Los que aún no han nacido están experimentando el lento desarrollo de sus cuerpos,
sus corazones… ¿y su alma?
sus corazones… ¿y su alma?
El feto, frágil y pequeño, es de interés. Los científicos, los obstetras y los psicólogos han demostrado desde hace mucho tiempo que no se trata de una parte del cuerpo de su madre, sino de un ser cuyos cromosomas llevan la marca de un individuo distinto.
La sensibilidad del feto, su memoria, su sistema nervioso… todo esto existe y funciona en estado virgen.
Es distinto a su madre pero totalmente dependiente de ella, de la más mínima de sus impresiones -tanto las buenas como de las peores-, de sus emociones, sus angustias y sus alegrías.
La interacción entre madre e hijo es evidente en todos los niveles, incluso en el nivel espiritual.
Cuando la oración trae calma y serenidad
“Durante el embarazo, la madre y el niño son almas gemelas durante nueve meses”, dicen los Padres de la Iglesia.
Es un momento privilegiado para preparar el terreno del alma del bebé no nacido a la llegada de la vida divina a él a través del bautismo.
La madre debe ser consciente de esta presencia espiritual en su interior. Este es el caso de Hedwige, una joven madre de tres hijos. Embarazada, a menudo agradece a Dios por su bebé y se lo presenta.
“El niño con alma es receptivo a mi estado interior”, dice. ¿Qué mayor armonía podría darse a la psique del niño que la serenidad de la oración?
De ahí la necesidad de que la madre guarde silencio durante el embarazo y busque lo más posible los momentos de interioridad.
La Virgen María puede ser el ejemplo a seguir, la que llevó a Jesús en la contemplación. El embarazo debe ser vivido como un Adviento, un tiempo de alegría y silencio.
El canto de los himnos, una gracia para un bebé
Debe haber esta profunda alegría en el corazón de una joven madre, porque la vida se transmite en la alegría, porque la alegría implica realización.
Es muy importante que esta alegría sea compartida por la madre y el padre. Y este “adviento” también debe tener lugar en una gran oración.
Maud, madre de dos hijos, siempre rezó mucho durante sus embarazos, especialmente a la Virgen María. Le pidió que la guiara durante este período de su vida.
“Intuitivamente, rezamos más cuando estamos embarazadas porque entonces nos vemos inmersas en el misterio de la vida“, explica.
El alma de un bebé debe ser estimulada a través de la oración, pero también a través de la música. Esta última forma el equilibrio del niño desde el momento en que se desarrolla el oído interno, parece que en el cuarto mes de embarazo.
Durante su embarazo, Maud escuchaba mucha música clásica, especialmente cantos gregorianos, cuyo ritmo muy lento se asemeja al del corazón del niño.
En el momento de la oración, la joven cantaba himnos con su marido, algunos de los cuales sus hijas reconocieron después de su nacimiento.
Si el niño no comprende el significado de estas canciones, la paz y la gracia que emana de ellas se imprimen en él.
Por Florence Brière-Loth Edifa Aleteia
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