4.
Reginaldo
(La Misa - Fuerza
que viene del Sacrificio de Cristo)
Muy en alto, por
encima del río poderoso que pasaba por el ancho valle, se erguía la
pequeña ciudad encima de una montaña escarpada. La corona de la ciudad
era un soberbio castillo real. Estaba construido tan estrechamente unido
a la ciudad como si quisiera manifestar así a todos la armonía que
existía entre el rey y la ciudad. Al otro lado del río se extendía una
gran pradera y más allá un bosque espeso y oscuro. Detrás se veían altas
montañas. Aquello era el país de los enemigos despiadados del rey y de
su ciudad. Siempre había que ejercer vigilancia para que no verse
sorprendidos por un ataque alevoso.
Una hermosa tarde,
cuando aún el calor del día envolvía ciudad y valle, sonó desde la torre
la señal de una trompeta. Todos los que habían dormitado un poco se
despertaron enseguida. Los hombres buscaban sus armas. La señal de la
trompeta significaba: "Viene el enemigo". Era verdad. Del bosque
salieron densas filas de jinetes montados en pequeños caballos negros.
La verde ribera del río se ennegreció de tantos hostiles. Luego
aparecieron carruajes pesados con madera y diverso material bélico.
Junto a ellos muchos, muchísimos soldados de la infantería. En castillo
y ciudad comenzó una actividad febril. En los muros se apostaron los
guardias. Se reparó todo lugar que pareció endeble. Se observaba cada
movimiento del enemigo. Pero esta tarde no sucedió nada. Los enemigos se
retiraron al bosque para pasar allí la noche. Apenas salió el sol se
presentaban nuevamente en la ribera del río. Los jinetes cruzaron con
sus caballos. Luego comenzaron a construir a su lado balsas. En las balsas se
cargaba el material de guerra para llevarlo al otro lado. La pradera del
río se convirtió en una especie de hormiguero. Los enemigos levantaron
una ciudad de carpas. Se instalaron para un asedio prolongado de la
ciudad y del castillo real. Otro día se dispersaron los jinetes por los
contornos y "visitaban" los villorrios y las granjas de los contornos.
Reunieron a los animales cerca de la ciudad de tiendas. Otros trajeron
toneles de vino. Donde habían estado "de visita" los extraños se
levantaban columnas de humo.
En la ciudad se
preocupaba y cuidaba de todos el joven rey Reginaldo. Su padre anciano
se había retirado del gobierno. El joven rey era amado por todos. A
pesar de la angustia irradiaba alegría y esperanza. Sus determinaciones
eran inteligentes y iban al punto. Sus graneros parecían inagotables.
Pasaba un día y otro día. Los enemigos seguían acampados en la pradera
del río. Una mañana un panadero se fue donde el joven rey Reginaldo:
"Hoy voy a repartir el último pan". También vino el carnicero: "Hoy se
entrega el último embutido". Entonces Reginaldo hizo llamar a doce
caballeros selectos. Horas y horas deliberan y planificaban cómo
realizar un ataque de sorpresa contra el enemigo. Se trababa de poner en
fuga al ejército enemigo. Llegó la noche. Los enemigos estaban dormidos
pesadamente porque durante el día habían vaciado un tonel de vino. Por
una puerta secreta, escondida entre unos arbustos salieron Reginaldo y
sus doce caballeros. Habían envuelto los cascos de los caballos con
trapos para evitar que se escucharan las pisadas de los caballos.
Desde la ciudad
dieron un rodeo hacia la llanura. A una breve orden de Reginaldo
partieron al galope contra la ciudad de las tiendas y carpas. Los
caballos saltaron contra las tiendas y las derrumbaron. Las tiendas
cayeron estrepitosamente. Una de ellas cayó al fuego de los guardias y
se encendió. Los enemigos gritaban y blasfemaban y lucharon uno contra
el otro porque pensaban que su vecino era el enemigo. Se armó una
tremenda confusión mientras que el fuego se extendía cada vez más. Los
caballos negros arrancaron las estacas con las cuales los habían
inmovilizado y escaparon hacia el río. De repente ¡Una señal! El enemigo
llamó a retirada. En muy breve tiempo estaba desierta la cuidad de
tiendas en llamas. Cada uno trataba de cruzar el río a nado. A la
primera luz del día vieron como desapareció la masa desbandada de los
enemigos en el lejano bosque.
Los liberados
bajaron de la ciudad. Querían festejar a su joven rey. Encontraron a los
doce caballeros. Cada uno estaba orgulloso de no haber matado ni a un
solo enemigo. "¿Dónde está el rey? ¿Dónde está Reginaldo? " Nadie lo
había visto. Entonces alguien encontró al caballo blanco del rey en
alguna parte entre los escombros. Medio tapado por su caballo yacía
Reginaldo. Una lanza del enemigo le había traspasado el corazón. La
alegría de la victoria se trocó repentinamente en luto. A paso lento
llevaron los caballeros a su rey hacia el castillo. Lo velaron en la
sala de los caballeros del castillo. Todos lloraron porque el libertador
de la ciudad había sido arrancado por la muerte. Decían: "Se ha
sacrificado por nosotros.
La noche del día
siguiente el anciano rey que de nuevo se ocupaba del bienestar los hizo
llamar a los doce caballeros al castillo. Con ellos entró a la sala
grande que llevaba cortinas negras. Ante el féretro del joven rey muerto
habían puesto una mesa. El anciano rey agradeció a los caballeros por su
valentía. Luego tomó de la mesa para cada uno una cápsula de plata con
una cadena de plata. A cada caballero le colgó en el cuello. En la
cápsula había un rizo del cabello del joven rey muerto. Dijo el anciano
padre: "Cuando alguna vez os encontréis en peligro o angustia, aferrad
la cápsula y decid: "Ayúdame a ser tan valiente como tú." Con mi
Reginaldo podréis vencer a todos los enemigos.
En realidad, el
relato de Reginaldo es la historia de Jesucristo, nuestro Rey y Hijo del
eterno Padre. Los hombres fueron asediados por el enemigo malo y sus
ayudantes. Casi perecieron en la angustia. Entonces vino en su ayuda el
joven rey - Cristo. Eligió a doce apóstoles. Con ellos se fue al
encuentro del enemigo. Fue en la noche antes de su pasión. El enemigo
fue vencido, se fue corriendo. Pero uno fue alcanzado mortalmente-
Jesucristo. En la cruz fue traspasado por la lanza. Se ha sacrificado
por nosotros. Él murió por nosotros.
Venimos a Él en la
sala de caballeros del castillo real, la casa de Dios. Allí celebramos
el recuerdo de su muerte por nosotros. Pero no se ha quedado en la
muerte. Ha resucitado. De Él no se nos dará un recuerdo perecedero, como
si fuera parte de Él. Él viene personalmente a nosotros en la Santa
Misa. En la comunión viene a nuestro interior más profundo y se queda
con nosotros. Cuando estamos en lucha y angustia, entonces diremos:
"Ayúdanos a ser tan valiente como tú, quien murió por nosotros". Él
camina entonces con nosotros en medio de todos los peligros y nos hace
fuertes y valientes como Él lo fue cuando se sacrificó por todos
nosotros.
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