Epístola I de San Juan 2,29.3,1-6.
Hijos míos: |
Si ustedes saben que él es justo, |
sepan también que todo el que practica la justicia |
ha nacido de él. |
¡Miren cómo nos amó el Padre! |
Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, |
y nosotros lo somos realmente. |
Si el mundo no nos reconoce, |
es porque no lo ha reconocido a Él. |
Queridos míos, |
desde ahora somos hijos de Dios, |
y lo que seremos no se ha manifestado todavía. |
Sabemos que cuando se manifieste, |
seremos semejantes a Él, |
porque lo veremos tal cual es. |
El que tiene esta esperanza en Él, |
se purifica, así como Él es puro. |
El que comete el pecado comete también la iniquidad, |
porque el pecado es la iniquidad. |
Pero ustedes saben que Él se manifestó |
para quitar los pecados, |
y que Él no tiene pecado. |
El que permanece en Él, no peca, |
y el que peca no lo ha visto ni lo ha conocido. |
Salmo 98(97),1.3cd-4.5-6.
Canten al Señor un canto nuevo, |
porque él hizo maravillas: |
su mano derecha y su santo brazo |
le obtuvieron la victoria. |
Los confines de la tierra han contemplado |
el triunfo de nuestro Dios. |
Aclame al Señor toda la tierra, |
prorrumpan en cantos jubilosos. |
Canten al Señor con el arpa |
y al son de instrumentos musicales; |
con clarines y sonidos de trompeta |
aclamen al Señor, que es Rey. |
Evangelio según San Juan 1,29-34.
Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. |
A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. |
Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel". |
Y Juan dio este testimonio: "He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. |
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo'. |
Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios". |
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
San Atanasio (295-373) |
Nacer con Cristo
Ahora que el Verbo se hizo hombre y ha hecho suyas nuestras miserias, ellas son destruidas por él. Los hombres no mueren bajo el pecado sino que resucitados por la fuerza del Verbo, permanecen para siempre incorruptibles e inmortales. |
Cuando la humanidad del Verbo nace de María, Madre de Dios, se dice que él nace. En realidad, es nuestro nacimiento que se realiza en él. Ya no somos simplemente tierra que debe retornar a la tierra, sino que estamos unidos al Verbo del cielo que quiere llevarnos al cielo. Asimismo tomó sobre él las otras debilidades del cuerpo, para que no seamos solamente hombres, sino que perteneciendo desde entonces al Verbo, participemos a la Vida eterna. |
Nuestro primer nacimiento en Adán, nos ha valido la muerte. Ese nacimiento y otras miserias de la carne, fueron trasladados al Verbo. Nosotros, levantados de la tierra, vemos la maldición del pecado eliminada por el que, en nosotros y por nosotros, ha devenido maldición. Lo mismo que hechos de la tierra morimos en Adán, regenerados por el agua y el Espíritu, todos somos vivificados por Cristo. En adelante, la carne no es más algo terrestre. Ella se hace Verbo, por el Verbo de Dios, que por nosotros se hizo carne. |
Los hombres ven sus debilidades transferidas y destruidas por el que no está sujeto a ellas. Así ellos devienen fuertes y libres para siempre. El Verbo, habiendo tomado un cuerpo deviene hombre, nosotros los hombres, tomados por la carne del Verbo somos divinizados por él y hechos herederos de la Vida eterna. (EDD) |
Oración
Gloriosísimo San Juan Bautista, por el amor ardiente que tuviste al Niño Jesús y por la santísima dulzura que infundió en tu corazón con sus halagos; por aquellos privilegios que te concedió para hacer tantos milagros a favor de tus devotos, te suplico te dignes favorecerme en todas mis necesidades con tu eficaz patrocinio y en particular te ruego me alcances la gracia que te pido en este día.
¡Oh, glorioso San Juan Bautista, muévete a piedad de esta alma acongojada, que en ti puso sus esperanzas; líbrala, te ruego, de sus miserias. ¡Oh, santo de los milagros!, alivia la congoja de mi corazón, y haz que yo viva aquí como verdadero amante de mi Jesús para poder gozar de Él en el Cielo. Amén.
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