Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
El duelo cristiano
255. En general, el duelo
por los difuntos puede llevar bastante tiempo, y cuando un pastor quiere
acompañar ese proceso, tiene que adaptarse a las necesidades de cada una de sus
etapas. Todo el proceso está surcado por preguntas, sobre las causas de la
muerte, sobre lo que se podría haber hecho, sobre lo que vive una persona en el
momento previo a la muerte. Con un camino sincero y paciente de oración y de
liberación interior, vuelve la paz. En algún momento del duelo hay que ayudar a
descubrir que quienes hemos perdido un ser querido todavía tenemos una misión
que cumplir, y que no nos hace bien querer prolongar el sufrimiento, como si
eso fuera un homenaje. La persona amada no necesita nuestro sufrimiento ni le
resulta halagador que arruinemos nuestras vidas. Tampoco es la mejor expresión
de amor recordarla y nombrarla a cada rato, porque es estar pendientes de un
pasado que ya no existe, en lugar de amar a ese ser real que ahora está en el
más allá. Su presencia física ya no es posible, pero si la muerte es algo
potente, «es fuerte el amor como la muerte» (Ct 8,6). El amor tiene
una intuición que le permite escuchar sin sonidos y ver en lo invisible. Eso no
es imaginar al ser querido tal como era, sino poder aceptarlo transformado,
como es ahora. Jesús resucitado, cuando su amiga María quiso abrazarlo con
fuerza, le pidió que no lo tocara (cf. Jn 20,17), para
llevarla a un encuentro diferente.
256. Nos consuela saber que no existe la destrucción
completa de los que mueren, y la fe nos asegura que el Resucitado nunca nos
abandonará. Así podemos impedir que la muerte «envenene nuestra vida, que haga
vanos nuestros afectos, que nos haga caer en el vacío más oscuro»[283]. La Biblia habla de un Dios que nos creó por amor, y que
nos ha hecho de tal manera que nuestra vida no termina con la muerte (cf. Sb 3,2-3).
San Pablo se refiere a un encuentro con Cristo inmediatamente después de la
muerte: «Deseo partir para estar con Cristo» (Flp 1,23). Con él,
después de la muerte nos espera «lo que Dios ha preparado para los que lo aman»
(1 Co 2,9). El prefacio de la Liturgia de los difuntos expresa
bellamente: «Aunque la certeza de morir nos entristece, nos
consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti
creemos, Señor, no termina, se transforma». Porque «nuestros seres
queridos no han desaparecido en la oscuridad de la nada: la esperanza nos
asegura que ellos están en las manos buenas y fuertes de Dios»[284].
Capítulo VI De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Algunas
Perspectivas Pastorales)
Recemos No tengas miedo
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