Anímate a salir de tu zona de confort (también en lo espiritual)
Si, por una necesidad, se nos pide que conduzcamos un automóvil que no es el nuestro, inicialmente podemos sentirnos incómodos: “¡Prefiero ir con el mío!”, pero luego nos vemos obligados a acostumbrarnos.
¿Quién de nosotros, cuando se enfrenta a una interrupción del camino que normalmente recorre, no experimenta enojo o un poco de miedo por la incertidumbre de tener que enfrentar algo diferente?
Estas situaciones nos muestran cómo generalmente preferimos permanecer en nuestra zona de confort, una condición en la que nos sentimos seguros.
Sin embargo, es igualmente evidente que -después de un tiempo de manejar el automóvil que desconocíamos- descubrimos que podemos hacerlo, que incluso tenemos más recursos de los que nunca imaginamos.
Es en esos momentos cuando nos damos cuenta de que hemos crecido, que la percepción de nuestras habilidades se ha ampliado y que estamos contentos con eso.
Siguiendo el nuevo modo de las cosas descubrimos otros puntos de vista, nos conocemos más y nos sentimos más capaces de enfrentar la dificultad. En otras palabras, hemos abandonado nuestra zona de confort.
Igual, después del aprendizaje, todavía es importante tener nuestra propia “zona segura”, porque de vez en cuando será necesario regresar y descansar.
¿Zona de confort espiritual?
También en la vida espiritual, tendemos a vivir en una zona de confort que, por placentera y gratificante que sea, nos impide disfrutar de toda la belleza del viaje hacia nuestro interior y hacia Dios.
Salir de nuestra zona de confort espiritual significa por ejemplo dar la túnica a aquellos que nos piden una capa, poner la otra mejilla, callar cuando sea necesario, dejar ir cuando algo nos hace daño, renunciar a nuestros modos “seguros” y controladores de hacer las cosas.
En resumen, experimentar una condición de desnudez que nos libera de la obsesión por protegernos.
Empezar a caminar con aquellos con los que antes no lo habiamos hecho. De esta forma, podremos explorar nuevos paisajes y permanecer abiertos en el camino habitual de la vida.
Más allá del equilibrio
En el Evangelio, Jesús nos invita a salir de esas áreas de tranquilidad (donde simplemente nos gustaría estar en equilibrio) cuando nos invita a dar a quienes no pueden restituirnos, a amar a nuestros enemigos y a esperar lo imposible.
Situaciones de desequilibrio y de amor en las que las cuentas no regresan. Actitudes que nos exponen y que nos hacen descubrir recursos y posibilidades que, en cambio, en la reciprocidad de dar y recibir, permanecerían completamente inexploradas.
La búsqueda del equilibrio, la restitución y la reciprocidad son imágenes de esa zona de confort que también buscamos en nuestra vida espiritual.
Busca algo más
Amar a nuestro prójimo, amar a quien nos ama, a quien nos reconoce y nos paga con su afecto, ya es mucho (no podemos darlo por sentado).
Pero, una vez más, es una situación que se asemeja a la tranquilidad de la sala de estar en la que nos sentamos a ver nuestras series favoritas en la noche.
En cambio, Jesús nos insta a salir de estas zonas de confort para explorar las oportunidades que residen en nuestros corazones. Esto es lo que significa tratar de amar al enemigo.
De lo contrario, no habrá nada nuevo en nuestra vida: seremos como los paganos que no salen de sus aburridos hábitos de amabilidad y de amar solo a aquellos de quienes saben que reciben.
Descubrimos nuestras energías espirituales cuando estamos dispuestos a experimentar la falta de equilibrio y a buscar más el amor, que nunca está en nuestra zona de comodidad.
La recompensa radica no solo en la novedad de lo que podemos descubrir, sino también en reconocer el gran potencial que llevamos dentro, un potencial que solo surge de esta manera.
¿Perfecto en qué?
Este es el camino a la perfección sí, pero la perfección de Dios. Y Dios es perfecto en un amor desequilibrado y con pérdida.
El término “perfecto” (teleios) señala -en el griego- a quien ha logrado su objetivo, quien ha desarrollado plenamente el potencial que lleva dentro.
El joven rico (Mt 19, 22) fue invitado por Jesús a ser perfecto, es decir, a vender lo que tenía, a desequilibrarse, a descubrir los recursos que llevaba dentro y que -permaneciendo en su zona de confort- nunca conocería, con la consecuencia de no ser completamente feliz.
Ese joven se fue triste, porque prefería permanecer en su seguridad antes que arriesgarse a salir.
Entonces, antes de no conducir un automóvil que no sea el tuyo, ¡piensa en todo lo que puedes descubrir sobre el mundo y sobre ti mismo si lo haces!
Luisa Restrepo, Aleteia
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