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sábado, 28 de marzo de 2020

Cómo celebrar, en casa, el quinto domingo de Cuaresma

Ante la imposibilidad de acudir a misa por el coronavirus
FAMILY PRAYERS
Debido a las medidas sanitarias vigentes, muchos de nosotros no podremos participar en la misa dominical. Por este motivo, Aleteia.org, en colaboración con la revista Magnificat, se moviliza para proponerle la posibilidad de santificar este quinto domingo de Cuaresma con esta celebración de la Palabra de Dios.
Guía:
  • Si se encuentra solo, es preferible leer las lecturas y oraciones de la misa de este domingo o seguir la misa por televisión.
  • Esta celebración requiere al menos la participación de dos personas.
  • Puede celebrarse el sábado tras el ocaso (vigilia del domingo) o en la tarde del domingo, pero la mañana del domingo constituye el momento más apropiado.
  • Esta celebración se adapta particularmente a un marco familiar, de amistad o de vecinos. Ahora bien, en el respeto de las medidas del confinamiento, es necesario verificar si está permitido invitar a los vecinos o amigos. En todo caso, durante su celebración, deberán respetarse estrictamente las consignas de seguridad.
  • Se ha de colocar el número de sillas necesario ante un espacio de oración, respetando la distancia de un metro entre cada uno.
  • Debería colocarse una cruz o el crucifijo.
  • Se encenderán una o varias velas, que deberán colocarse en un soporte incombustible (por ejemplo, un plato de porcelana o cristal). Al final de la celebración, se apagarán las velas.
  • No se decorará el espacio de oración con flores. En Pascua podremos vivir la alegría de volver a colocarlas.
  • Se designa a una persona para dirigir la oración (en orden de prioridad: un diácono, un laico que haya recibido el ministerio del lectorado o acolitado, el padre o la madre de familia).
  • La persona encargada de dirigir la oración establecerá la duración de los momentos de silencio.
  • Se designarán lectores para las lecturas.
  • Se preparará con anticipación una propuesta de oración de los fieles. De todos modos, en esta guía, se ofrece una propuesta. Deberá designarse a una persona para su lectura.
  • Se podrán preparar cantos apropiados.

* * *

Quinto Domingo de Cuaresma

Celebración de la Palabra
“Yo soy la resurrección y la vida. ¿Lo crees?”
Todos sentados. El guía de la celebración toma la palabra: 
Hermanos y hermanas:En este quinto domingo de Cuaresma,
circunstancias excepcionales nos impiden
participar en la celebración de la Eucaristía.
Sin embargo, sabemos que cuando nos reunimos en su nombre,
Jesucristo está presente en medio de nosotros.
Y recordamos que cuando se lee la Escritura en la Iglesia,
es el Verbo mismo de Dios quien nos habla.
Su palabra es alimento para nuestra vida;
por ello, en comunión con toda la Iglesia,
vamos juntos a ponernos a la escucha de esta Palabra.
Pausa
Este quinto domingo de Cuaresma nos permite vislumbrar
la Pasión y Resurrección de Cristo.
En estos días de pandemia, cuando escuchamos que
han fallecido o caído enfermos
 familiares, amigos, o conocidos,
nuestro prójimo en definitiva,

nos postramos ante ti, Señor, con lágrimas en los ojos.
Al recibir la noticia de la muerte de tu amigo  Lázaro,
también tú te echaste a llorar.

Hasta el punto de que los testigos exclamaron:
“¡Cómo lo amaba!”.
Jesús,  “reanimando” a tu amigo, quieres que nos convenzamos
de que el amor es más fuerte que la enfermedad y la muerte.
Tú nos darás muy pronto la inquebrantable prueba de esta realidad,
a través de tu Pasión y Resurrección.

Pausa
Hermanos y hermanas:
en medio de nuestras tribulaciones,
en lo más profundo de nuestras pruebas,
la Iglesia nos propone descubrir, paso a paso, hasta llegar a Pascua,
que Dios nos ama hasta ofrecerse a sí mismo
para que todos puedan participar en la Resurrección de su Hijo,
Jesucristo, nuestro Salvador.
Preparémonos ahora a abrir nuestros corazones,
guardando un momento de silencio.

Después de un tiempo de silencio, todos se levantan y se signan diciendo: 
En nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
El guía continúa:
Para prepararnos a acoger la Palabra de Dios,
de manera que pueda regenerarnos,
reconozcamos nuestros pecados.
A continuación, se deja paso al rito penitencial. Por ejemplo:
Señor, ten misericordia de nosotros.
Porque hemos pecado contra ti.
Muéstranos, Señor, tu misericordia.
Y danos tu salvación.
Que Dios Todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados,
y nos conduzca a la vida eterna.
Amén.
Recitamos o cantamos:
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
El guía recita la oración:
Que tu gracia, Señor, nos permita
imitar con alegría la caridad de Cristo,
quien entregó su vida por amor de los hombres y mujeres.
Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,que vive y reina contigo en la Unidad del Espíritu Santo,y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
A continuación, se leen las lecturas de la misa de este quinto domingo de Cuaresma.La persona encargada de la primera lectura permanece de pie, mientras que el resto de los congregados se sientan.
PRIMERA LECTURA
Lectura de la profecía de Ezequiel (37, 12-14) 
Esto dice el Señor Dios:
“Pueblo mío, yo mismo abriré sus sepulcros,
los haré salir de ellos y los conduciré de nuevo a la tierra de Israel.
Cuando abra sus sepulcros y los saque de ellos,
pueblo mío, ustedes dirán que yo soy el Señor.
Entonces les infundiré mi espíritu y vivirán,
los estableceré en su tierra y ustedes sabrán que yo,
el Señor, lo dije y lo cumplí”.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
La persona encargada de leer el salmo, se pone de pie, mientras los demás permanecen sentados.
SALMO 129 (1-2, 3-4, 5-6ab, 7bc-8)
R/ Perdónanos, Señor, y viviremos.
Desde el abismo de mis pecados clamo a ti;
Señor, escucha mi clamor;
que estén atentos tus oídos
a mi voz suplicante.
R/  Perdónanos, Señor, y viviremos.
Si conservaras el recuerdo de las culpas,
¿quién habría, Señor, que se salvara?
Pero de ti procede el perdón,
por eso con amor te veneramos.
R/ Perdónanos, Señor, y viviremos.
Confío en el Señor,
mi alma espera y confía en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
mucho más que la aurora el centinela.
R/ Perdónanos, Señor, y viviremos.
Como aguarda a la aurora el centinela,
aguarde Israel al Señor,
porque del Señor viene la misericordia
y la abundancia de la redención,
y él redimirá a su pueblo
de todos sus iniquidades.
R/ Perdónanos, Señor, y viviremos.
Quien guía la oración se levanta y dice: 
Contigo, Jesús, Pastor eterno,
tu Iglesia no carece de nada:
tú nos haces renacer en las aguas del bautismo;
sobre nosotros derramas tu Espíritu Santo;
para nosotros preparas la mesa de tu cuerpo;
tú nos llevas, más allá de la muerte,
hasta la casa de tu Padre
¡donde todo es gracia y felicidad!
La persona encargada de la segunda lectura se levanta mientras los demás permanecen sentados.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8, 8-11) 
Hermanos: Los que viven en forma
desordenada y egoísta no pueden agradar a Dios.
Pero ustedes no llevan esa clase de vida,
sino una vida conforme al Espíritu,
puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes.
Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo.
En cambio, si Cristo vive en ustedes,
aunque su cuerpo siga sujeto a la muerte a causa del pecado,
su espíritu vive a causa de la actividad salvadora de Dios.
Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos,
habita en ustedes, entonces el Padre,
que resucitó a Jesús de entre los muertos,
también les dará vida a sus cuerpos mortales,
por obra de su Espíritu, que habita en ustedes.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Todos se levantan en el momento en que se dice o canta la aclamación del Evangelio.
Gloria y alabanza a ti, Cristo. 
Yo soy la resurrección y la vida –dice el Señor–;
el que cree en mí no morirá para siempre. 
Gloria y alabanza a ti, Cristo. 
Si hay niños pequeños, se puede leer la versión breve del Evangelio, indicada entre corchetes. Se leerá pausadamente. 
Versión completa
Lectura del santo evangelio según san Juan (11, 1-45) 
En aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”.
Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a sus discípulos: “Vayamos otra vez a Judea”. Los discípulos le dijeron: “Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, ¿y tú vas a volver allá?” Jesús les contestó: “¿Acaso no tiene doce horas el día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta la luz”.
Dijo esto y luego añadió: “Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo”. Entonces le dijeron sus discípulos: “Señor, si duerme, es que va a sanar”. Jesús hablaba de la muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean. Ahora, vamos allá”. Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos: “Vayamos también nosotros, para morir con él”.
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: “Ya vino el Maestro y te llama”. Al oír esto, María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque él no había llegado aún al pueblo, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar allí y la siguieron.
Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “¿Dónde lo han puesto?” Le contestaron: “Ven, Señor, y lo verás”. Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”
Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra.
Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Luego gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de allí!” Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, para que pueda andar”.
Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Versión breve
Lectura del santo evangelio según san Juan (11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45)
En aquel tiempo, Marta y María, las dos hermanas de Lázaro, le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”. Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a su discípulos: “Vayamos otra vez a Judea”.
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”.
Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Jesús se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “¿Dónde lo han puesto?” Le contestaron: “Ven, Señor, y lo verás”. Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”
Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra.
Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Luego gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de allí!” Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, para que pueda andar”.
Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del Señor
El Evangelio concluye sin aclamación. Todos se sientan y el guía vuelve a leer lentamente, como si se tratara de un lejano eco:
Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor;el que cree en mí no morirá para siempre”.¿Lo crees?
Permanecemos cinco minutos en silencio para meditar.
A continuación todos se levantan y profesan la fe la Iglesia, recitando el símbolo de los apóstoles.
Creo en Dios, Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.
Todos permanecen de pie para invocar la oración de los fieles,
según haya sido preparada o siguiendo  esta fórmula.Nos preparamos con un momento de silencio.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Confirmados en nuestra fe por el regreso a la vida de Lázaro,
imploremos con confianza al Padre que escucha a su Hijo:
R/ Te rogamos, Señor.
Para que lejos de hundirse en la tempestad
la barca de tu Iglesia se convierta en un refugio para todos.
R/ Te rogamos, Señor.
Para que crezca en los catecúmenos el deseo del bautismo.
R/ Te rogamos, Señor.
Para que los hombres y mujeres de buena voluntad descubran,
en medio de sus tribulaciones, el sentido de su vida, escuchando tu Palabra.
R/ Te rogamos, Señor.
Para que nuestras familias sean animadas por la paciencia y la ternura.
R/ Te rogamos, Señor.
Por todas las personas atribuladas por el confinamiento.
R/ Te rogamos, Señor.
Para que los investigadores, médicos, y personal sanitario
encuentren la fuerza para continuar su labor con espíritu de servicio.
R/ Te rogamos, Señor.
Para que las personas hospitalizadas y sus familias
superen la prueba de la enfermedad.
R/ Te rogamos, Señor.
Por los difuntos que tú llamas a la resurrección.
R/ Te rogamos, Señor.
Cada quien puede compartir una intención de oración, al final de la cual todos responden:
R/ Te rogamos, Señor.

Al final, el guía introduce la oración del Señor:
Unidos en el Espíritu y en la comunión de la Iglesia,
fieles a la recomendación del Salvador
nos atrevemos a decir:
Se reza o canta el Padrenuestro:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
E inmediatamente todos proclaman:
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
El guía sigue diciendo:
Acabamos de unir nuestra voz
a la del Señor Jesús para orar al Padre.
Somos hijos en el Hijo.
En la caridad que nos une los unos a los otros,
renovados por la Palabra de Dios,
podemos intercambiar un gesto de paz,
signo de la comunión
que recibimos del Señor.
Todos intercambian un gesto de paz. Si fuera necesario, siguiendo las indicaciones de las autoridades, este gesto puede concretizarse en una inclinación profunda hacia el otro o, en familia, enviando un beso a distancia con dos dedos en los labios. 
Nos sentamos.
COMUNIÓN ESPIRITUAL
El guía dice:
Dado que no podemos recibir la comunión sacramental,
el Papa Francisco nos invita apremiantemente a realizar la comunión espiritual,
llamada también “comunión de deseo”.
El Concilio de Trento nos recuerda que
“se trata de un ardiente deseo de alimentarse con este Pan celestial,
unido a una fe viva que obra por la caridad,
y que nos hace participantes de los frutos y gracias del Sacramento”.
El valor de nuestra comunión espiritual
depende, por tanto, de nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía,
como fuente de vida, de amor y de unidad,
así como de nuestro deseo de comulgar, a pesar de las circunstancias.
Con esta disposición de ánimo, les invito ahora a inclinar la frente,
a cerrar los ojos y vivir un momento de recogimiento.
Silencio
En lo más profundo de nuestro corazón,
dejemos crecer el ardiente deseo de unirnos a Jesús,
en la comunión sacramental,
y de hacer que su amor se haga vivo en nuestras vidas,
amando a nuestros hermanos y hermanas como Él nos ha amado.

Permanecemos cinco minutos en silencio en un diálogo de corazón a corazón con Jesucristo.
Podemos cantar un cántico de acción de gracias.
A continuación, nos ponemos de pie.
El guía pronuncia, en nombre de todos, la fórmula de la bendición:
Por intercesión de san N.
[patrón de la parroquia],de todos los santos y santas de Dios,
que el Señor de la perseverancia y la fortaleza
nos ayude a vivir el espíritu de
sacrificio, compasión y amor de Cristo Jesús.
De este modo, en comunión con el Espíritu Santo,
daremos gloria a Dios,
Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Es posible concluir la celebración elevando un cántico a la Virgen María.

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Para seguir santificando este domingo, se aconseja renovar la venerable tradición de las vísperas dominicales, celebrando hacia el final de la tarde el oficio de la Liturgia de las Horas o la Oración de la tarde para este domingo que propone Magnificat.

Aleteia Team


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