
La confesión es un sacramento inmensamente sanador y, por lo tanto, muy delicado. El penitente se enfrenta con su realidad de pecador, haciendo un examen de conciencia sincero para desnudar su alma frente al sacerdote que, representando a Cristo, recibe a la oveja verdaderamente arrepentida con todo el amor con que el Señor lo hizo en su tiempo.
El sigilo sacramental
Por esta razón, el presbítero está obligado, bajo penas muy severas, a guardar el secreto o sigilo sacramental, es decir, nunca y bajo ninguna circunstancia podrá revelar lo que ha escuchado en la confesión, porque Dios ha dispensado su perdón absoluto a la persona que se ha humillado reconociendo sus faltas.
Esta total muestra de amor y misericordia divina no puede comprenderse sino bajo la lente de la fe. Por eso la Iglesia declara absoluto respeto a las personas y lo ha asentado por escrito en el Código de Derecho Canónico:
"El confesor que viola directamente el sigilo sacramental, incurre en excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica; quien lo viola sólo indirectamente, ha de ser castigado en proporción con la gravedad del delito".
Can. 1386 - § 1.
Escuchar, aunque sea por accidente, obliga
Por ello, es necesario que los fieles estén enterados de que deben ser prudentes cuando se acerquen al sacramento, tanto si van a confesarse como si están esperando su turno y hay alguien más antes que ellos con el sacerdote.
Se entiende que en ocasiones los confesionarios están hechos de tal manera que es inevitable escuchar al hermano penitente, por esto, el Derecho también toma en cuenta esta situación:
"El sigilo sacramental es inviolable. Guárdese, pues, muy bien el confesor de descubrir en lo más mínimo al pecador ni de palabra, ni por algún signo, ni de cualquier otro modo y por ninguna causa.
Están así mismo obligados a guardar el secreto sacramental todos aquellos a quienes de un modo o de otro hubiese llegado la noticia de la confesión".
CIC c. 983
Así es que, tomemos nuestras precauciones y procuremos guardar una distancia conveniente para no escuchar y no ser escuchados. Pero si de algún modo llegase a nuestros oídos alguna palabra de quien se esté reconciliando, recordemos que estamos obligados a guardar el secreto y no comentarlo con nadie, para no cometer pecado.
Mónica Muñoz, Aleteia
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