Durante
su pontificado, San Juan Pablo II no escatimó en esfuerzos para difundir la
devoción a la Divina Misericordia.
El
recordado Papa peregrino beatificó y luego canonizó a Santa Faustina Kowalska,
habló y escribió sobre la Divina Misericordia y estableció el Segundo Domingo
de Pascua como el Domingo de la Divina Misericordia.
En
un artículo para National Catholic Register, el escritor Joseph
Pronechen señaló que el pontífice tuvo mucho que decir sobre esta devoción e
incluso escribió la encíclica “Dives in Misericordia” sobre la misericordia de
Dios.
Cerca
de celebrar el Domingo de la Divina Misericordia, recordemos algunas
reflexiones de San Juan Pablo II sobre esta devoción.
1.
Tres años después de ser elegido Papa, durante el rezó del ángelus, señaló en la fiesta de
Cristo Rey:
“Desde el comienzo de mi
ministerio en la sede de San Pedro en Roma, consideraba este mensaje como mi
tarea particular. La Providencia me lo ha asignado en la situación
contemporánea del hombre, de la Iglesia y del mundo. Incluso se podría decir
que precisamente está situación me ha asignado como tarea ese mensaje ante
Dios, que es Providencia, que es misterio inescrutable, misterio del amor y de
la verdad, de la verdad y del amor”.
2.
Cuando estaba en Polonia el 17 de agosto de 2002, para la consagración del
Santuario de la Divina Misericordia en Lagiewniki, Juan Pablo II dijo en su
homilía:
“Repito hoy estas
sencillas y sinceras palabras de santa Faustina, para adorar juntamente con
ella y con todos vosotros el misterio inconcebible e insondable de la
misericordia de Dios. Como ella, queremos profesar que, fuera de la
misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para el hombre.
Deseamos repetir con fe: Jesús, confío en ti”.
3.
En ese mismo mensaje continuó:
“De este anuncio, que
expresa la confianza en el amor omnipotente de Dios, tenemos particularmente
necesidad en nuestro tiempo, en el que el hombre se siente perdido ante las
múltiples manifestaciones del mal. Es preciso que la invocación de la misericordia
de Dios brote de lo más íntimo de los corazones llenos de sufrimiento, de temor
e incertidumbre, pero, al mismo tiempo, en busca de una fuente infalible de
esperanza. Por eso, venimos hoy aquí, al santuario de Lagiewniki, para
redescubrir en Cristo el rostro del Padre: de aquel que es "Padre
misericordioso y Dios de toda consolación" (2 Co 1, 3)”.
4.
Enfatizando que la Divina Misericordia no es solo para un grupo, dijo:
“Ojalá se cumpla la firme
promesa del Señor Jesús: de aquí debe salir ‘la chispa que preparará al mundo
para su última venida’ (cf. Diario, 1732, ed. it., p. 568). Es preciso encender
esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este fuego de
la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre,
la felicidad”.
5. El 18 de abril de 1993, en el Domingo de la
Divina Misericordia, miles que asistieron a la beatificación de Santa Faustina
escucharon estas palabras del Papa Juan Pablo II:
“Es verdaderamente
maravilloso cómo su devoción a Jesús Misericordioso se abre paso en el mundo
contemporáneo y conquista tantos corazones humanos. Esto es sin duda un signo
de los tiempos, un signo de nuestro siglo XX. El balance de este siglo que está
llegando a su fin presenta, además de los logros, que a menudo han superado los
de las épocas anteriores, también una profunda inquietud y miedo hacia el
futuro. ¿Dónde, entonces, si no es en la divina Misericordia, puede el mundo
encontrar refugio y la luz de la esperanza? ¡Los creyentes lo comprenden
perfectamente!”.
6.
Siete años después, el 30 de abril de 2000, Juan Pablo II canonizó
a la Hermana Faustina, "la gran apóstol de la Divina Misericordia".
El Papa dijo:
“La misericordia divina
llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado: ‘Hija mía, di
que soy el Amor y la Misericordia en persona’, pedirá Jesús a sor Faustina
(Diario, p. 374). Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante
el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona-Amor. Y ¿acaso no es
la misericordia un ‘segundo nombre’ del amor (cf. Dives in misericordia, 7),
entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su actitud de aliviar
cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de perdón?”.
7.
Ese día, Juan Pablo II también añadió:
“¿Qué nos depararán los próximos
años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin
embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por
desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que
el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina,
iluminará el camino de los hombres del tercer milenio”.
8.
Ese mismo día, Juan Pablo II explicó que la Divina Misericordia se dirige
incluso a los corazones más desconsolados y endurecidos:
“Este mensaje consolador
se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o
abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en la
vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. A ellos se presenta
el rostro dulce de Cristo y hasta ellos llegan los haces de luz que parten de
su corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza. ¡A
cuántas almas ha consolado ya la invocación ‘Jesús, en ti confío’, que la
Providencia sugirió a través de sor Faustina! Este sencillo acto de abandono a
Jesús disipa las nubes más densas e introduce un rayo de luz en la vida de cada
uno”.
9.
Al mismo tiempo, nos recordó que Cristo, en sus mensajes de la Divina
Misericordia, nos pidió algo en especial:
“Cristo nos enseñó que
‘el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está
llamado a ‘usar misericordia’ con los demás: ‘Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia’ (Mt 5, 7)’ (Dives in
misericordia, 14). Y nos señaló, además, los múltiples caminos de la
misericordia, que no sólo perdona los pecados, sino que también sale al
encuentro de todas las necesidades de los hombres. Jesús se inclinó sobre todas
las miserias humanas, tanto materiales como espirituales”.
10.
En su homilía del Domingo de la Divina
Misericordia en 2001, el Santo Padre describió el significado
de la imagen de La Divina Misericordia:
“¡El Corazón de Cristo!
Su ‘Sagrado Corazón’ ha dado todo a los hombres: la redención, la salvación y
la santificación. De ese Corazón rebosante de ternura, santa Faustina Kowalska
vio salir dos haces de luz que iluminaban el mundo. ‘Los dos rayos -como le
dijo el mismo Jesús- representan la sangre y el agua’ (Diario, p. 132). La
sangre evoca el sacrificio del Gólgota y el misterio de la Eucaristía; el agua,
según la rica simbología del evangelista san Juan, alude al bautismo y al don
del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5; 4, 14).A través del misterio de este Corazón
herido, no cesa de difundirse también entre los hombres y las mujeres de
nuestra época el flujo restaurador del amor misericordioso de Dios. Quien
aspira a la felicidad auténtica y duradera, sólo en él puede encontrar su
secreto”.
11.
En Dives in Misericordia, que Juan Pablo II
escribió en 1980, se centró en la misericordia de Dios especialmente mostrada a
través de Jesucristo:
“De este modo en Cristo y
por Cristo, se hace también particularmente visible Dios en su misericordia,
esto es, se pone de relieve el atributo de la divinidad, que ya el Antiguo
Testamento, sirviéndose de diversos conceptos y términos, definió
‘misericordia’. Cristo confiere un significado definitivo a toda la tradición
veterotestamentaria de la misericordia divina. No sólo habla de ella y la
explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo
la encarna y personifica. El mismo es, en cierto sentido, la misericordia. A
quien la ve y la encuentra en él, Dios se hace concretamente ‘visible’ como
Padre ‘rico en misericordia’”.
12.
El Papa también escribió:
“Revelada en Cristo, la
verdad acerca de Dios como ‘Padre de la misericordia’, nos permite ‘verlo’
especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado
en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad. Debido a esto, en la
situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos ambientes
guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a
la misericordia de Dios. Ellos son ciertamente impulsados a hacerlo por Cristo
mismo, el cual, mediante su Espíritu, actúa en lo íntimo de los corazones
humanos”.
13.
Siendo también un Papa muy mariano, Juan Pablo II escribió sobre el papel de
nuestra Santísima Madre en la Divina Misericordia:
“María pues es la que
conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe
cuán alto es. En este sentido la llamamos también Madre de la misericordia:
Virgen de la misericordia o Madre de la divina misericordia; en cada uno de estos
títulos se encierra un profundo significado teológico, porque expresan la
preparación particular de su alma, de toda su personalidad, sabiendo ver
primeramente a través de los complicados acontecimientos de Israel, y de todo
hombre y de la humanidad entera después, aquella misericordia de la que ‘por
todas la generaciones’ nos hacemos partícipes según el eterno designio de la
Santísima Trinidad”.
14. También dijo:
“Es necesario constatar
que Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a
los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la
misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico
y constituye la esencia del ethos evangélico. El Maestro lo expresa bien sea a
través del mandamiento definido por él como ‘el más grande’ bien en forma de
bendición, cuando en el discurso de la montaña proclama: ‘Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia’”.
15.
Luego, el Papa dio una nota de advertencia que nos muestra la necesidad de
pedir a Dios por misericordia:
“La conciencia humana,
cuanto más pierde el sentido del significado mismo de la palabra
‘misericordia’, sucumbiendo a la secularización; cuanto más se distancia del
misterio de la misericordia alejándose de Dios, tanto más la Iglesia tiene el
derecho y el deber de recurrir al Dios de la misericordia ‘con poderosos
clamores’. Estos poderosos clamores deben estar presentes en la Iglesia de
nuestros tiempos, dirigidos a Dios, para implorar su misericordia, cuya
manifestación ella profesa y proclama en cuanto realizada en Jesús crucificado
y resucitado, esto es, en el misterio pascual. Es este misterio el que lleva en
sí la más completa revelación de la misericordia”.
16.
Durante su audiencia general al día
siguiente de beatificar a Santa Faustina, Juan Pablo II recordó
firmemente lo que él veía como un "claro indicador del camino" que
debemos seguir:
“‘Jesús, en ti confío’.
No hay oscuridad en la que el hombre pueda perderse. Si confía en Jesús,
siempre se encontrará en la luz. ¡Alabado sea Jesucristo!”.
Harumi Suzuki, churchpop
Vea también Domingo y Devoción de la Divina Misericordia
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