Pequeño ejercicio para fortalecer vínculos
Es la familia el lugar sagrado en el que se forjan mis sueños de niño. ¡Qué difícil educar! ¡Cuánto cuesta vivir en familia con una sana armonía!
Hoy la familia está en crisis. Tantas familias rotas. Tanto desamor. Tanto dolor. Miro a mi familia. Veo que no todo es el reflejo de la armonía de la familia de Nazaret. Estoy tan lejos.
Quiero pedir por todas las familias que aspiran a vivir el ideal de la familia de Nazaret. Una familia que crece en la espera de treinta años ocultos en el tiempo. Treinta años de silencio.
¡Qué poco sé de su vida esos años! María y José educando a Jesús. La unión familiar testimonio de un amor del cielo.
Jesús dignifica la familia con su presencia. Le da un carácter sagrado. Me gusta pensar en la familia de Nazaret como un modelo para mi vida. Como un camino de santidad.
¡Qué lejos estoy a veces! Aspiro a ese ideal de verdad, de amor, de paz, de justicia. Que mi familia se parezca a la de Nazaret. Que en ella se respete tanto la vida, la verdad de cada uno. Una familia en la que haya perdón. Y una mirada positiva y enaltecedora sobre el otro.
Hoy pido por tantas familias rotas, imperfectas, heridas. Con ausencias. Con dolores. Pido para que seamos capaces de construir familiascomo la de Belén, como la de Nazaret. Hogares en los que reine el amor y se haga fuerte la misericordia.
Pongo en manos de María y José en el Belén mis vínculos familiares rotos, heridos, fríos, cansados. Les pido que los hagan fuertes y profundos. Misericordiosos y llenos de paz. Es lo que imploro esta noche santa. Se lo pido a Jesús que me mira con misericordia.
San Pablo me recuerda cómo estoy llamado a vivir. Estoy muy lejos todavía. El ideal es muy grande: “Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón”.
Una familia unida que reza, da gracias, alaba a Dios, se perdona, se ama sin límites. ¡Qué importante es la familia para formar corazones sanos!
Hay tantas heridas que vienen de mi infancia… He visto corazones rotos por el desamor. Porque nunca se sintieron amados, ni escucharon un te quiero, ni se supieron increíbles.
Cuando no toco en los míos el perdón, la paz, y el abrazo, es seguro que buscaré fuera sucedáneos que calmen la sed de mi alma.
Una familia unida en la paz de Dios es una familia en la que maduran corazones en armonía. Donde Jesús está presente trae la paz. ¡Qué lejos me siento tantas veces de la familia de Nazaret!
Jesús me invita a perdonar, a pedir perdón, a ser perdonado. Me pide que aprenda a agradecer, a abrazar, a amar con gestos y palabras. Una familia santa y sana es expresión del amor de Dios.
Miro a la Sagrada familia. Miro a José, a María, con el niño en sus brazos. Los miro camino a Egipto, camino a Nazaret. El niño en medio de ellos trayendo paz y silencio. Este tiempo de Navidad me enseña a detenerme y a contemplar.
Decía el papa Francisco: “Muchas heridas y crisis se originan cuando dejamos de contemplarnos. Eso es lo que expresan algunas quejas y reclamos que se escuchan en las familias: – Mi esposo no me mira, para él parece que soy invisible”.
Contemplar exige un esfuerzo. Me exige dejar en una cesta el móvil para estar con los míos y contemplarlos. Lo hago con mi cónyuge, con mis hijos, con mis hermanos, con mis padres, con mis abuelos.
Quiero estar con los que me aman sin condiciones. Quiero ver la vida de los que quiero y desear decirles que valen más de lo que piensan.
El problema surge cuando soy invisible. O cuando alguno en mi entorno es invisible para mí. No lo veo. No lo distingo. Y así no crezco y no crece.
Una familia es el lugar de la contemplación. Y si en casa vivo volcado hacia el exterior, haré que muchos a mi alrededor sean invisibles. Dejen de contar. Su vida no valga la pena. Y entonces no son increíbles. No quiero que esto sea así. No lo quiero.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
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