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martes, 6 de junio de 2023

Transgénero: Obispo de EE.UU. expone la respuesta católica

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Los católicos afirman el sexo dado por Dios al tiempo que reconocen el dolor y las luchas de cada persona, explica el arzobispo Coakley en una carta pastoral

En una carta pastoral reciente, el obispo Paul Coakley de Oklahoma City abordó la disforia de género y una variedad de temas que la rodean, y el movimiento transgénero en general. 

El prelado hace un análisis teológico y científico de la tendencia, al tiempo que ofrece empatía a quienes luchan contra la disforia de género, afirmando el amor que Dios tiene por todos sus hijos. 

Hay mucho que ver en la carta de 10 páginas del arzobispo Coakley, así que echemos un vistazo a algunas de sus claves. 

Teología

El arzobispo empieza explicando que fuimos creados a imagen de Dios con el propósito de amar. 

El cuerpo y el alma son regalos de Dios, y el propósito de los dos sexos es amar y multiplicarse. 

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El cuerpo humano es inherentemente bueno, lo cual se enfatizó cuando Jesús tomó nuestra carne humana. Él no se despojó de su humanidad ni siquiera después de su resurrección. 

«El papa Francisco enfatizó que el ‘sexo biológico y el rol sociocultural del sexo (género) pueden distinguirse pero no separarse‘. Si el género ha de servir al individuo, no debe limitarse a estereotipos rígidos ni desvincularse del sexo que fundamenta su significado».

A continuación Coakley explica que la libertad de la humanidad ha sido distorsionada por el pecado desde la Caída, con el pecado original en el Jardín del Edén. 

El pecado original nos puede desconectar del Bien último -Dios-, y buscamos llenar este hueco con otros bienes, e incluso identidades, para encontrar satisfacción, con «el deseo de poder, el sexo, el alcohol, internet y el ruido constante en un intento inútil de satisfacer el dolor de nuestra alma».

El arzobispo empatiza con aquellos que buscan un respiro al dolor de no lograr esta satisfacción identificándose como el sexo opuesto, o con una variación «no binaria», «porque cada uno de nosotros en nuestras propias circunstancias únicas ha buscado descansar en algo que no es Dios».

Coakley señala que el pecado y las injusticias pueden oscurecer el reconocimiento de que el cuerpo es un don, y estos se combinan con nuestra «naturaleza caída» para convertirse en factores que exacerban las «desarmonías internas y externas» que pueden impedir el reconocimiento de la bondad inherente del cuerpo.

Esto puede resultar en una «discordia en la unidad del cuerpo y el alma», que a menudo experimentan quienes luchan contra la disforia de género

Esto, el prelado lo llama un «tremendo sufrimiento«, por lo que implora a los cristianos que «vayan con suavidad y gran compasión” en la búsqueda de la verdad en relación con situaciones tan dolorosas. 

Estadísticas y bienestar

En reconocimiento de este dolor, el arzobispo Coakley cita estadísticas relacionadas con aquellos que se identifican como transgénero en los Estados Unidos, de los cuales se estima que el 40% ha intentado suicidarse al menos una vez (una tasa nueve veces mayor que la población general). 

Además, casi la mitad (47 %) de las personas que se identifican como transgénero informaron haber sido agredidas sexualmente y más de la mitad (54 %) han sido objeto de acoso verbal. 

Esta porción de la población también corre un mayor riesgo de desarrollar muchos problemas, incluidos los trastornos alimentarios, los trastornos disociativos y el abuso de sustancias. 

El arzobispo invita a los católicos a preocuparse por el bienestar de las personas transgénero, además de condenar todas las formas de violencia e injusta discriminación contra ellas. 

Cita la indicación de Cristo de «amar como hemos sido amados» (Juan 13,34) y nos recuerda que Cristo murió para redimirnos a todos. 

«Amar como Cristo significa desear el bien de las personas en nuestra vida y caminar con ellas, independientemente de su grado de apertura al bien«.

La respuesta católica

Con esto expuesto, el arzobispo Coakley presenta la auténtica respuesta católica a la disforia de género, que advierte que debe evitar los extremos: que el sexo biológico es el final de la conversación, o que la verdad del cuerpo debe ignorarse en favor de la falsa esperanza de aliviar el dolor de una persona a través de la transición. 

Los católicos, desafía el arzobispo Coakley, deben afirmar el sexo dado por Dios, al mismo tiempo que reconocen el dolor y las luchas de la persona que hay frente a nosotros

Esto nos exige escuchar desde un lugar de empatía, así como extender la invitación a recibir el don de Dios del cuerpo sexuado.

Además, debemos reconocer que «todos los deseos tienen su raíz en algo bueno», aunque esos deseos estén fuera de lugar: 

«En última instancia, significa invitar a la persona que sufre a entregarse a la verdad. A través de su confianza en Jesucristo, pueden recibir la seguridad de que a pesar de los desafíos y el dolor de alinear el género con el sexo dado por Dios, en última instancia, será para su felicidad, santidad y paz».

A los transexuales

Respecto a aquellos que están luchando, el arzobispo Coakley reafirma que «Dios nos conoce y nos ama, a todos nosotros». 

«Nos reconoce a todos como hijos suyos y ve nuestras dolorosas luchas, invitándonos siempre a seguirlo más profundamente». 

Si bien admite que el camino que la Iglesia ha trazado para las personas transgénero es «arduo y actualmente contracultural», señala que «también es un camino glorioso y lleno de gracia en el que Jesús ofrece una plenitud y una santidad cada vez más profundas».

Citando los escritos de san Pablo en 1 Corintios 12, 26 ​​»si un miembro sufre, todos sufren juntamente; si un miembro es honrado, todos se regocijan juntos», el arzobispo deja claro el deseo de la Iglesia de acompañar a las personas transgénero en sus luchas, junto a Cristo. 

Reitera que las personas transgénero son parte de la Iglesia y escribe que «ustedes pertenecen aquí y, de verdad, son bienvenidos aquí».

A los padres

En cuanto a los padres de niños que luchan contra la disforia de género, el arzobispo Coakley reconoce las dificultades de ver a un niño con dolor y lamenta que no haya una solución rápida que satisfaga a todas las partes. 

Afirma que los padres deben acercarse a sus hijos con «amor incondicional, paciencia y humildad», ofreciéndose a escuchar sus preocupaciones con empatía. 

Debemos tener en cuenta que el género no constituye la totalidad de la vida de nadie y que una identidad de género percibida no los hace menos humanos, ni que dejen de ser nuestros hijos. 

También advierte a los padres que no se sumerjan en la «terapia de afirmación de género», incluidos los bloqueadores de la pubertad y las cirugías de transición de género, que la investigación científica ha demostrado que son opciones menos útiles. 

El prelado cita datos según los cuales los niños que se han sometido a opciones quirúrgicas para tratar la disforia de género tienen «tasas mucho más altas de suicidio e intentos de suicidio que sus pares». 

También señala que los «bloqueadores de la pubertad y las hormonas del sexo opuesto son experimentales» y que no hay estudios actuales que midan los efectos a largo plazo de dicho tratamiento en el desarrollo de los adolescentes. 

Dirige a los padres hacia la consejería católica como una forma de apoyar a sus hijos en estos tiempos de lucha, tanto para el niño como para ellos. 

Y advierte que los padres deben evitar el aislamiento y buscar el apoyo de amigos de confianza o de un párroco. 

Lo más importante: los padres deben pedirle al Señor que los acompañe en este viaje e invitar a Jesús a tocar los corazones de todas las partes involucradas a través de la oración y los sacramentos. 

A todos los católicos y personas de buena voluntad, el arzobispo Coakley nos llama a «dar testimonio de la verdad inscrita en cada cuerpo humano», y hacerlo con amor. 

«El amor requiere que ofrezcamos la verdad en el momento y de la manera que sea apropiado para la relación para que la verdad pueda ser recibida». 

Abordar el tema con «compromiso compasivo» es un aspecto crucial que todos debemos tener en cuenta si tenemos la oportunidad de acompañar a alguien que lucha contra la disforia de género. 

El movimiento transgénero

Finalmente, el arzobispo Coakley se refiere al transgénero como un movimiento que se ha vuelto frecuente en la cultura y la política en los últimos tiempos. 

Si bien critica al movimiento por intentar promover y normalizar el transgenerismo, insta a distinguir el movimiento de las personas que luchan contra la disforia de género. Sobre el movimiento transgénero escribe: 

«El movimiento transgénero tiene sus raíces en una forma moderna de dualismo donde cuerpo y alma/mente/espíritu son realidades separadas.

Desde este punto de vista, la persona humana es el habitante inmaterial de un anfitrión físico.

Por lo tanto, el cuerpo material puede ser manipulado al servicio del alma/mente/espíritu inmaterial.

Donde el movimiento transgénero ve una desconexión entre lo material y lo inmaterial, los católicos ven una hermosa unidad como se describe anteriormente en esta carta».

El arzobispo Coakley concluye pidiendo la intercesión de María, quien «dio un ‘sí’ de todo corazón a Dios en todas las cosas». 

La Santísima Madre experimentó los misterios de la Encarnación de primera mano y acompañó a su hijo, Jesús, hasta la Cruz, compartiendo su dolor. 

Finalmente, el obispo anima a rezar esta oración del papa Francisco a María, Madre de la Iglesia: 

Oración

¡Madre, ayuda nuestra fe!

Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.

Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.

Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.

Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.

Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.

Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.

Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.

Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.

J.P. Mauro, Aleteia

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