu Santo. Y pasó haciendo el bien y curando al doliente. El Espíritu Santo lo capacitó para bautizarme a mí con su fuego. El Espíritu viene sobre mí con su poder. No me perdona sólo los pecados. Me capacita. Me llena del fuego de su amor. Me hace capaz de pasar por la vida como Jesús, haciendo el bien.
Jesús está lleno del Espíritu de Dios. Lleno de su poder. Renunció a todo y recibió el Espíritu para cambiarlo todo.
Tengo claro que los grandes cambios en mi alma son fruto del Espíritu. Comenta el padre José Kentenich: “Podemos preparar un poco el terreno a esa transformación interior mediante una cierta ejercitación, pero, en definitiva, es el Espíritu Santo quien nos lo tiene que dar como don”[1].
El cambio interior, profundo y duradero es obra del Espíritu en mí.
Me empeño en querer cambiar yo a fuerza de voluntad, de esfuerzo, de ejercitación. Pero es Él el que me cambia por dentro. Me transforma. Es un don.
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Quién es y qué hace el Espíritu Santo
El amor filial me hace implorar la presencia del Espíritu Santo con sus dones en mi vida. Como niño clamo a Dios. El Espíritu Santo, como un fogonazo, ilumina mi alma y la hace más de Dios.
María responde a mi súplica enviándome el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor. Rezo con María en el Cenáculo, como los apóstoles.
El Padre Kentenich me lo recuerda: “Si el Espíritu Santo, el amor increado, no desciende hasta lo más hondo de nuestro ser, no tendremos jamás un fuerte espíritu de filiación”[2].
María está llena del Espíritu Santo. Ella se vuelca sobre mí y me colma con su ser. Ella implora el Espíritu conmigo para que me haga exclamar: “Abba, Padre”. Como niño miro a Dios.
El Espíritu es el fuego en mi interior que me purifica, me limpia, me anima. Y me hace ser más niño. Necesito el Espíritu Santo para ser de Cristo.
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¿Cuáles son los frutos del Espíritu Santo?
Comenta el papa Francisco en la exhortación apostólica Amoris Laetitia: “Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad”.
En mi fragilidad me puedo levantar en la fuerza del Espíritu. Es el que me salva.
Quiero renovar mi propio bautismo. Ya no me acuerdo del día en que fue bautizado. Quiero dejarme tocar de nuevo por el agua del Bautismo. El Espíritu de Dios puede hacerme nacer de nuevo.
[1] Kentenich Reader Tomo 3: Seguir al profeta, Peter Locher, Jonathan Niehaus
[2] J. Kentenich, Niños ante Dios, 233
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
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