Francisco bautizó a 16 bebés en la Capilla Sixtina, donde insistió en la importancia de que todo cristiano recuerde y celebre la fecha de su bautismo.
Francisco presidió la fiesta del Bautismo del Señor presidiendo la misa en la Capilla Sixtina. Un escenario impactante para un privilegio singular, el de 16 niños de pocas semanas que fueron bautizados por el propio Papa.
El templo adquiría así un aire singular, con familias y niños como los grandes protagonistas. Así se lo reconoció el propio pontífice en su breve homilía, permitiéndoles ciertas 'licencias': "Pueden hablar, andar, gritar... Ellos mandan, porque es su fiesta: recibirán el don más hermoso, el don de la fe, el don del Señor".
"Si lloran -por el momento están callados, pero basta con que uno dé la nota y comienza el concierto-", bromeó, "dejadles llorar; si tienen hambre, dadles de mamar aquí; si tienen calor, desvestidlos, porque a veces el calor no es bueno".
Además, los niños bautizados nos dan una gran lección, continuó: "El testimonio de cómo se recibe le fe: con inocencia, con apertura de corazón".
El Papa concluyó pidiéndole a padres y padrinos que acompañen a los niños "para que la fe crezca en ellos", y les agradeció haberlos traído para "recibir la fe".
Antes de la bendición final, Francisco insistió en esa gratitud por "haber dado comienzo a esta vida de vuestros hijos con el bautismo". Y, como ha hecho en otras ocasiones, les animó a que enseñen a los nuevos cristianos a recordar esa fecha, "porque es su fecha de nacimiento". Para ellos y para todos nosotros -a pesar de que solemos ignorarla-, esa fecha en que nos cristianaron "es la fecha en la que recibí la gracia del Señor y me convertí en cristiano. Enseñádselo a los niños, para celebrarla todos los años".
Posteriormente, y como cada domingo, el Papa rezó el Ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico ante los fieles congregados en la Plaza de San Pedro.
En el río Jordán, recordó, Juan el Bautista llevaba a cabo "un rito de purificación, que expresa el compromiso de dejar el pecado y convertirse". La gente acudía a él "con humildad, con sinceridad", y también lo hizo Jesús "inaugurando su ministerio". Habría así querido mostrar que "quiere estar cercano a los pecadores, que vino por ellos, por todos nosotros, que somos pecadores".
El día del Bautismo del Señor sucedieron algunos "hechos extraordinarios", continuó el Papa. Por un lado, Juan reconoce públicamente en Jesús a alguien "más fuerte" que él y que "bautizará con Espíritu Santo" (Mc 1, 7-11). Acto seguido, se abren los cielos y el Espíritu Santo desciende sobre Jesús en forma de paloma mientras el Padre Proclama: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco".
Todo esto, explicó el Papa, "nos revela que Jesús es el Hijo de Dios", y que nuestro bautismo también "nos hace hijos de Dios".
Con el bautismo "Dios viene a nosotros y purifica y sana nuestro corazón, nos hace sus hijos para siempre, su pueblo, su familia, herederos del Paraíso. Se hace íntimo para nosotros y ya no se va".
Francisco volvió a insistir, como había hecho en la misa y en otras predicaciones, en que averigüemos la fecha de nuestro bautizo y la celebremos, y demos gracias al Señor por los padres que nos llevaron hasta la pila bautismal, por quien nos lo administró, por nuestros padrinos y la comunidad en la cual lo recibimos.
Preguntémonos, concluyó, si somos conscientes "del don inmenso que llevo en mí por el Bautismo": "¿Reconozco en mi vida la luz de la presencia de Dios, que me ve como su hijo amado?" Y, para recordar la presencia de Dios, invitó y guió a todos, antes de rezar el Ángelus, a santiguarse, porque la señal de la Cruz "traza en nosotros el recuerdo de la gracia de Dios, que nos ama y desea estar con nosotros".
G. de A., ReL
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