Fue el mensaje de San Pablo al Areópago: la resurrección de la carne está en el corazón de la fe cristiana, esto quiere decir que nuestro cuerpo nos acompañará al cielo
En las grandes paradojas chirriantes de nuestro tiempo, el cuerpo está desgarrado. A veces la tecnología afirma que la revolución de quién sabe qué metaverso está por venir y en consecuencia se virtualizarían todas las relaciones humanas. Otras veces, solo se trata de la dimensión material de la vida, pues las preocupaciones de muchos -en el ámbito de la ecología- se limitan a proteger la vida como bios, la naturaleza y las criaturas en pie de igualdad con el Hombre, al tiempo que desprecian su espíritu, sospechoso de ser la causa de la destrucción.
La religión cristiana es la del cuerpo
Sin embargo, la religión cristiana es la religión del cuerpo. Toda teología auténticamente cristiana es necesariamente una «teología del cuerpo«, porque habla de Aquel que se encarnó. El hecho de que un Dios que ama al hombre comparta nuestra condición humana es la demostración de la inmensidad del amor divino por la realidad corpórea que es la nuestra.
En la Encarnación, no es un Dios extraño a la carne el que viene a visitarla para ver cómo es la vida a este lado de la corporeidad. Dios es el autor de la vida tal como la vivimos, y la creó para que, a través de esta experiencia nuestra, pudiéramos llegar a Él. Por eso, cuando Dios comparte nuestro modo de vida temporal y frágil, no se aleja de lo que Él es.
La corporeidad no es un accidente del ser, sino un rasgo esencial de nuestra vida. Somos un cuerpo unido a un alma; uno nunca vivirá sin el otro. Somos cuerpo y alma para la eternidad, el cuerpo no es una vulgar envoltura desechable, y el alma, la dimensión angélica y soberbia de nuestro ser, no es la única digna de Dios.
Es en esta unidad donde somos plenamente personas y donde somos imágenes de Dios, capaces de Dios. La fe en Jesús nos impide elegir entre cuerpo y espíritu; cuando oímos «cuerpo», nos referimos a la unidad total de una persona, y cuando oímos «espíritu», nos referimos al motor de esa unidad, pero a ninguna otra entidad separable.
Un cuerpo para el Cielo
Nuestro cuerpo no es el vehículo temporal de una parte de nuestra vida. Es el lugar de unidad de nuestra persona y, en este sentido, es el lugar de la experiencia misma del Cielo. Durante esta vida, nos permite experimentar sensaciones, emociones y acontecimientos que nos vinculan entre nosotros y con Dios mismo. En el Cielo, ¡será lo mismo!
Si la Iglesia se atreve a hablar de «resurrección de la carne», es porque nuestra fe nos convence de que seremos las mismas personas en la vida bienaventurada, esto significa que nuestro cuerpo nos acompañará allí. Aquí se acaban las definiciones y las descripciones, solo la fe nos guía, los detalles se nos escapan. Pero creemos que nada de lo que nuestro cuerpo experimente aquí será olvidado en el Cielo.
Así que, ya que vamos a vivir eternamente con un cuerpo, ¡es hora de que vivamos en paz con él! Por supuesto, nos causa sufrimientos, complejos y pecados. Hay días en que nos resulta pesado y superfluo, en que lo consideramos un extraño o incluso una amenaza. Pero también es el lugar de nuestros placeres, de nuestro descanso, de nuestro amor, de nuestra exultación. En el cuerpo encontramos nuestra nostalgia, nuestro apetito por el Cielo y sus maravillas.
Su necesidad de más, su insaciable búsqueda de la felicidad son la prueba de nuestra predestinación a una alegría de la que tomará parte. Desde las alturas del Cielo, Dios contempla amorosamente a la criatura que somos cada uno de nosotros, maravillándose de este otro ser tan semejante a sí mismo, porque está hecho de amor y para el amor. Por eso, para contemplar a Dios, no olvidemos contemplar nuestros cuerpos: amando lo que Él ama, podremos amarle un poco mejor.
Del libro: Desde tu carne verás a Dios, una meditación sobre el cuerpo y la resurrección, Gaultier de Chaillé,(autor del libro y de este artículo), Mame, septiembre 2023.
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