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sábado, 20 de enero de 2024

Evangelio del día

 


Segundo Libro de Samuel 1,1-4.11-12.19.23-27.

Después de la muerte de Saúl, David volvió de derrotar a los amalecitas y permaneció dos días en Siquelag.
Al tercer día, llegó un hombre del campamento de Saúl, con la ropa hecha jirones y la cabeza cubierta de polvo. Cuando se presentó ante David, cayó con el rostro en tierra y se postró.
"¿De dónde vienes?", le preguntó David. El le respondió: "Me he escapado del campamento de Israel".
David añadió: "¿Qué ha sucedido? Cuéntame todo". Entonces él dijo: "La tropa huyó del campo de batalla y muchos del pueblo cayeron en el combate; también murieron Saúl y su hijo Jonatán".
Entonces David rasgó sus vestiduras, y lo mismo hicieron todos los hombres que estaban con él.
Se lamentaron, lloraron y ayunaron hasta el atardecer por Saúl, por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor y por la casa de Israel, porque habían caído al filo de la espada.
"¡Tu esplendor ha sucumbido, Israel, en las alturas de tus montañas! ¡Cómo han caído los héroes!
¡Saúl y Jonatán, amigos tan queridos, inseparables en la vida y en la muerte! Eran más veloces que águilas, más fuertes que leones.
Hijas de Israel, lloren por Saúl, el que las vestía de púrpura y de joyas y les prendía alhajas de oro en los vestidos.
¡Cómo han caído los héroes en medio del combate! ¡Ha sucumbido Jonatán en lo alto de tus montañas!
¡Cuánto dolor siento por ti, Jonatán, hermano mío muy querido! Tu amistad era para mí más maravillosa que el amor de las mujeres.
¡Cómo han caído los héroes, cómo han perecido las armas del combate!".


Salmo 80(79),2-3.5-7.

Escucha, Pastor de Israel,
tú que guías a José como a un rebaño;
tú que tienes el trono sobre los querubines,
resplandece ante Efraím, Benjamín y Manasés;

reafirma tu poder y ven a salvarnos.
Señor de los ejércitos,
¿hasta cuándo durará tu enojo,
a pesar de las súplicas de tu pueblo?

Les diste de comer un pan de lágrimas,
les hiciste beber lágrimas a raudales;
nos entregaste a las disputas de nuestros vecinos,
y nuestros enemigos se burlan de nosotros.


Evangelio según San Marcos 3,20-21.

Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer.
Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: "Es un exaltado".


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

Bulle

Santa Teresa de Calcuta (1910-1997)
fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
No hay amor más grande (No Greater Love, p. 82)


Jesús, un hombre que se deja “comer”.

Cuando Jesús vino a este mundo lo amó hasta tal extremo que dio la vida por él. Vino para satisfacer nuestra hambre de Dios. ¿Cómo lo hizo? El se convirtió en Pan de Vida. Se hizo pequeño, frágil, desarmado por nosotros. Las migajas de pan son tan pequeñas que incluso un bebé puede mascarlas, incluso un moribundo puede tragarlas. Jesús se convierte en pan de vida para apaciguar nuestra hambre de Dios, nuestra hambre de amor.
No creo que nosotros habríamos sido capaces de amar a Dios si Jesús no hubiese venido a ser uno de nosotros. Ha venido a ser uno como nosotros, excepto en el pecado, para hacernos capaces de amar a Dios. Creados a imagen de Dios hemos sido creados para amar, porque Dios es amor. Por su pasión, Jesús nos ha enseñado cómo podemos perdonar por amor, cómo podemos olvidar con humildad. ¡Encuentra a Jesús y encontrarás la paz! (EDD)

Oración del P. Pío

Señor, tú eres bondadoso y misericordioso, y todo lo hiciste muy bien, creando de la nada cuanto existe. Señor, tú eres clemente y comprensivo, y no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Señor tú eres paciente y fiel, y esperas al hijo pródigo e invitas  al justo a alegrarse a  su regreso.                                                                          

   Señor, tú tanto amaste al mundo, que enviaste a tu Hijo  único, no para juzgarnos, sino para salvarnos. Señor, tú quieres que todos los hombres se salven, lleguen al conocimiento de la verdad  y sean uno como tú eres uno.                                                                                                                                                       Te pido la conversión de los que, como yo, son pecadores, quiero unirme, junto al  Padre Pío, a tu deseo de salvación universal, solidarizándome con mis hermanos  y  emprendiendo con  ellos un camino de  sincera  conversión.                                                                                                                                                                                                                  Dame la gracia de cumplir tus mandamientos alimentando al hambriento, dando de beber al sediento, vistiendo al desnudo, alojando al forastero, visitando al enfermo y al encarcelado, descubriéndote y respetándote en la obra  de tus manos.  Cambia mi forma de pensar y de sentir, porque muchas veces no parezco hijo tuyo. Permíteme disfrutar al final de los tiempos del banquete que tienes preparado no sólo para  los que te conocen y sirven, sino también para aquellos que no han tenido esa gracia   y que,  a pesar de no saberlo, también son hijos tuyos. Amén.












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