“Él quiere que yo le lleve las almas ante Él, a través de la Eucaristía y a través de contemplarlo a Él y esto, por mucho que yo lo explique a mi familia y a amigos…
pues no lo entienden”
pues no lo entienden”
Chaxiraxi fue una diosa adorada por los Guanches, antiguos habitantes de la isla de Tenerife. Así que, esta mujer de 33 años, que me atiende amablemente pero un poco sorprendida, lleva su procedencia en el nombre, en el amor al mar y en su forma de hablar: suave, pausada y dulce.
Nacida en Arrecife (Lanzarote) en una familia de cuatro hermanos, sus padres los sacaron a todos adelante a base de trabajo y sacrificio.
Cuando nació no fue bautizada, ni tampoco hizo la comunión con los niños de su clase porque, “esas, eran cosas que no parecían necesarias para la vida”.
Con 25 años y siendo la última de sus hermanos que aún permanecía en casa, sus padres se divorcian. Fue un momento difícil, y una amiga le propone algo tan novedoso como “ir a la iglesia”.
“No lo he hecho nunca”, fue la respuesta de Chaxiraxi. Siete años después lo recuerda y añade: “y ya nunca dejé de ir”.
Como todo era tan nuevo para ella, acudió a un cursillo de cristiandad donde le enseñaron lo más básico. “Lloré de emoción, y al terminar, no quería volver a mi casa. Aquel fue el primer encuentro fuerte con el Señor”.
Más adelante propuso a su familia el deseo de bautizarse. Su madre no se opuso y aunque su padre no estaba muy de acuerdo, un sábado de Pascua, en la vigilia, Chaxiraxi celebra lo que ella llama su “tres en uno”: Bautizo, Comunión y Confirmación.
Su cuñada y un primo fueron sus padrinos y hasta su padre acudió a la puerta de la Iglesia de San Ginés a darle un abrazo.
Pasaron los años, involucrada en la actividad parroquial y echando una mano, o incluso dos, en Cáritas. La crisis económica estaba en plena efervescencia y en Canarias golpeó con fuerza, también para Chaxiraxi y su familia.
Participó en varios talleres de Oración y Vida entre el 2013 y el 2016. Se relacionó con el movimiento de la Renovación Carismática y con el Camino Neocatecumenal donde fue formándose y empezó a conocer el manejo del Breviario, ella que hacía muy poco había aprendido el Ave María y el Padrenuestro…
Comienza también a participar en la adoración nocturna y aquello sí que fue un descubrimiento: “pasaba toda la noche en oración y sentía que por fin había encontrado algo que era para siempre”.
Su grupo de adoración le invita a un retiro impartido en el lugar donde hizo el cursillo de cristiandad. Decide ir y tras una disertación sobre la conversión de san Pablo, en el turno de preguntas, el sacerdote le pregunta abiertamente si quiere ser monja.
“Aquello me pilló por sorpresa ¡y le dije inmediatamente que no, a la vez que sentí un gran rechazo!”.
Al poco tiempo, muy poco, un día rezando en su habitación ante un crucifijo de madera que le acompaña a donde quiera que va, escucha una voz dentro de sí que le pregunta: ”¿Sabes lo desgraciada que serías si te hubieras casado con un hombre?”.
Y ella inmediatamente recuerda la pregunta del sacerdote del retiro.
“Pensé en todo mi recorrido hasta ese día, en que había ido como dando tumbos y que eso podía ser el Señor diciéndome claramente lo que debía hacer”.
Tan claro lo sintió, que salió al salón de su casa y le dijo a su madre: “Lo he pensado bien y creo que quiero ser monja”. Su madre, como es natural, puso el grito en el cielo y tardó mucho tiempo en aceptar y entender aquello. “Recuerdo que fue un proceso y un tiempo terrible”.
Con esta idea en su corazón, Chaxi, como le llaman coloquialmente, primero pensó en las monjas que conocía en Canarias.
Pero lo cierto es que tardó más de un año en encontrar su sitio a más de 2.300 kilómetros de casa, después de pasar por dos directores espirituales y tener una experiencia agridulce en la que se decía: “¡Yo soy creyente de Dios, nada más!”.
Empezó a hablar con aquel sacerdote del retiro -que se convirtió en su director espiritual- para que le ayudara y le formara.
“Él vivía en Salamanca, así que me levantaba a las cuatro para rezar con él a las cinco, hora peninsular. Empecé a leer lo que él me recomendaba… En un tiempo largo y con mucho esfuerzo leí las Florecillas de san Francisco, Llama de Amor viva de san Juan de la Cruz y también a santa Teresa, aunque no entendía mucho, la verdad.
Fue poco a poco porque yo no tenía costumbre de estudiar. Lo único que acostumbraba a leer era el whatsapp… pero es verdad que rezaba mucho, sobretodo el Rosario, que era mi alma, mi fundamento, mi apoyo. Me gustaba rezarlo a la orilla del mar”.
“Me fui a Salamanca a conocer a las clarisas, ya que este sacerdote las conocía mucho. Allí había dos chicas indias jóvenes y luego todas las demás que superaban los 80 años. Me gustaron, no voy a decir que no, pero tampoco fue algo increíble…tenía muchas dudas.
En Canarias conocía a las hijas de la Caridad y también a las Carmelitas Descalzas de Las Palmas. Todas rezaban por mí…
Estando en Salamanca, un día fui a una parroquia acompañando al sacerdote que daba catequesis y entonces me di cuenta de que tenía una sensibilidad especial para ir un poco más allá de las simples apariencias.
Percibí en un niño cosas que luego la catequista me confirmó. Para mí fue como un aviso de que yo debía ser contemplativa. Puede parecer una tontería pero yo lo recuerdo como algo importante.
Yo seguí rezando, pero un día le dije a mi director espiritual que no quería continuar con él. Veía que él me conducía a ser clarisa sí o sí, y yo, como no lo veía claro, pensé que mejor era distanciarse para no decepcionarle.
Así que continúe rezando, pero sin nadie que me orientara, como tantas veces… Estaba sola de nuevo. Pero el Señor no te abandona nunca y pensé que debía buscar fuera de Canarias porque el ambiente ya me asfixiaba.
Así que cogí un mapa de España y miré hacia el mar… hacia el Cantábrico: Galicia, Asturias, País Vasco… Miré los obispos de cada lugar y entonces reparé en Munilla.
Lo conocía de Radio María. Me gustaban su mensaje y su forma de hablar, así que Guipúzcoa parecía el lugar hacia donde mirar”.
Entonces Chaxi, ¿esto que fue?, ¿una especie de inspiración divina?
“¡Qué va! ¡No, no! Eso fui yo solita… Empecé a buscar las comunidades que estaban cerca del mar y encontré a las benedictinas y a las franciscanas. Además, las carmelitas tenían hospedería, así que me vine una semana a ver qué me encontraba”.
“A las Benedictinas las llamé y no conseguí ponerme de acuerdo para ir a verlas. No hubo manera.
En cambio a las franciscanas fui a verlas. Conocí a la “segunda de a bordo”, que me contó cosas del monasterio. Las vi a todas muy mayores y el monasterio era antiguo y estaba en obras.
La verdad es que no me dieron muy buena impresión, pero aun así las visité dos veces. La misma hermana que me atendió me dijo que ella no creía que ese fuera mi sitio.
Al mismo tiempo, y como estaba hospedada aquí, empecé a hablar con la madre Mª Dolores, priora del monasterio en ese momento y lo cierto es que congeniamos muy bien.
Al segundo día vi un cuadro que tienen en la entrada: una fotografía de una cruz blanca. Cuando la vi me quedé impactada porque yo había soñado con una cruz así en Lanzarote. Pregunté dónde era eso y mi sorpresa fue que estaba allí mismo, en la iglesia”.
Ciertamente es una ventana en forma de cruz impresionante. Por la tarde, y según la época del año, el sol le da de lleno y la luz en forma de cruz va caminando por la pared según van pasando los minutos.
“El caso es que cuando por la noche la vi iluminada pensé: ya está, esta es mi casa, este es mi sitio”.
“Mª Dolores me remitió a un sacerdote conocido por ella, como director espiritual, y también me dijo que tenía que volver a mi casa al menos seis meses antes de entrar aquí como aspirante.
Y eso hice, volví a Canarias a pensar y a meditar. Durante ese tiempo empecé a hablar con este sacerdote por teléfono y por correo, puesto que vivía en Toro.
Al principio me costó mucho con él. Tardé en coger confianza porque yo había tenido mis disgustillos con sacerdotes en el pasado. Me cuesta abrirme.
Empecé a llevar una vida más organizada, enfocada a lo que aquí me encontraría después, como por ejemplo madrugar, aunque fuera domingo y también a aprender bien el Breviario…
Son ritmos que me costó coger, me costó lo mío. Bueno, en realidad aún los estoy cogiendo. Llevaba trabajando desde los 16 años pero estudiar, leer…me costaba mucho.
Chaxi se pone seria y continúa:
“Cuando vuelvo a casa me entero que a mi padre le han diagnosticado un cáncer y que empieza con un tratamiento.
Así que le dije: “Siéntate, yo quiero estar contigo todo el tiempo que pueda porque me voy a ir religiosa contemplativa y no voy a poder salir cuando quiera…”.
Fue una especie de reconciliación porque por entonces llevábamos como cinco años muy distanciados. Se quedó muy sorprendido, mucho, y todos en mi familia igual.
La que mejor lo aceptó fue mi hermana Ángela, y eso que ella no es cristiana, aunque cree en Dios. Ella me veía muy cercana a la Iglesia y para mí ha sido una segunda madre, lo comprendió en seguida.
Mi madre, que fue la que primero lo supo, no lo llevó nada bien. Yo creo que pensaba que ya me quedaba en casa con ella para siempre. Le costó mucho quedarse sola…
Después volví a Hondarribia a vivir la experiencia durante tres meses con las hermanas como si fuese una más, entre marzo y junio del 2018.
En ese tiempo murieron dos hermanas mayores… y fui viendo lo que es vivir como carmelita descalza: los ritmos, los horarios, el silencio, la escucha del Señor en tu interior, los gestos de las hermanas… todo eso va quedando dentro. Después tuve que volver a mi casa y en octubre (2018) vine para quedarme definitivamente”.
Si las cosas siguen su curso, hay que decir que a Chaxiraxi le esperan al menos ocho años hasta ser carmelita descalza definitiva.
Vamos, que no parece que la cosa esté muy fácil si no lo tienes muy claro… No interesa que nadie, sin auténtica vocación, llegue a quedarse en el monasterio, y el discernimiento es un proceso largo.
Después de tantas vueltas y de tantos tumbos, como ella misma dice, la pregunta de qué es lo que de verdad la trajo aquí es inevitable. Y entonces Chaxi mira como dentro de sí y lo explica muy sencillamente.
“Yo soy una persona espontánea, que suelto las cosas rápido, a veces sin pensar. En lo personal, con los amigos y la familia, siempre he sido así.
Soy de dar mucho y me gustaba darme a los demás pero siempre ha habido una parte de mí que, por mucho que diera y que los demás me dieran amor, no conseguía llenar.
En este momento sus manos forman una cavidad hueca.
“Me sentía vacía, la gente me llenaba pero no del todo… Había un hueco en mí, siempre vacío y descubrí que el único que llenaba del todo ese hueco era el Señor.
Yo siempre pensé que me iba a casar y a tener hijos… Tuve novio… Pero el amor puro de Dios a mí no me lo dio, ni de lejos, ninguna persona”.
Y aclara: “lo digo como contemplativa que es la vocación que yo vivo y que es una opción que no he elegido yo, sino que el Señor me ha elegido a mí.
Él quiere que yo le lleve las almas ante Él, a través de la Eucaristía y a través de contemplarlo a Él y esto, por mucho que yo lo explique a mi familia y a amigos… pues no lo entienden”.
Y después de estos meses aquí, ¿cómo estás?
“Todos los días al acostarme, termino el día sonriendo y agradecida de que el Señor me ame y me haya elegido. Esta decisión fue una bendición para mí y para toda la humanidad”.
Pero… ¿qué haces aquí? Explícame cómo es tu día a día.
“Las monjas trabajan duro… Nos levantamos a las seis y media y a las siete ya estamos en la Iglesia en oración. A las ocho rezamos juntas laudes y luego tenemos la Eucaristía, seguida de tercia. A las nueve desayunamos.
Después algunas se ocupan de las hermanas mayores que no pueden valerse por sí mismas o necesitan alguna ayuda. Son hermanas de 90 y 92 años…
En ellas veo la fragilidad humana en sus últimos años pero también veo y aprendo el amor grande entre las hermanas. Esto lo veo y lo guardo en mi corazón.
Las que no se ocupan de las hermanas mayores trabajamos en la encuadernación. En la cocina y otras tareas vamos haciendo turnos.
Esta semana a mí me toca cocina y eso es mucho trabajo y algo también nuevo para mí. Siempre me gustó hacer postres, pero de cocinar… poco. Y aquí, como somos catorce, todo es enorme y estoy aprendiendo…
Antes de comer volvemos a rezar y tenemos el recreo, que es una hora, donde nos sentamos a charlar y compartir lo que cada una tenga, casi siempre mientras haces alguna tarea manual como coser algo o similar.
Por la tarde tenemos, de tres a seis, tiempo para cada una. Para estudiar, escribir cartas, recibir llamadas, visitas… Cada una lo que tenga, siempre en soledad.
A las seis y media rezamos vísperas. A las siete oración contemplativa hasta las ocho. A continuación maitines y oficio de lecturas.
A las ocho y media cenamos mientras escuchamos algún audio de interés. Después tenemos el recreo de la noche hasta las diez menos cuarto. Por último, rezamos completas a menos diez y a las diez y cuarto cada una se retira a su celda para descansar.
Los sábados por la mañana limpiamos a fondo todo el monasterio.
Las hermanas mayores, evidentemente llevan un horario diferente adaptado a sus circunstancias. Y yo, pues tengo mis clases y mis ratos de pasear por la huerta, que también hay que hacer ejercicio”.
Al oírla contar todo lo que hacen a lo largo del día sorprende que no dice las horas aproximadas sino que todo está organizado al minuto.
“Reconozco que al principio me parecía un horario militar… pero ahora entiendo que toda esa aparente rigidez es necesaria, es una forma de doblegar al cuerpo para que vaya al ritmo adecuado, no al ritmo que le parezca a cada una. Es una forma de fortalecer la voluntad…”.
¿Y el clima? Me han dicho por aquí que ese es un tema del que me tienes que hablar…
“El clima lo llevo peor que los horarios, ¡fíjate! Yo vengo de Canarias donde la temperatura todo el año es de 26 grados y aquí además de que llueve una barbaridad en invierno hace mucho frío.
Las hermanas me toman el pelo con mis innumerables capas de ropa pero me dicen que me acabaré acostumbrando aunque no sé yo…”.
Sorprende esto último porque hay que decir que el monasterio de la Sagrada Familia es un monasterio moderno de reciente construcción donde se respira un ambiente cálido y acogedor.
Nada de esa imagen de paredes de piedra y olor a sacristía como todos imaginamos que es un convento de clausura. Este es un edificio moderno, pensado para lo que es.
Y en él destaca su maravillosa iglesia, con la impresionante ventana en forma de cruz y una claraboya en el techo que las hermanas abren y cierran con un mando a distancia.
Siendo la iglesia el centro de todo el monasterio, está rodeada de cuidados jardines con un pequeño estanque con pato incluido, una huerta que ellas cultivan, el cementerio de la comunidad y hasta una pequeña ermita donde las hermanas se pueden retirar.
Retirarse dentro de la clausura reconozco que es, por lo menos, redundante. El silencio absoluto y la paz están a la altura del lugar y de las mismas carmelitas, roto únicamente por los preciosos cantos de estas catorce mujeres que cualquiera puede compartir con ellas en la iglesia, que siempre permanece abierta.
Sin duda, un lugar muy recomendable para perderse… o mejor aún, para encontrarse.
Nota: En el periodo de tiempo transcurrido durante las conversaciones necesarias para escribir esta historia, Chaxiraxi viajó dos veces a Canarias para estar con su padre el cual finalmente falleció acompañado de toda su familia. Su madre viajó posteriormente hasta Hondarribia, por primera vez, para conocer el monasterio y la comunidad de las Carmelitas. Tras varios días, volvió a Lanzarote decidida a buscar un lugar cerca del monasterio al que poder volver con cierta frecuencia para visitar a Chaxi. En el año que Chaxi lleva en el monasterio ha leído más de 12 libros, y no precisamente novelas…
ReL
Vea también 9 sencillos pasos para alcanzar la santidad
No hay comentarios:
Publicar un comentario