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domingo, 24 de noviembre de 2024

Para que su familia sea (más) feliz 237-238,

  Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.

 


Superar la crisis

237. Se ha vuelto frecuente que, cuando uno siente que no recibe lo que desea, o que no se cumple lo que soñaba, eso parece ser suficiente para dar fin a un matrimonio. Así no habrá matrimonio que dure. A veces, para decidir que todo acabó basta una insatisfacción, una ausencia en un momento en que se necesitaba al otro, un orgullo herido o un temor difuso. Hay situaciones propias de la inevitable fragilidad humana, a las cuales se otorga una carga emotiva demasiado grande. Por ejemplo, la sensación de no ser completamente correspondido, los celos, las diferencias que surjan entre los dos, el atractivo que despiertan otras personas, los nuevos intereses que tienden a apoderarse del corazón, los cambios físicos del cónyuge, y tantas otras cosas que, más que atentados contra el amor, son oportunidades que invitan a recrearlo una vez más.

238. En esas circunstancias, algunos tienen la madurez necesaria para volver a elegir al otro como compañero de camino, más allá de los límites de la relación, y aceptan con realismo que no pueda satisfacer todos los sueños acariciados. Evitan considerarse los únicos mártires, valoran las pequeñas o limitadas posibilidades que les da la vida en familia y apuestan por fortalecer el vínculo en una construcción que llevará tiempo y esfuerzo. Porque en el fondo reconocen que cada crisis es como un nuevo «sí» que hace posible que el amor renazca fortalecido, transfigurado, madurado, iluminado. A partir de una crisis se tiene la valentía de buscar las raíces profundas de lo que está ocurriendo, de volver a negociar los acuerdos básicos, de encontrar un nuevo equilibrio y de caminar juntos una etapa nueva. Con esta actitud de constante apertura se pueden afrontar muchas situaciones difíciles. De todos modos, reconociendo que la reconciliación es posible, hoy descubrimos que «un ministerio dedicado a aquellos cuya relación matrimonial se ha roto parece particularmente urgente»[256].

Capítulo VI De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Algunas Perspectivas Pastorales)

Recemos     Paz por medio del Amor




Eleva tu corazón a Dios con oraciones que duran un segundo

obraz Luigiego Nono: "Modlitwa"

La oración a Dios no tiene por qué ser siempre larga y laboriosa. Puede consistir en breves ráfagas que requieran un segundo de tu tiempo

Aveces podemos pensar que la oración para hablar con Dios solo es posible cuando estamos sentados en un banco de la iglesia los domingos. Aunque ciertamente este es un tipo de oración, no es el único que existe.

La oración puede consistir en breves "ráfagas" de amor con las que salpimentamos nuestro día a lo largo de la semana.

Este tipo de oración suele durar alrededor de un segundo, y puede encajar fácilmente en nuestras ajetreadas vidas.

Aspiraciones

San Francisco de Sales sugiere este método de oración en su Introducción a la vida devota:

"Entonces, hija mía, aspira continuamente a Dios, mediante breves y ardientes elevaciones del corazón; alaba su Excelencia, invoca su Ayuda, échate en espíritu al pie de su cruz, adora su bondad, ofrécele toda tu alma mil veces al día, fija en Él tu mirada interior, extiende tus manos para ser conducida por Él, como un niño pequeño a su padre, abrázalo a tu pecho como un ramillete fragante, levántalo en tu alma como un estandarte. En resumen, enciende con todos los actos posibles tu amor por Dios, tu deseo tierno y apasionado por el Esposo celestial de las almas".

Hay muchos libros de oraciones que contienen colecciones de estas aspiraciones u oraciones "jaculatorias", pero no siempre tenemos que utilizarlas.

Jaculatorias espontáneas

De hecho, san Francisco de Sales sugiere componer espontáneamente nuestras propias oraciones a lo largo del día:

"Se han publicado varias colecciones de jaculatorias, que sin duda son muy útiles, pero yo te aconsejaría que no te ataras a ninguna palabra formal, sino que dijeras con el corazón o con la boca lo que te brote del amor interior, que sin duda te proporcionará todo en abundancia".

Un ejemplo sencillo de esa oración sería: "¡Te quiero, Jesús!"

Rezar estas palabras a lo largo del día, todos los días, puede tener un efecto muy positivo en nuestra alma, mientras nos esforzamos por acercar nuestras vidas en unión con Cristo.

Si te encuentras extremadamente ocupado e incapaz de sentarte a rezar, haz un esfuerzo por detenerte un segundo y rezar: "¡Te amo, Jesús!"

Philip Kosloski, aleteia

Vea también      Jaculatorias: oraciones breves y fervorosas para tenernos en la presencia de Dios durante todo el día




En Misa ¿lees o escuchas la Palabra de Dios ?

 

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En Misa, durante la liturgia de la Palabra muchos fieles leen los textos al mismo tiempo que se proclaman. Los demás, intentan escuchar las lecturas

La liturgia permite escuchar mucho, sobre todo la Palabra de Dios; esto pasa en la Misa y, desde el Vaticano II, en todos los ritos, desde la bendición del rosario hasta el sacramento de la reconciliación y todos los oficios cotidianos.

Escuchar ocupa un lugar especial en nuestra tradición espiritual. Basta pensar en la "Shemá", la oración del pueblo hebreo, que es también un mandamiento, una actitud primera que hay que adoptar y hacer siempre nuestra: "Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único". (Dt 6,4).

También podemos pensar en la primera palabra de la Regla de san Benito, que promete ser impresionantemente fecunda: "Escucha, hijo mío". Incluso la psicología actual insiste en la importancia de la escucha, calificada de "activa" o "benévola" y asociada a tantos "beneficios".

Sin embargo, a algunos fieles les gusta escuchar -¿pero es realmente posible? - leyendo el texto proclamado en la hoja de Misa, un Magnificat o incluso… su teléfono.

El misterio de la Encarnación

Esta costumbre, que no es mala en sí misma, tiende a eclipsar lo esencial: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).

El prólogo del Evangelio de Juan, leído en la Misa de la mañana de Navidad, proclama solemnemente que el cristianismo no es una religión de libros, sino la fe en una persona, Cristo.

La veneración y el uso de las Escrituras, por buenas que sean, están ordenados al encuentro de cada persona con Dios.

Así, en la liturgia de la Palabra, durante la Eucaristía, Dios está presente. Especialmente durante la proclamación (y no la lectura) del Evangelio, que es por lo que la congregación se pone en pie.

¿Podemos nosotros mismos estar presentes mirando una hoja de papel o un teléfono? La respuesta no es obvia, pero hay que planteársela, para que volvamos a ser conscientes del valor de este momento esencial.

Juan, de nuevo en su primera carta, se refiere a la transmisión de la fe de los apóstoles a sus sucesores y discípulos. La frase fue retomada por el Concilio Vaticano II para introducir la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación:

"Os anunciamos lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manos han tocado con la Palabra de vida" (1 Jn 1, 1 y Dei Verbum §1).

Tampoco en este caso se trata de un texto para meditar, sino de un encuentro sensible.

Leer primero, escuchar después

Evidentemente, leer los textos del día ayuda a asimilarlos, a mantener la concentración y a prestar más atención a los detalles cuando se escuchan. Por tanto, escuchar puede ser más provechoso, pero leer puede no ser concomitante. ¿Por qué no leer los textos la víspera o por la mañana, para despertarse, como el profeta, con la Palabra (cf. Is 50,4)?

Cualesquiera que sean los medios elegidos para escuchar cada vez más de cerca al Señor, la Presentación general del Leccionario romano recuerda que el Espíritu Santo es el único dueño de las palabras que Él mismo ha inspirado e inscrito en el corazón de los fieles:

"La Palabra de Dios proclamada sin cesar en la liturgia está siempre viva y es eficaz por la fuerza del Espíritu Santo" (§ 4).

El Espíritu Santo es también el único maestro de su traducción en actos, ya que si Dios ha hablado a los hombres, es para que se dirijan a Él y a los demás: "Puesto que Dios mismo comunica su palabra, espera siempre una respuesta, que es la escucha y la adoración […].

El Espíritu Santo, en efecto, hace eficaz esta respuesta, de modo que las palabras escuchadas en la acción litúrgica pasen también a la vida, según esta enseñanza: "Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla." (St 1,22)" (§ 6).

Valdemar de Vaux, aleteia

Vea también    La Palabra de Dios y su Plenitud en Cristo