Desde hace más de un siglo, a orillas del Tíber, a tiro de piedra del Vaticano, se alza una curiosidad romana única en el mundo: un museo dedicado a... probar la existencia del purgatorio. Huellas de manos, señales de quemaduras por el fuego, se conservan bajo cristal y se presentan como irrupciones de los muertos en nuestra dimensión terrenal para implorar oraciones
En un recodo del río de la Ciudad Eterna, se alza la iglesia del Sacro Cuore del Sufragio, cuya fachada neogótica -construida entre 1910 y 1917- es todo un reclamo. Apodado el “piccolo Duomo” -por su parecido con la cúpula de Milán-, el edificio, situado en el barrio de Prati, fue concebido por un francés de Marsella, el padre Victor Jouët, como sede de la asociación “Sagrado Corazón del Sufragio de las Almas del Purgatorio”, fundada por él.
Aún hoy, el lugar sigue dedicado a la intercesión por los difuntos. En una pequeña mesa situada en la parte trasera de la iglesia, con sus arcadas estilizadas, hay folletos que proponen la “oración de Santa Gertrudis para liberar a muchas almas del purgatorio“. En el retablo, un cuadro representa el Sagrado Corazón y las almas del purgatorio.
Si prosigue su visita, en una discreta sala, casi discreta, contigua a la sacristía, los escasos visitantes de este museo poco conocido, donde el silencio flota en el aire, podrán observar una quincena de objetos incómodamente extraños. Se recomienda a los visitantes impresionables que se abstengan. Detrás de las vitrinas hay breviarios, telas o tablas de madera con huellas dactilares o marcas de fuego dejadas por los muertos.
Signos inquietantes
Las páginas quemadas de viejos manuscritos dejan a uno perplejo, como suspendido en una dimensión sobrenatural donde se encuentran los muertos y los vivos. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el purgatorio es un “fuego purificador” reservado a las almas que, aunque salvadas del infierno, aún no están suficientemente preparadas para entrar en el cielo y necesitan purgar ciertos pecados de su vida terrenal.
Cada uno de estos objetos va acompañado de la historia de una aparición de un alma difunta, implorando, a veces amenazando. Una rápida mirada en Internet revela la curiosidad que rodea al lugar, calificado de intrigante, insólito o incluso “extraño e inquietante”…
Se dé o no crédito a estos elementos, el Museo del Sacro Cuore del Suffragio -parroquia que el Papa Juan Pablo II visitó en persona en 1998- tiene el mérito de poner de relieve la tradición popular de rezar por los difuntos. Todos los “signos” que deja el más allá invitan a oficiar Misas y a interceder por esas almas que esperan la paz eterna.
La iglesia y su museo
Emma Gatti, Aleteia
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Salva almas del purgatorio rezando esta oración
El Catecismo de la Iglesia Católica habla de las realidades que vivirá el alma inmortal del ser humano al concluir su paso por este mundo, mencionando que «La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo» (no. 1021) y agrega que inmediatamente será enjuiciado y sabrá cual será su retribución eterna: el cielo o el infierno o, temporalmente, el purgatorio.
Al respecto, el mismo documento nos dice que «los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo» (no. 1030).
Es a estos hermanos a quienes podemos ayudar a alcanzar su destino final con nuestras oraciones, por ello, la Iglesia siempre preocupada, propone muchas y variadas para rezar por la Iglesia purgante.
Oración del Santo Sudario
Señor Dios, que nos dejaste la señal de tu pasión la Sábana Santa, en la cual fue envuelto tu cuerpo santísimo cuando, por José, fuiste bajado de la cruz, concédenos ¡oh piadosísimo Señor! que por tu muerte y sepultura santa te haya dignado llevar a tu siervo (a) (nombre del difunto) a descansar en la gloria de la resurrección, donde vives y reinas con Dios Padre, con Dios Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos.
Amén.
Mónica Muñoz, Aleteia
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