que han optado por acabar con su vida
El sacerdote Joan Costa recuerda al detalle el momento en que una mujer que había pedido la eutanasia le pidió recibir los últimos sacramentos antes de morir.
“Estoy en los últimos días de mi vida, padre”, dijo la enferma, que realmente estaba muy grave.
“Lo mejor es que me apliquen este tratamiento médico para tener una muerte digna -añadió-. Donaré una parte importante de mis bienes a una entidad de la Iglesia”.
El sacerdote se acercó y tomó su mano. Con delicadeza, le explicó que la eutanasia, más que una sedación, es como un suicidio.
“A mí no me interesan sus bienes, sino que usted vaya al cielo -le dijo suavemente-. Si quiere mi apoyo y mi atención espiritual, le puedo ofrecer el perdón”.
Esperanza y consuelo
Costa explica a Aleteia que la Iglesia ofrece esperanza y consuelo a las personas que optan por la eutanasia.
“Se trata de abrirles la mirada hacia la vida eterna”, señala el sacerdote, que es delegado de pastoral social y caritativa del arzobispado de Barcelona (España).
“La Iglesia ofrece la certeza de la proximidad de Dios, tanto a través de su misericordia (con el sacramento de la Penitencia y el de la Unción) como a través del alimento de vida eterna (el sacramento de la Eucaristía)”, concreta.
Esta atención espiritual, unida al tratamiento médico y al apoyo afectivo, responde a la dimensión integral de la persona, prosigue el sacerdote.
Llamada a la conversión
Sin embargo, quitarse la vida es un acto inmoral, advierte Costa. El documento de la Congregación para la Doctrina de la fe Samaritanus Bonus especifica que la eutanasia viola la ley de Dios y la dignidad humana.
Elegirla y perseverar libremente en esa elección de morir impide recibir los sacramentos de la Penitencia con la absolución, de la Unción y del Viático.
“No es un castigo, sino una llamada a la conversión -aclara el sacerdote-. Dios está dispuesto a perdonar lo que haga falta si la persona está dispuesta a cambiar su postura”.
El sacerdote recuerda que “el dolor del alma y el rechazo del pecado son indispensables para la absolución válida”.
Y resalta que “la persona debe mostrar pasos concretos que indiquen que ha modificado su decisión”.
Por ejemplo, “si está registrada en una asociación para recibir la eutanasia, debe mostrar el propósito de anular esta inscripción”.
Costa añade que en caso de que el paciente esté inconsciente, “el sacerdote podría administrar los sacramentos sub condicione si se puede presumir el arrepentimiento a partir de cualquier signo dado con anterioridad por la persona enferma”.
El sacerdote concluye que la Iglesia respeta las condiciones para ofrecer la gracia sacramental y siempre ofrece no el juicio sino la escucha y el acompañamiento.
¿Acompañar en la eutanasia?
Según compartieron recientemente agentes de pastoral en Barcelona, algunas personas que piden la eutanasia, piden una presencia en el momento en que esta se aplica provocando su muerte.
Costa indica que “la Iglesia no puede ofrecerles esta compañía en la última hora”. Y “no porque no queramos ayudarlas, sino porque sería como apoyar un planteamiento equivocado”.
Finalmente el sacerdote destaca el valor de los cuidados paliativos para “aliviar los sufrimientos en la fase final de la enfermedad y asegurar al mismo paciente un adecuado acompañamiento humano digno”.
Patricia Navas, Aleteia
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en favor de la eutanasia
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