¡Todos estamos llamados a la santidad!
¡Todos estamos llamados a la santidad! Pero, ¿cómo se reconoce oficialmente a un santo en la Iglesia Católica? Estos son los pasos que se debe seguir para que una persona llegue a los altares.
Tradicionalmente, deben pasar cinco años desde la muerte del candidato antes de que pueda comenzar la causa de canonización. El Papa puede dispensar este período de espera, como lo hizo con Santa Teresa de Calcuta y San Juan Pablo II.
Toda persona cuya vida ha sido un ejemplo de amor a Dios puede ser postulada para pasar por este proceso, que empieza siendo declarado como Siervo de Dios, luego pasa a ser Venerable, Beato y finalmente es declarado santo.
¿Cómo se declara a alguien Siervo de Dios?
El proceso comienza cuando un postulador solicita al obispo diocesano que inicie la investigación sobre la vida de la persona en particular, lo que podría llevar finalmente a su canonización. El obispo también puede iniciar una causa.
Una vez que se determina que nada se opone a la causa y se inicia el proceso, la persona pasa a ser considerada Siervo de Dios.
Se sigue un examen adecuado a nivel diocesano o episcopal. Luego, la Iglesia forma un tribunal, llama a testigos y examina documentos escritos por el candidato.
¿Cómo se nombra a alguien Venerable?
Luego, la documentación se envía al Dicasterio de las Causas de los Santos, el departamento de la Curia Romana encargado de hacer recomendaciones al Papa sobre beatificaciones y canonizaciones.
En este punto, nueve teólogos votan sobre la causa del candidato. Si el juicio es favorable, la causa se presenta al Papa, quien da la aprobación final para que la persona sea declarada Venerable o, si fue mártir, Beato.
Una vez que el Papa reconoce la virtud heroica del candidato, la persona se llama "Venerable". Esto significa que el Papa reconoció que la persona fallecida vivió una vida virtuosa o ofreció su vida por su fe.
¿Cómo se declara a alguien "Beato"?
Luego viene la beatificación.
Según la USCCB,
“Beatificación: la segunda etapa en el proceso de proclamar a una persona santa; ocurre después de que una diócesis o eparquía y el Dicasterio para las Causas de los Santos hayan realizado una rigurosa investigación sobre la vida y escritos de la persona para determinar si demuestra un nivel heroico de virtud, ofreció su vida o sufrió el martirio”.
Para ser reconocido como "Beato", se requiere un milagro a través de la intercesión del candidato. Sin embargo, no se requiere un milagro para la beatificación de un mártir, sólo para su canonización.
Un milagro se considera algo que ocurre por la gracia de Dios a través de la intercesión del candidato y que no se puede explicar científicamente. El milagro requerido debe ser probado mediante una investigación canónica y científica.
Según indica EWTN,
“El supuesto milagro es estudiado por comisiones científicas y teológicas en la diócesis en la que se afirma que ocurrió”.
La persona se declara "Beata" una vez que el Santo Padre aprueba el Decreto de un Milagro. Esta aprobación confirma el poder de la intercesión del candidato y su unión con Dios después de la muerte.
¿Cómo se canonizan los santos?
Para convertirse en un santo canonizado, se requiere un segundo milagro. Este proceso es el mismo que el del milagro que lleva a la beatificación.
Una vez que se aprueba un segundo milagro, el Papa puede realizar el Rito de Canonización. A través de esto, la persona es elevada a veneración universal en la Iglesia.
Según EWTN,
“La canonización no hace que la persona sea un santo. Más bien, declara que la persona está con Dios y es un ejemplo digno de imitación por los fieles”.
En conclusión, todos estamos llamados a la santidad y se nos anima a conocer a estos poderosos intercesores.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica,
“Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones”.
Caroline Perkins, churchpop
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