Nunca permitas que tus hijos te hablen con faltas de respeto porque, para empezar, no son iguales.
¿Qué hacer con un hijo con actitudes rebeldes, altaneras, prepotentes con comportamientos groseros y desafiantes?
Si leyeron bien no escribí hijos groseros ni tal porque soy en contra de etiquetar, mucho menos a nuestros hijos. Ellos son mucho más que sus comportamientos. Aún así no podemos negar que hay unos tantos que tratan muy mal a sus padres, que les faltan el respeto. Es decir, que tienen un grave problema con la figura de autoridad.
Hay tantísimo que se puede hacer para lidiar con esta clase de conductas tan negativas. Si lo que buscamos es que verdaderamente no se repitan este tipo de escenas, te sugiero lo siguiente. Parece muy sencillo, pero requiere que los padres tengan carácter, equilibrio y firmeza.
Para comenzar, cuando el niño está con la rabieta, te está ofendiendo y soltando sapos y culebras por la boca, no es el momento para hablar ni para arreglar nada, sino para que tú mantengas un silencio estratégico inteligente.
El adulto, en este caso el padre y/o la madre, es quien debe mantener la paz y la ecuanimidad y no ponerse al tú por tú con el chico. Una buena estrategia es mirarlo fijamente a los ojos y cuando mucho decirle: “Voy a hacer como que no he escuchado lo que acabas de decir”.
Seguramente el chico querrá seguir provocando tu ira. ¡Respira! ¡Sigue manteniendo la paz, aunque de momento no la sientas! Y así, sin levantarle la voz le dices: “Cuando te controles podremos hablar”. Y salte de la habitación. Pon un espacio prudente de distancia.
Aquí deseo hacer un paréntesis para compartir algo que yo hago y que siempre me funciona. Justo en el momento en que me doy cuenta de que estoy a nada de tener una fricción con alguno de mis hijos -o con quien sea-, lo primero que hago es rezar esta jaculatoria:
“Justo juez, justo juez, pon el alma de mi hijo (nombre) a tus pies.Justo juez, justo juez, pon mi alma a tus pies”.
Una vez que las aguas se hayan tranquilizado, que ambos estén más en paz busca a tu hijo y comienza el diálogo.
Generalmente tendrán un diálogo así:
– ¿Qué me dijiste hace rato?
Como el agua ya está muy tranquila quizá te responderá que nada.
– ¿Nada? Pues yo te recuerdo. Dijiste esto y esto.– ¡Claro! Es que tú me desesperas. Papá, tú nunca… Mamá, siempre…
Tu hijo se puede ir como hilo de media excusando su comportamiento y buscando culpables de su acción con tal de no hacerse responsable de los hechos. Especialmente se irá en contra de los padres.
Aquí es muy importante que lo pares en seco y le digas con amor y firmeza:
-Entiendo cómo te sientes, pero para empezar a mi no me hablas así porque tú y yo no somos iguales. Soy tu papá y no te lo voy a permitir.
Esto parece duro, pero es bueno recordárselo. Que se ubique y tenga claro sobre quién es la figura de autoridad y quien debe obediencia.
Ahora sí, con todos los puntos sobre las íes pueden seguir con la plática aclarando y llegando a acuerdos sobre el asunto que estaban tratando.
Si el chico vuelve a perder el control, nuevamente se deja la plática para después.
La primera regla de todo hogar debe ser el respeto, por lo que está de más decir que en ninguna circunstancia se pueden permitir faltas a esta. En caso de que estas vuelvan a suceder -después de que el diálogo no funcionara- entonces hay que tomar la estrategia dolorosa. No hablo de golpes, sino de recortar permisos y beneficios. Eso dependerá de cada hogar.
Papás, lo peor que podemos hacer es dejar pasar las cosas; hacernos los enojados y dejarles de hablar pretendiendo que no pasa nada o que no fue para tanto.
Estas situaciones hay que combatirlas de frente, pero con inteligencia. Si dejamos pasar una falta de respeto, al rato no solo será una y cada vez serán más serias. Siempre hay que hablar, tantas veces como sea necesario, pero hacerlo por la línea de la comprensión, de la empatía y del amor. Y obviamente hacerlo de acuerdo con la edad y madurez del hijo.
Luz Yvonne Ream, Aleteia
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